Yoga en condición de calle
“La soledad es bella si la eliges y terrible si ella te elige”, recita una de las paredes del pequeño coliseo de la fundación Hermanos de los Desvalidos en el corazón de la comuna 10 de Medellín.
Al recinto llegaron primero las personas que estaban acompañando la actividad, fueron 10, detrás de ellas fueron llegando mujeres y hombres de todas las edades, cada un con su silla Rimax blanca, con la ayuda de los primeros se acomodaron por hileras y uno tras otros se fueron sentando
Por Pedro Pablo Gil Valencia
pgilval1@eafit.edu.co
En la mitad de la calle cincuenta y cuatro, entre las carreras cincuenta y cuatro y cincuenta y tres, los habitantes de calle con discapacidades físicas y mentales se preparaban para tener su clase de yoga que reciben cada quince días los sábados en la mañana. Una unión entre la Fundación del Arte Vivir y la Fundación Visibles hace posible estos espacios para mostrarles a las personas que viven en la calle que aún no han sido olvidadas.
El agudo y armonioso sonido producido por el roce del pequeño palo contra las paredes externas del Cuenco Tibetano dieron inicio a la sesión de yoga preparada especialmente para sus asistentes, unos segundos de relajación, silencio profundo guiado únicamente por el instrumento dejando mudas las calles del ruidoso centro de la ciudad.
Los espectadores tenían los ojos cerrados, en plena concentración a la espera de su guía. Con todos los asistentes sentados, Alejandra dio la orden para que se tocara el cuenco, y como una campana y un sonido contundente se dio inicio a la sesión de yoga.
No se trata de estiramientos, posiciones que implican mucha flexibilidad o mucho menos pararse sobre la cabeza. La actividad, que duró casi cuarenta y cinco minutos, trató los temas principales del yoga, a partir de la meditación y la relajación para tener por este corto momento paz interior, cosa que para personas como Maria Isabel y Jhon Han es difícil encontrar en su aturdidora vida.
Ambos, alguna vez, no hace mucho, fueron habitantes de calle y hoy residen en uno de los hogares de la alcaldía para las personas que cuentan con ese estatus y con cierta discapacidad. El hogar no mira género, edad o pasado y abre sus espacios para que personas como Jhon y Maria dejen de ser habitantes de calle y puedan habitar un lugar que tenga un poco más de dignidad.
Un lugar en donde no sean olvidados y dejen de ser las personas que solo se ganan miradas a través de las ventanas de los carros y buses de toda la ciudad.
Con la concentración de los más de veinte asistentes, se hizo un juego para romper el hielo, mientras cantaban: “Palo bonito, palo bonito, palo eh, ehhh, ehhh, palo bonito, palo ehhh”.
Era un juego de coordinación con los dedos de las manos, la palabra “palo” daba la salida para levantar los dedos índices, cuando se decía la palabra bonito se estiraban solo los meñiques y con el sonido del “ehhh” se estiraban los pulgares. Repitiendo esto varias veces, cantando en conjunto y en algunas ocasiones individual, rompieron el hielo.
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Ariba y fuerte abajo, arriba y fuerte abajo, se repetía el movimiento varias veces con los puños, mientras coordinadamente inhalaban y exhalaban. Los brazos abiertos hacia los lados, y con la respiración y la inhalación se llevaban hacia adentro, y como los demás ejercicios se repetía una y otra vez. Guiados por la voz de Sandra, acompañante de Alejandra y guía también, se dio un espacio de introspección. Cada uno sentía su cuerpo y sus sentimientos.
Comenzaron por lo físico, se iban enfocando en las diferentes partes del cuerpo, cabeza, tronco, brazos, dedos y demás extremidades una por una, sentirlas por aparte de la otra y luego sentirse hacia adentro, buscar las sensaciones y sentimientos, “cómo me sentí esta mañana cuando desperté, recuerdo los sabores de mi desayuno…”. Solo se escuchaba la voz de Sandra y algunos carros que pasaban por la calle y una que otra gota de agua que pegaba contra el techo.
Había algunas miradas perdidas, otras atentas y uno que otro intentando encontrar la razón de lo que estaba haciendo. Cada uno tenía un problema distinto: hambre, dolor y algunos con sus problemas mentales que los dejaban en otro planeta, quién sabe si recordaban lo que fueron o si sabrían quiénes eran.
No tenían que preocuparse para dónde iban, solo veían y hacían para lo que sentían en el momento. Olvidados fueron alguna vez y olvidados son. Era difícil compartir con ellos y saber lo que senteían, como en una de las canciones del grupo de rap de Medellín Alcolirycoz suena: “cómo vas a estar en los zapatos de un hombre que vive descalzo”.
Luego de media hora de estiramientos y ejercicios para la respiración y la relajación llegó la hora de partir. Con un canto de cierre guiado por Sandra y Alejandra, en conjunto de los acompañantes y los habitantes de calle, a una voz se escuchaba: “Quiero amanecer, quiero amanecer, quiero amanecer cantando, quiero amanecer, quiero amanecer cantando, quiero amanecer cantando”.
Y antes de la despedida, cuando ya habían parado de cantar, uno de los habitantes de calle se tomó la palabra: “Quiero amanecer, quiero amanecer, quiero amanecer comiendo, quiero amanecer comiendo”, y luego otra de sus compañeras le siguió la corriente: “Quiero amanecer, quiero amanecer, quiero amanecer pintando, quiero amanecer pintando”.
Y fue señal suficiente para que los olvidados dejaran una sonrisa dibujada en las personas que llegaron esa mañana a hacer ese mismo trabajo, y no se necesitó más para saber que el trabajo y el compartir había llegado a su fin.
Maria Isabel se acercó al grupo que ya estaba recogiendo sus cosas para irse y de cada uno se despidió personalmente: “Muchas gracias, que Dios lo bendiga”, y detrás de ella su amiga que, con un gran beso en las mejillas, demostró su agradecimiento por las personas que se acercaron a ese lugar en la mitad del centro de Medellín, en una de las zonas mas peligrosas de La Candelaria, para abrir un espacio que rompiera con su rutinaria vida que les dejó el abandono de la calle.
Cruzamos la puerta cargados con un sentimiento de alegría y agradecimiento. En la cuadra del frente había un grupo de muchachos, encapuchados, con gorra, sentados, drogándose, consumiéndose la vida, sin saber que a un paso y una puerta los espera su futuro.
Subimos por la calle 54 hasta la plaza Rojas Pinilla, sentí su fétido olor a basura, pero seguía aún con la mente en aquel lugar y con una frase que se repetía en mi cabeza y no paraba: “Ni la ciencia ni los ricos se explican cómo los indigentes duermen como dioses en estas calles paradisíacas”, de la canción El Show Debe Continuar.
Pasamos por la calle del mercado de Tejelo, lleno de frutas y verduras, con todas las características de una plaza de pueblo, para llegar al Museo de Antioquia y subirnos al metro para retornar de donde vinimos, con mil ideas en la cabeza y las cámaras llenas de recuerdos para que aquellas personas no vuelvan a quedar en el olvido.