‘Tato’ y ‘La Mona’: la historia de amor que sobrevivió en la calle
Un habitante de calle volvió a su casa después de 40 años. Sin embargo, el amor de su vida se quedó en la indigencia. Él lucha por sacarla de esa vida.
Por Walter Duque Monsalve*
Desde hace siete meses, la rutina mañanera de “Tato” es la misma: se levanta temprano, tiende su cama, se baña, se pone ropa limpia, se prepara su desayuno y luego le lleva algo de comer a “La Mona”. Ya no se fuma un “pucho” de marihuana, como lo hizo durante 40 años que estuvo en la calle. Pero ahora es adicto al amor de esta mujer, quien vive en un cambuche ubicado a dos metros de su casa.
En la actualidad vive gracias al apoyo de su familia. Sin embargo, quiere trabajar –antes de estar en la calle trabajaba en construcción- porque quiere casarse con la “La Mona”. Desea rehacer su vida.
Durante cuatro décadas su cotidianidad fue así: se levantaba, desempolvaba su cobija y se “pegaba una traba” para tener valor e ir a conseguir algo de comida. Si no lo lograba, otra traba mitigaba el hambre. Trabajaba en lo que que resultara: llevaba encargos, botaba cosas. Ese estilo de vida, en la que “no hay nada que perder”, lo llevó a la cárcel. El delito: transporte de drogas. Al salir de allí, pasó de las calles del centro de Medellín a las calles del sur de la ciudad, muy cerca de la casa de su familia.
En la calle aguantó hambre, soporto frio, humillaciones, maltratos. “Tuve noches largas, muuuuuuy largas, la más larga quizá fue el día en que me di cuenta que mi madre murió, fue terrible. Ese día fue la vez en que me entregué más al vicio. Ella era mi alma”, cuenta.
En la calle, sin embargo, conoció el amor. Se trata de “La Mona”, abogada de una prestigiosa universidad de Medellín y madre de una joven de 20 años. Ella fue quien lo acompañó en los momentos más difíciles de sus años en la calle. “Yo llegué a estar tieso. No me podía mover. Por eso estoy muy agradecido con ella, tanto que yo tengo un compromiso moral y es sacarla de ahí. Ella todavía está en ese ‘cambuche’”, dice.
-Bueno joven, lo dejo. Tengo que ir a relevar a ‘La Mona’, si quiere esta semana le doy un buen sermón y la traigo a ella.
– ¿A relevarla? ¿A dónde?
– Pues bueno, a ella le dan trabajo solo los domingos de ‘campanera’ (persona que alerta a los vendedores de droga sobre la presencia de la policía), de ocho de la mañana a seis de la tarde. Pero ella no es capaz de hacer algo si no está trabada. Entonces yo la reemplazo una media hora mientras ella se fuma alguito.
– ¿No te has salido del todo de estas cosas?
– Simplemente le colaboro un rato a ella. Si no se fuma eso se vuelve loca. Yo le aconsejo a la gente que esto no es vida, que vivan una vida mejor. Yo tuve una nueva oportunidad. Todos la tenemos.
“La Mona”
«Si quiere me espera aquí. O si no le incomoda acompáñeme mientras yo me fumo uno. Créame, en sano juicio no le respondo nada, simplemente me pongo a llorar y me doy cuenta de lo boba que fui y sigo siendo. Hubiera podido ser la mejor abogada penal de Colombia, hubiera sido, pero no lo fui», dice ‘La Mona’, quien lleva 20 años en la calle, de los 50 que tiene. .
“No me explico cómo una mujer como ella llegó a la calle: es graduada de derecho de una de las mejores universidades de aquí de Medellín, se graduó con honores, tuvo el mejor promedio de su carrera… Pero la estúpida droga, óigame bien joven, la estúpida droga la tiró a la miseria», dice ‘Tato’ mientras mira al cielo.
La Mona tiene una hija de 20 años. Según uno de sus compañeros de ‘cambuche’, ‘el mello’, ella es su único motor para seguir viviendo. ‘La Mona’ no ve a su hija hace varios años. No se atreve a hacerlo. Sin embargo, un día les pidió a los vecinos del sector ropa limpia, se bañó, se motiló, se tinturó de mona y le envió una foto a su hija por internet.
«Ella es muy buena persona, es muy correcta, hace las cosas como tienen que ser. Se ve que fue formada en un buen hogar. De hecho, se ve que su familia es algo adinerada. Por acá viene alguien de su familia, en un carro muy bonito, a entregarle ropa, comida y algo de dinero. Cuando ella tiene plata la comparte, no deja morir a los otros que viven ahí en la calle con ella. Es solidaria.
Su familia nunca la ha dejado sola. Siempre la han tratado de ayudar. Pero ya se resignaron. Lo máximo que pueden hacer es llevársela todo un día para que se bañe y coma. Pero si no la traen rápido se desespera, no aguanta mucho tiempo sin fumar bazuco o marihuana. Pero repito, es quizás la persona más educada de todas las que viven en la calle, incluso más educada que alguien que vive en una casa como usted o como yo», dice una vecina del sector mientras, desde el balcón de su casa, mira a los lejos a ‘La Mona’.
“¿Muchacho, le cuento algo muy triste? O bueno, triste para la otra gente. Yo ya me acostumbré. Lo que me llevó a la calle fue el mismo éxito que tenía como persona. Me soplé. Me crecí. Y aquí estoy «, cuenta luego de prender su segundo ‘pucho’.
‘La Mona’ dio por terminada la entrevista. Pero después de caminar una cuadra se devolvió y me dijo: “Estando en la calle solo he hecho dos cosas incorrectas: la primera es que soy ‘campanera’ y la segunda es que hace varios años, ya no lo hago, firmaba papeles trocados para hacer chanchullos. Todavía tengo el título de abogada, nadie me lo ha quitado… De algo tengo que sobrevivir en la calle y sin necesidad de robar. Que esté bien y mi Dios me lo bendiga muchacho».
Se alejó entre los camiones. Un minuto después llegó “Tato” y me preguntó:
– ¿Has visto a La Mona?, quiero que nos tomes una foto a los dos juntos, llevo años conviviendo con ella y no tenemos ni una.
– Por supuesto, dije.
‘Tato’ se fue a buscarla. Segundos después regresó con ella. Saqué mi celular, y por primera vez los vi sonriendo.
Entre la luna, basura y una tractomula
Días atrás había pactado una cita con ‘La Mona’ para que un sábado en la noche yo la acompañara para ver cómo era la vida nocturna de ella. Así fue.
Ya eran casi las diez de la noche cuando llegué al lugar donde ella vive, detrás de una cancha de un barrio al sur de Medellín, que se caracteriza por la venta de drogas. Sin pensar que ella me esperaba, me agarró por la espalda, puso su mano en mi hombro y me dijo: “muchacho, yo lo esperaba más temprano para que viera más cosas y no tenga que irse tan tarde”. Me dio la mano y, como si estuviéramos en una casa con techo y paredes, me dijo: “bien pueda, siga”. Crucé la acera y allí estaban todos los demás. Eran casi 15.
Una mujer, de unos 40 años, que estaba sentada entre un poste y una pared, a quien no logré detallar muy bien por la falta de luz, preguntó: “¿quién es ese?” ‘La Mona’ salió delante de mí para respaldarme y le respondió: “es un muchacho que está investigando sobre todo esto, dejémoslo a ver si alguien más se puede salvar, ya nosotros no pudimos”. En ese momento me sentí seguro, ya no era ningún extraño para ellos, entonces me les presenté:
-Buenas noches: yo soy la persona que los va a acompañar un rato, solo quiero recoger algunos testimonios de ustedes, no es nada del otro mundo. Si no les molesta ahora charlamos.
-“Ahh, me hubieran dicho, me recuerda algunos tiempos, aunque no lo crea yo también llegué a una universidad, no la terminé por hijueputa, y aquí estoy, llevada. La hijueputa droga me tiró. Aproveche usted mucho el estudio, no vaya a ser que termine aquí en algunos años”, me dijo aquella mujer del poste. Agachó su cabeza, parecía arrepentida.
En ese momento ‘La Mona’ me dijo que siguiéramos, pero antes le pidió una candela a la mujer que acababa de hablar. No me extrañé. Días atrás me había dicho que para hablar y responder preguntas tenía que estar trabada.
Caminamos 10 o 15 metros hasta llegar a la ‘puerta’ de su cambuche, un rancho construido con dos soportes, plásticos y maderos, y ubicado entre una tractomula varada y una pared. Sin más rodeos le pregunté por Tato. Miró la luna, como si anhelara algo, y me dijo: “Él ya cogió juicio, tiene una casa de verdad y quiere la vida”.
“¿Y es que vos no querés tu vida?», le pregunté.
No dudó en sacar la candela y una pipa para fumar bazuco. Me dijo: “espérame un minutico yo me fumo esto, usted sabe cómo es conmigo para poderle responder”.
El tiempo pareció haberse parado. Observé el lugar –poca luz, basura-, percibí el olor nauseabundo, vi a otros habitantes de calle –especialmente sus caras con miradas tristes-, sentí el ambiente tenso. Se aproximaba una lluvia. El viento era muy fuerte. Los ‘cambuches’ se sacudían y sus habitantes se esforzaban por reforzarlos con cabuya y más palos.
Traté de sacar mi celular para ver la hora y verificar si estaba grabando. Sin embargo, no lo hice, no por miedo a que me lo robaran -eso no pasa allá porque cuando estás adentro todos se cuidan la espalda-, sino porque no lo vi oportuno. En fin, seguí observándolos. Miré a ‘La Mona’ y con su mirada y ojos rojos interpreté que la tenía que esperar otro momento para que se metiera el último “pitazo”.
La Mona me dijo: “vea….eh…. es sencillo, nada de lo de aquí vale la pena, y no es que yo no quiera mi vida, la quiero y mucho, pero es que la droga es un vicio muy grande. Fácil entrar, pero vaya salga pues. El que inventó esto sí le hizo un daño muy grande a la sociedad… no mentiras, el daño se lo hace uno mismo (se rio). Yo ni sé qué decirte muchacho, solo mire donde estamos sentados. Esto es un hueco”.
“‘Monaaaaaaaa’”, le gritó un hombre del otro lado de la calle. Sonó otro trueno.
Sabía qué le iban a preguntar y respondió: “No, no tengo pa’ poner hoy, igual ahora ya me comí un pan”.
“¿Sabes qué? Yo aquí traje un chocolate para hacer y un paquete de panes- le dije. Lo saqué de mi bolso y se lo entregué.
‘La Mona’ lo cogió y se lo entregó a uno de los hombres que estaban prendiendo el fuego. Ella se volteó y me señaló. Los dos hombres levantaron sus manos en señal de agradecimiento y me dijeron: “Mi Dios se lo pague”.
Me levanté de la acera y me dirigí a donde ellos para ver cómo iban a hacer las cosas. Sacaron agua de un balde y la vaciaron en una olleta. Echaron primero media panela y luego el chocolate, los panes los sacaron y los pusieron en una tabla al lado del fuego para que se calentaran.
“¿Y ustedes siempre trasnochan?”, les pregunté.
“Pues claro, en la noche es que nos hacemos la plata, salimos a reciclar, a ver qué nos encontramos por ahí. Hemos robado, pero menos de lo que usted cree, y cuando lo hemos hecho es ya por la última, porque estamos tirados del hambre y no hay otra opción. En serio, eso no lo disfruto”.
“Pues yo casi no, solo dos o tres veces a la semana, los otros días si duermo en la noche. Por ejemplo hoy es día de dormir, me acuesto temprano porque. Los domingos madrugo a ‘campaniar’”.
“Allí hay una plaza de drogas, me pagan 20 mil desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, y con eso sobrevivo hasta el martes o miércoles más o menos, porque más de la mitad se me va en vicio”, interrumpe ‘La Mona’ a sus compañeros.
“Uyyy se me va a encrespar el pelo, va empezar a llover”, dijo La Mona. Corrieron rápidamente la olla y el fuego y lo pusieron debajo de la tractomula. La Luna se escondió. Las gotas eran cada vez más fuertes. Estábamos sentados debajo de la tractomula los dos hombres de la fogata, ‘La Mona’ y la mujer del poste.
Ya era casi medianoche. La Luna salió de nuevo. Dejó de llover. La Mona ya tenía sueño y se quería ir a dormir. Se despidió, nos deseó una buena noche y me dijo riéndose: “Ahí lo dejo bien acompañado”. Entró a su ‘cambuche’. Segundos después regresó a pedir una candela.
“¿No que ya te ibas a dormir?”, le dije sonriéndole.
“Me falta la traba de medianoche para poderme dormir”, me dijo riéndose. Se quedó unos minutos más con nosotros mientras fumaba y poco a poco se iba yeeeeeeeeeendoooooooooo.
“Muchacho, váyase de una vez para su casa, vea que está muy tarde. Esto es lo que hacemos día y noche, nos la pasamos sobreviviendo en el día a día. Siempre uno de nosotros tiene que estar despierto. Aunque no lo crea, nosotros también tenemos peligros. Nosotros no somos el peligro. Una vez llegaron disparando a todos los que vieron, gracias a Dios solo mataron a una. Todavía no sabemos por qué, tal vez eran grupos de limpieza social”, me dijo aquella mujer que me había encontrado en el poste, con cara de impotencia y resignación.
Me despedí de ellos. Salí de aquel lugar. Una cuadra más adelante me di la vuelta y los vi mirándome. Me alzaron la mano y la movieron de un lado a otro, despidiéndose de mí. En ese momento salió ‘La Mona’ de su ‘cambuche’ y me gritó: “Chao mono, que le vaya bien, gracias por la comidita”.
Nota del editor: ‘Tato’ pidió que el autor de esta historia le tomara una foto junto a ‘La Mona’. Sin embargo, la imagen fue distorsionada para proteger la identidad de los protagonistas.
*Crónica elaborada en el primero semestre de 2015 para el curso Géneros Periodísticos 2