Ser mujer transgénero: una vida de mil colores
Entre risas y picardía se vive la vida como Linda Villamizar, una mujer que hace parte de la comunidad Lgbti y tiene sueños de cambio social y libertad en una Bucaramanga que ella llama de “mente cerrada”.
Texto y fotos Diana Marcela Pinilla Nieves – dpinilla49@unab.edu.co
Colaboración del Periódico 15 – Universidad Autónoma de Bucaramanga
En Bucaramanga, el 19 de noviembre de un año que nadie parece querer compartir por motivos personales, nació un varón. No era el primer hijo de la familia, pero sí el único que no sintió pertenecer al cuerpo en que residió al nacer. Su nombre masculino no le molesta, asegura Linda Cristal Villamizar García, pero prefiere no compartirlo.
A los cinco años ya sabía que estaba en un cuerpo ajeno. Entre un grupo de pequeños correteándose, sintió algo curioso por otro niño. Era natural que aquel ingenuo ser humano se preguntara por qué se sentía de esa forma y si era normal.
“La ventaja de ser un niño enfrentado a este dilema es que no tienes la capacidad de pensar que eres diferente a todos los demás que ‘sí son normales’,” medita con una leve sonrisa que parece ser dolorosa y liberadora al mismo tiempo.
Al percibir que no era como los demás, y por miedo a que su familia, amigos o profesores la rechazaran, se reprimió y escondió sus sentimientos. Cuando tenía siete años recibió un regalo de su mamá, Rosa Nubia García Palomino: un par de zapatos de charol. Los vestía con pantalones cortos sin importar que el pequeño pensara que se veía como el Chavo del Ocho.
En realidad, esto le fue de poca importancia al descubrir que su calzado sonaba como un tacón. Aun cuando, por esta razón, se sentía dichosa al usarlos, el pequeño trataba de entender el porqué de sus peculiares gustos.
Debido los orígenes humildes de la familia, Linda explica que no podía decirle a su papá “me gustan los zapatos de charol porque suenan como un tacón. Primero me da una ‘muenda’ (golpes) con ellos y luego los quema para que se me quite la ‘maricada’.”
Muere el niño y nace Linda
A los 13 años el cuerpo de los varones empieza a transformarse: les salen vellos, les cambia la voz y su órgano reproductor aumenta de tamaño.
“Vi la metamorfosis de niño a hombre de mi hermano mayor. Pensaba, ¡válgame Dios! En el momento en el que a mí me vaya a suceder eso, ¿qué voy a hacer?”, comenta entre risas pícaras Linda Villamizar.
Pero sus quince años no le había salido ni un pelo, no le cambiaba la voz y su aspecto no era masculino. Su única preocupación fue un crecimiento anormal de sus aureolas.
Rosa lo mandó a “secretear” con el curandero del barrio. Como no funcionó, lo hizo ver de un sobandero “de esos de descuaja- duras y de aberturas de pecho”. Después, “un rezandero le hizo un tratamiento en los senos porque le estaban creciendo”. Nada funcionó.
A los 18 su apariencia física era igual. “Yo me aplicaba hasta caca de gallina con tal de no cambiar”, admite Linda.
En ese momento comprendió que algo diferente pasaba en su cuerpo. Llegó a la conclusión de que todo se debía a que no se aceptaba a sí misma. Y fue a los 19 que lo pudo hacer; a los 20 empezó el cambio físico y a los 21 tuvo su primera relación sexual.
Tiempo después inició el tratamiento hormonal que le cambiaría la vida. Un procedimiento que terminó hace ocho años y que empezó impulsada por el deseo de cambiar el estigma que tenía su familia sobre ella.
Como le ocurre a la mayoría de los transgénero, fue rechazada por sus familiares. Ahora, independientemente de su consanguinidad, llama familia a aquellas personas que la quieren, valoran y respetan por ser quien es sin prejuicios ni reproches.
Renacer
El cuerpo al que dio a luz Rosa Nubia fue de Bucaramanga, pero Linda Cristal Villamizar García nació en Cúcuta. “Esta fue la primera ciudad que me vio en tacones y con un vestido. Mi familia me amó y me respetó”, cuenta la protagonista de esta historia.
Su nombre también se lo otorgó la capital nortesantandereana. Ella siempre había soñado con un hombre que se pareciese a los cubanos, pero se casó con un colombiano que “en realidad mostró su amor hacia mi como mujer y que me respetó como tal hasta que murió. Él fue quien me llamó Cristal”, dice sonriendo.
Aunque su transformación fue dura, siente que su abundante amor propio le dio fuerzas para superarlo y seguir evolucionando. Aprendió el arte de aumentar la belleza y ahora se dedica a ser estilista.
Asegura que su cambio fue lo mejor que le ha pasado en la vida y por eso busca que otras mujeres transgénero puedan sentirse igual.
“He estado en congresos de la comunidad Lgbti en Bogotá y todos queríamos compartir y darnos a conocer. Mi propósito es acabar con el señalamiento y la marginación a la que hemos sido sometidos, y erradicar las palabras transfobia y homofobia”, expresa Linda.
Reproducirse
Para Linda, la vida de una mujer transgénero es un espectáculo. Explica que se debe a que viven “como en un reinado: siempre con la corona en la cabeza y el cetro en la mano”.
Debido a esto sueña con crear un ambiente en Bucaramanga en el que su comunidad pueda disfrutar, aprender y compartir con el resto de la población. Esto lo puede lograr gracias a que fue escogida por voto popular, hace cinco años, como presidenta de la Mesa Técnica de la Comunidad Lgbti en Santander.
Trabajando de la mano con la Gobernación para mejorar la calidad de vida de estas personas en la región, ha logrado otorgar becas académicas y ha conseguido apoyo económico para el emprendimiento.
También ha apoyado a la Policía Nacional para capacitar organizaciones, colegios, universidades y fundaciones para cambiar la visión de la ideología de género en la ciudad.
Aunque se han creado y fortalecido las Mesas Técnicas en Floridablanca, Barrancabermeja y Piedecuesta, tiene una meta clara: Girón.
“Además queremos desplazarnos a San Gil, Lebrija, Socorro y otros lugares donde la comunidad Lgbti aún está escondida”.
La Linda Villamizar de ahora es una mujer colmada de alegría y fortaleza, con ganas de comerse el mundo y dejar una semilla sembrada en cada corazón: un legado de amor y de respeto. De aceptación.
Cada quien tiene derecho a ser quien quiera ser sin que otros lo repriman y juzguen por ello, comenta.
Y es que, para ella, esa es la vida de la comunidad gay. Una vida que vibra con los siete colores de su bandera.
“Los colores son alegría, llaman la atención, dan vida y se te impregnan en la piel cuando te haces un tatuaje o te maquillas, pintas el cabello o las uñas. Reflejan quién eres. Es por eso que los seres homosexuales somos maravillosamente hermosos en la multitud de colores que queremos reflejar”.