Rocío siente dolor por su pueblo

Aunque ya desapareció de la agenda noticiosa de los grandes medios de comunicación del país, la tragedia de Salgar sigue para los habitantes de este municipio del Suroeste de Antioquia.

Por María Camila Guerrero Moreno

mguerrer@eafit.edu.co

Fotos Pablo Orozco

Rocío Gallego está destrozada. Las que hace algunos años eran sus compañeras de juego y de estudio ahora están muertas o destruidas por el profundo dolor que les deja la pérdida de sus familiares y la angustia que les acompaña al verse en la absoluta pobreza.

Esta mujer nació y creció en Salgar, actualmente vive en Medellín y por cuestiones de trabajo visita el pueblo frecuentemente para acompañar a sus familiares y amigos. En su adolescencia vivió en el sector donde fue más grave la tragedia, la vereda La Margarita, y es esta la razón por la que va a apoyarlos y a ofrecer su ayuda.

Desde la madrugada del pasado lunes 18 de mayo de 2015 las personas tienen miedo e incertidumbre, no saben qué va a pasar con sus vidas. El desborde de la quebrada La Liboriana, que atraviesa el área urbana de Salgar, acabó con un centenar de vidas, animales, también con casas, camas, juguetes, electrodomésticos, cuadernos, productos de aseo, ropa, zapatos, comida… pero, sobre todo, con la tranquilidad de los habitantes.

En el amanecer, los residentes de Las Margaritas sintieron como crujía la tierra y escucharon como se golpeaban entre si las rocas y los troncos que bajaban por el cauce de esta quebrada.

Ya por todos era conocido el peligro en el que estaban, pues se habían dado alertas por una falla geológica que existía en el sector montañoso arriba del pueblo –donde se represó la quebrada y luego se vino en avalancha– y se conocía que hace aproximadamente 50 años había ocurrido una tragedia similar.

En aquel entonces murieron varias personas, pero no alcanzó las más de cien víctimas fatales, incluyendo a los desaparecidos, que dejó la tragedia reciente.

La esperanza de las ayudas

Rocío se dirige al coliseo, un lugar pintado de verde, blanco y azul, como la bandera de Salgar, iluminado y pequeño, ubicado en el parque principal. En el lugar hay un albergue en el que se encuentran centenares de damnificados. Es ruidoso, todos se quejan, todos lloran y gritan.

En el sitio se encuentra con muchos conocidos, todos resquebrajados en el llanto. Ella les trata de dar una voz de aliento y les dice que el gobierno no los va a abandonar, que ya se había realizado en Medellín una reunión de líderes políticos que junto con Álvaro Uribe Vélez y las familias de poder económico y político del pueblo –como los Posada, los Uribe y los Gómez- habían hablado que con sus propios recursos iban a dar solución rápida de vivienda a 30 familias.

Al oírla, las personas contestan: “¡Bendito Dios, tenemos que abandonar nuestra suerte en la voluntad del Señor!”

Rocío les dice: “Juan Manuel Santos también prometió que iba a dar un subsidio por familia de un valor de 250.000 pesos mensuales para pagar un arriendo y 20 millones de pesos por familia para solución de vivienda”.

Uno los que la escucha contesta: “¿Y dónde vamos a conseguir casas para pagar arriendo para tantas familias?”

Aquello es un ir y venir de preguntas y respuestas marcadas por la ilusión, la angustia, el miedo y la desolación.

Los lazos de solidaridad

Rocío sigue recorriendo el pueblo. Aunque no tiene el dolor de haber sufrido ninguna pérdida personal, la acompaña una inmensa tristeza de ver tanto dolor a su alrededor.

Continúa su camino hacia la Escuela Urbana de Varones, que es otro albergue improvisado, como también lo es la casa cural, las capillas y las casas de los allegados de los damnificados que, unidos en el dolor, se están dando la mano para salir adelante.

Por allí se encuentra con un líder político y él le dice: “Yo me comprometo a estar encima del gobierno para que todo lo que prometen lo cumplan y que no pase lo que pasa siempre en Colombia: que a los 15 días de una tragedia nadie se acuerda de ella”.

Todos se muestran dispuestos a colaborar. En ese momento llega un camión enviado por los comerciantes del Centro Internacional de La Moda, del municipio de Itagüí, y comienzan a repartir pantalones de adultos y de niños. Es sorprendente el grado de agradecimiento y resignación de estas personas que lo han perdido todo y cómo acompañan su gratitud con lágrimas, pidiendo que no se les olvide.

También llega un cargamento de bocadillos de Santander y aunque el gobierno pidió que no se envíen alimentos por la dificultad para manejar productos perecederos, las personas los reciben con mucha ansiedad, pues no saben como será el hambre el día de mañana.

En la primera semana después de la tragedia no hubo clases en los establecimientos educativos, pues los salones estaban ocupados con las víctimas. Ahora se puede ver como los niños poco a poco van recuperando su rutina académica. Esto les da un poco de tranquilidad a las familias y las hace pensar en que sí es posible salir adelante luego de todo lo sucedido.

Un clamor inconsolable

Mientras Rocío consuela a algunas personas y trata de distraer su dolor conversándoles, recibe una llamada. En pocos minutos se le acercan con varias cajas llenas de cobijas. Ella empieza a repartirlas a los niños: no solo es su iniciativa sino la de las madres que prefieren el bienestar de sus hijos antes que el de ellas mismas.

En un momento, uno de los pequeños le pregunta:

  • Señora, ¿usted tiene mucha plata?

Sin esperar una respuesta, el niño le dice:

  • Yo me quedé solo, mi familia y mi casa ya no existen, se los llevó la quebrada. ¿Por qué no me lleva con usted, señora?

Ella lo abraza y no logra evitar el llanto, lo coge de su pequeña mano y lo lleva a caminar. Se dirigen hasta la casa cural donde el padre Rubén Darío Gómez organiza la ubicación y la distribución de alimentos para las personas que están allí.

Realmente el municipio está lleno de un ambiente de dolor, huele a pantano húmedo, se escucha el llanto de padres por sus hijos, de hijos por sus padres, es un clamor inconsolable de desespero y preocupación.

La esperanza que queda

En estos primeros días después de la tragedia se puede ver a gran cantidad de bomberos, miembros de la Defensa Civil, policías, voluntarios de la Cruz Roja, abogados ofreciendo sus servicios, vendedores ambulantes del pueblo que salen para ver si logran vender así sea un aguacate… Cada grupo está trabajando pero todos tienen un mismo fin: ayudar, salvar vidas y darle apoyo a todo un pueblo que lo necesita.

Salgar es de fuerte creencia católica. El cementerio es el lugar más visitado en las últimas tres semanas, no solo por los dos entierros colectivos que se han realizado hasta el momento, sino también porque es el lugar donde las personas van a orar y a llorar por la pérdida de sus amigos y seres queridos.

Ya va cayendo la tarde y Rocío Gallego, antes de despedirse de su pueblo, asiste a la misa de seis de la tarde. Habla con el padre y le encomienda al niño:

  • Yo no me lo puedo llevar, soy sola y vieja, no tendría como cuidarlo, pero puedo ayudarle económicamente. No me lo desampare que yo estaré viniendo a darle vuelta y voy a hacer muchas campañas en mi trabajo y con mis conocidos para traer donaciones.

El padre le responde:

  • Dios la bendiga y le multiplique todo lo que pueda hacer por esta gente buena que entró en desgracia.

Llega la noche y al salir de la casa cural, Rocío se ve destrozada, agotada y desubicada. Da la sensación de no saber qué camino coger, camina varias cuadras, llega al lugar donde había parqueado su carro y con lágrimas en los ojos se marcha.

 

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