El Hambre
Dicen que lo que no se nombra no existe. El hambre se nombra, existe, pero tiene la facultad de hacerse invisible ante nuestra indiferencia: la vemos tan lejos que no nos importa. Una reseña sobre este libro del escritor argentino, publicado en el año 2014.
Por María Antonia Ruiz Espinal – mruizes1@eafit.edu.co
El hambre se alimenta —paradójicamente— del poder de unos para arrebatarles a otros. Se alimenta, también, de “la exclusión como condición necesaria —y nunca suficiente—” para mantener un orden mundial, un orden mezquino.
Por esto, si alguien quiere vivir tranquilo por el resto de su vida no debería leer este libro. Si alguien aprecia la burbuja en la que vive y no quiere que se la exploten, no debería leer este libro.
Desde la primera frase hasta la última, el lector se va a enfrentar, a sentir y a imaginar y no va a alcanzar a comprender, como plantea el autor —Martín Caparrós—, por qué carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan esas cosas: que 25000 personas mueren al día por causas relacionadas con el hambre.
Este libro, un híbrido entre crónica y ensayo, está compuesto por voces muy diferentes, separadas por barreras geográficas y culturales; sin embargo, en el fondo, son voces de personas que padecen lo mismo pues son hijas del mismo mal:
El hambre más brutal e inimaginable, esa que deshumaniza y convierte al hombre en el insignificante polvo que es, esa que no conocemos muchos, de la que hemos escuchado por ahí en un documental, o la que hemos visto por ahí en fotos, o la que sale por ahí en las noticias: esa hambre que está tan lejos de nuestro comedor, de la cocina y del refrigerador.
El hambre de otros que viven lejos o a la vuelta de la esquina. Esa que padecen los pobrecitos negritos de África y que, en su diferencia, no caben en nuestro ególatra concepto de hombre occidental: digno y civilizado, ese egoísta con halos de superhombre.
Eso somos: egoístas
Caparrós, siempre consciente de su escritura, y en su búsqueda por tratar de explicar un hecho tan común y cotidiano para miles de millones de habitantes del planeta, pero tan alejado para otros miles, hace de este libro una obra incómoda y necesaria, una fuente de verdadero conocimiento que devela el mundo manipulador que hemos construido.
Un mundo copado —hasta el límite— de eufemismos, lo mejor que nos hemos inventado para maquillar la realidad y, hasta ahora, el mejor obstáculo para el entendimiento. Un sinnúmero de viles insinuaciones que ciegan, dopan los sentidos y acaban por matar a muchos otros que, al final, resultan siendo víctimas sin victimarios: su hambre, su miseria, su muerte es culpa de todos y de nadie.
A través de su prosa, el autor logra que los lugares visitados se vuelvan tangibles, transitables. De esta forma, es posible escuchar el ruido de las calles de Calcuta; percibir, sin tocar, la mugre de los mercados, el sudor de la gente, el olor a mierda de las vacas y bueyes; permite, también, sentir asco, repulsión y pena por el trabajo de los “cirujas” en las montañas de basura de José León Suárez, en Argentina; asimismo, deja ver los cuerpos derramados, deformados y derrotados de los obesos que caminan por las calles de Binghamton, en Estados Unidos.
Más que libro es experiencia y, después de leerla, imaginarla y creer sentirla, cambia percepciones y es imposible seguir viviendo sin tener consciencia del otro. Más que libro es una invitación y obliga a pensar en el otro —en el más lejano, en el más cercano— antes de actuar. Más que libro es un despertador de sentidos y de consciencia: después de leerlo, se va considerar como máximo privilegio poder llevarse a la boca cualquier migaja de pan y, de ahí para adelante, los demás alimentos —una sopa, un pescado, un helado, un dulce— serán un lujo extravagante que solo disfrutarán unos pocos, será un “despilfarro de privilegio”.
Comer es eso, un despilfarro de privilegio.
Los personajes de esta obra dan cuenta, a través de vivencias específicas, de una situación habitual que se vive en el “OtroMundo”. Los relatos de Anita, Aisha, Carlos, Ramona, Nicky, Sharma, Sadadi, Geeta, entre otros, son pedazos de historia y fragmentos de escenas cotidianas que Caparrós describe impecablemente manteniendo la voz de cada uno, sus acentos, muletillas y demás características que hacen del lenguaje un asunto cultural, regional, el pico diferenciador.
Sin rodeos, el libro expone el problema del hambre como un instrumento político de manipulación que a algunos les conviene mantener. Y lo explica, sencillamente, a través de testimonios, realidades crudas y sin eufemismos, como un libro de verdad.