Puertas, llaves y cerrojos
Demoler el Mónaco es como tumbar a la fuerza una puerta que las víctimas del narcotráfico quizá nunca han querido (o no han podido) abrir.
Por Sara L. Gual Fernández
sgualfe@eafit.edu.co
Uno de los argumentos que justifica la Alcaldía para realizar la demolición es que el costo de la reconstrucción del edificio sería muy alto, sin embargo, el proyecto en el que se encuentra la construcción de un parque memorial, llamado “Medellín abraza su historia”, cuesta 30.000 millones de pesos.
Suma que equivale a cimentar dos veces la biblioteca Pública Piloto o construir ocho veces la ciclorruta que atraviesa Medellín.
El segundo alegato es que el Mónaco no representa más que otra parada de los narcotoures que cientos de extranjeros realizan para conocer la historia de Pablo Escobar.
La alcaldía afirma que en Colombia ha habido una “deuda narrativa” con respecto a nuestra propia versión de los hechos, que deriva en una mala fama que la industria del entretenimiento alimenta.
Para contar un relato distinto se tiene que destruir el Mónaco. Winston Churchill decía que: «la historia la escriben los vencedores», pero Colombia parece no poder hacerlo, o quizá aún no se siente vencedora.
Hubiese sido mejor tocar…
Si bien es cierto que Pablo Escobar simboliza algo muy distinto en el exterior a lo que encarna para la gente que vivió en Medellín en esa época, la implosión del Mónaco es un símbolo en sí mismo violento.
Un acto de perspectiva simplista que no convoca a la discusión pública sobre el narco como protagonista mediático, como un personaje de ficción, como época dolorosa para la cuidad y para el país.
Cambiar la narración de la historia demanda procesos mucho más complejos que derrumbar un edificio.
“Frente al anuncio que hace la Alcaldía queda una sensación agridulce. Por un lado, indudablemente, es un aspecto positivo el que se le otorgue importancia al tema del narcotráfico, precisamente desde la perspectiva de la memoria, pero al mismo tiempo es una decisión tardía e improvisada.
No encontramos un proceso previo en términos de diálogo o debate”, comentó Ana María Jaramillo Arbeláez, socia fundadora e investigadora de la Corporación Región, un día previo a la demolición durante la charla “¿Cómo narrar el narcotráfico?”, llevada a cabo en la Universidad EAFIT.
Parece no haber un conocimiento profundo acerca de las víctimas. ¿Cuál es el criterio para ser reconocido como víctima del narcotráfico? ¿Cuáles van a ser esas personas homenajeadas en el memorial? ¿Cuál es la línea que divide la víctima y el cómplice, el victimario y el héroe?
Según el secretario privado de la alcaldía de Medellín, Manuel Villa, se construirá un memorial en honor a los héroes de la Policía Nacional y a un total de 46.612 muertes violentas registradas entre los años 1983 y 1994, muertes que, en palabras del secretario, son una cifra que se queda ahí, en nada más que un número anónimo.
Y esperar a que abran…
Santa María de los Ángeles es un sector del barrio El Poblado poco accesible, un lugar de clase alta con muy poca gente, que tiene población flotante solo en horario de oficina.
Alejandro Echeverri, ex gerente general de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín (EDU), actual director de Urbam, el centro de estudios urbanos y ambientales de la Universidad Eafit, ha dicho públicamente que:
“Hay un tema que se debería de estudiar en relación con el sitio y el proyecto que se va a hacer, es un lugar con poca actividad humana alrededor y con muy poca accesibilidad. Los espacios públicos no tienen sentido público en sí mismos, es decir, ningún espacio público tiene per se un sentido, sino por una dinámica y una actividad en el entorno que se apropia del sitio”.
Es difícil imaginar cómo se sostendrá un diálogo abierto para la apropiación y la construcción de la memoria colectiva en un lugar así.
Es indudable que Medellín necesita un espacio para la interacción de las partes, en donde se hable y se recuerden sucesos que todos callaron.
Porque el silencio no solo fue por parte de las víctimas, el Estado también quiso hacerse a un lado sin preguntar: ¿Cuáles fueron las condiciones que nos permitieron aceptar (incluso querer) a un personaje así? ¿Qué parte de la responsabilidad tuvo el Estado?
¿Qué estamos haciendo para que esto no se repita? Un lugar que incite al debate vivo de la historia y no solamente un mausoleo o un monumento que luego se olvide.
Un ejemplo cuantificable de un proceso de memoria real son los espacios públicos que se crearon en las comunas, respuestas de las sociedades que, golpeadas por la violencia, se apropiaron de lugares, crearon colectivos, inventaron festivales y fundaron casas culturales como una necesidad social.
Pero derrumbar la puerta es mucho más taquillero…
El tema de la construcción de memoria colectiva es algo realmente difícil, sobre todo cuando se trata de una figura como Pablo Escobar.
Aun hoy no existe en Medellín ninguna organización de víctimas del narcotráfico y lo ocurrido el viernes pasado se constituye en el primer reconocimiento público alrededor de la dignificación de las víctimas.
Pero sin estar en el plan de desarrollo, sin un consenso general previo, de manera apresurada y casi arbitraria, en un solo día se hace mención honorífica, evento de etiqueta y concierto televisado para la demolición de un armatoste de cemento.
¿Si hemos sido tan contundentes como ha sido la ficción?, se preguntaba el secretario privado de la Alcaldía, mientras mencionaba a Narcos, la serie de Netflix que ha tenido éxito mundial y que es una de las producciones que rechaza y desaprueba el alcalde Federico Gutiérrez.
Pero sí, podríamos decir que sí, no cabe duda, el evento en el Club Campestre de Medellín para demoler un edificio, con concierto y 1600 invitados especiales, fue digno de una producción hollywoodense; sin embargo, la pregunta que queda en el aire es: ¿si será suficiente para dignificar a los miles de víctimas del narcotráfico en Medellín?