Levantarse una y mil veces
Por Andrea González Osorio
avgonzaleo@eafit.edu.co
La Nueva Jerusalén es una comunidad que alberga a 4 mil familias, que en su gran mayoría han sido desplazadas por el conflicto en diferentes secores del Valle de Aburrá.
Una de las personas que hace parte de esta comunidad desde hace 11 años es Luis Alexander Quintero Duque, que, con 32 años, ha tenido que enfrentarse a diversas problemáticas de vida, que hoy en día lo han hecho perseguir el camino de Dios.
El martes 26 de febrero del 2019 mis compañeras de clase de Reportaje y yo decidimos volver a la Nueva Jerusalén, esta vez para hacer un recorrido por la comunidad y conocer este sector que habíamos escogido para hacer un reportaje.
Cuando llegamos, igual que la última vez, nos esperaba doña Rosita, quien es un referente de la comunidad; y Alex, un hombre moreno, de 1.70 de estatura, con una sonrisa gigante y una nobleza que lo caracterizó desde la primera vez que entablé una conversación con él.
El primer día que fuimos a la comunidad conocí a Alex en El Ropero, el lugar donde guardan las prendas que son donadas a la parroquia del barrio para venderlas a un precio muy económico y asequible para las personas que habitan en la Nueva Jerusalén.
Aquella tarde se presentó y nos relató un poco de su historia. Recuerdo que ese día nos contó que él había sido uno de los primeros habitantes de esa comunidad, que era víctima de desplazamiento forzoso por culpa del conflicto en su pueblo. Añadió que tiene tres hermosos hijos y que con la ayuda de su familia le ha toca sacarlos adelante. Además, dijo que, al igual que doña Rosita, es un referente en la iglesia San Cirilo, que está ubicada en esta comunidad.
Después de ese día, yo había quedado intrigada por conocer más a fondo la historia de aquel hombre. Por eso mismo, en la segunda visita mientras Rosita y Alex nos daban el recorrido, decidí conversar con él y que me narrara su vida y su experiencia.
Primero, se me presentó formalmente, me dijo su nombre completo y su edad, además me contó que nació en el municipio de Santuario, Antioquia, y que toda su vida vivió allí, pero que desde hace 11 años había llegado a Medellín en busca de un nuevo hogar.
Él fue desplazado por conflictos personales en su pueblo, pues hace varios años llegaron unos hombres a tomar el control en Santuario para desalojar a las personas.
Una noche, entre copa y copa, Alex tuvo un problema con uno de ellos y fue tan serio el conflicto que él termino en el Hospital San Juan de Dios, gravemente herido por los golpes que le habrían provocado esas personas, además de recibir la amenaza de que no se volviera a parecer por el pueblo. Así que, el hermano mayor de Alex, Esteban Quintero, fue por él al hospital para que pudiera empezar una nueva vida.
El padre, la madre, las cuñadas, los hermanos y los cuatro sobrinos de Alex ya vivían hace algún tiempo en Nuevo Jerusalén, pues mientras él vivía con la familia que formó en Santuario, su familia de nacimiento ya había sido desplazada por la guerrilla en Santo Domingo, Antioquia, y se habían tenido que desplazar hasta Medellín para encontrar un refugio en donde vivir.
Como la gran mayoría de los primeros habitantes de esta comunidad, a la familia Quintero Duque le regalaron un lote para poder construir su propia casa y gracias a ello le dieron la posibilidad de seguir su vida en este lugar.
Por esto, Alex tenía dónde vivir después de este conflicto, sin embargo, él no podía instalarse en Nueva Jerusalén y dejar a la madre de sus hijos, Claudia, y su hijo Johan Sebastian, quien hasta el momento era el único hijo de la pareja, en Santuario.
Entonces ella y el pequeño se trasladaron a la comunidad, con tan solo algunas bolsas con la ropa de los tres, dejando toda su vida en aquel pueblo.
A pesar de que Alex estaba agradecido con su familia por haberle brindado un hogar en un momento tan difícil, a los cuatro meses de estar en la comunidad él, Claudia y Johan compraron un lote cerca de la vivienda de los padres de Alex para empezar a construir su propia casa.
Mientras estábamos cruzando por el alcantarillado improvisado de la comunidad, Alex recordó cómo fueron los primeros ocho meses de aquella estadía. “Fue desastroso, no teníamos servicios, nos tocaba caminar bastante hasta el otro lado (el barrio París) por baldados de agua, y para la luz todo el tiempo teníamos que tener prendida las velas.
Otra cosa muy difícil era que no teníamos baños, pues para hacer nuestras necesidades nos tocaba en bolsas y después tirarlas para el monte”. Ante que sentir vergüenza, lo contaba con tranquilidad, pues después de esos meses adversos fue creciendo la población de la comunidad y se vieron en la necesidad de dar una solución a estos problemas.
Entre aproximadamente 100 personas recogieron dinero y compraron varias trenzas de cable de acero para pasar electricidad en forma de contrabando desde el barrio París hasta la Nueva Jerusalén. Así mismo lo hicieron con el agua, pues compraron varios tubos y crearon un acueducto.
“Cuando ya tuvimos luz fue una felicidad gigante, sacamos los equipos de sonido, celebramos, estábamos contentos y unidos, pero esa felicidad nos duró tan solo 15 días”, me dijo Alex en medio de carcajadas. Me contó que la administración de Bello quería sacar a todos de este asentamiento, por ello la Alcaldía se encargó de cortarles los servicios que los mismos habitantes habían hecho.
Pero la comunidad era perseverante y no quería volver a tener que sufrir otra vez las mismas necesidades, pocos días después, se volvieron a reunir para instalar todo de nuevo y desde entonces la Nueva Jerusalén cuenta con servicios de contrabando.
Ya llevábamos aproximadamente dos horas caminando, habíamos llegado al sector Guadalupe y Alex me seguía contando su historia de vida. De un momento a otro, me empezó a contar una historia más personal.
Un camino esquivado
Hace cuatro años la mamá de sus hijos los abandonó. Lo más duro es que Alex se convirtió en padre cabeza de familia de tres hijos, pues ya no era solo Johan Sebastian, ya tenían a Thiago Alexander y Michell Mariana, quien era una recién nacida en ese momento.
Él cuenta que fue una de las situaciones más tormentosas de su vida. Claudia y él llevaban diez años juntos, se conocían desde los 19 y había construido una hermosa familia.
Él creía plenamente en ella, pero doña Luz, su madre, le había dicho en varias ocasiones que mientras él se iba a trabajar en un lavadero de carros que quedaba en el barrio El Poblado de Medellín, desde las 5:00 de la tarde hasta las 8:00 de la noche, Claudia dejaba los niños en la casa solos, pues se dedicaba a consumir drogas.
Alex no le quería creer a su madre, pues jamás habría imaginado que ella podría llegar a hacer semejante fatalidad. Después de un tiempo, se dio cuenta, pero ya era demasiado tarde, pues cada vez ella estaba más adentrada en el mundo de las drogas.
El 5 de febrero del 2015, Alex recuerda con mucha tristeza que Bienestar Familiar se llevó a sus tres hijos para darles un lugar más apto para vivir.
En ese momento, Alex no supo qué hacer y a pesar de que iba cada 8 días a visitar a sus hijos en aquel centro, porque mientras me contaba todo, él me aseguraba que su intención nunca fue abandonarlos, él, al igual que Claudia, consumía heroína, cocaína, pastillas, entre otras muchas drogas que se le aparecían en el camino.
Como si fuera poco, el 11 de febrero, a Alex le matan, en el mismo barrio, a uno de sus hermanos por problemas personales. “Fue un momento duro, me descompuse mucho y me tiré a la calle a consumir drogas y alcohol”.
Después de 5 meses de estar asistiendo a citas con psicólogos y doctores para ayudarle a salir de este vicio, Bienestar Familiar le otorgó de nuevo el privilegio de tener a sus hijos en la casa.
Claudia se había ido, y Alex tuvo que vender el lote de la casa y se fue con sus tres hijos a vivir con sus padres y hermanos. Sin embargo, ese fue el momento donde Alex tocó fondo y a pesar de tener el apoyo de su familia y a los hijos en casa, ya no trabajaba y lo que ganaba era para poder consumir drogas.
Mientras me contaba todo esto, me atestiguaba que hoy en día está muy arrepentido y que recuerda plenamente el sufrimiento de la familia por verlo tan decaído en el vicio.
Después me contó que fueron momentos muy duros, hasta hace dos años que habló con el padre Iván, el sacerdote de la iglesia de San Cirilo, porque fue la única persona que lo hizo recapacitar, enseñarle lo valioso que es la vida, mostrarle la realidad de su familia y encaminarlo en la vida del señor Jesús. Empezó a ir a charlas de la Iglesia, a la Eucaristía y a retiros que le ayudaron a seguir este nuevo estilo de vida.
Antes de terminar el recorrido, Alex finalizaba su historia. Actualmente sigue viviendo con sus padres, y a pesar de que está desempleado, dice que tiene la mejor labor y es servirle a la parroquia de la comunidad.
“Me siento muy orgullosa de verlo en los caminos de Dios y haberle visto ese cambio que tuvo para bien”, me dijo doña Luz, la madre de Alex, cuando pasamos por la casa de ella y le pregunté que sentía por él.
Cuando finalizamos el recorrido en el semanario de la comunidad, hablé un rato con doña Rosita y en medio de la conversación le pregunté quién era Alex para ella. “A parte de mi amigo, lo considero mi hermano, mi apoyo, somos como una familia, lo conocí hace cuatro años y resalto de él que es un muchacho muy inteligente, que viene de una familia muy humilde y sencilla.
Es un muchacho echado para adelante, porque a pesar de todas las situaciones que ha vivido, tiene muchas ganas de sacar a sus hijos a delante”.
A las 4:00 de la tarde, cuando ya era momento de irnos, me despedí de Alex, no antes sin agradecerle que se hubiera expresado conmigo de esa forma, pues yo era una completa desconocida para él y me contó sin pena alguna cada dificultad por la que había pasado hasta aquel día, llevando siempre la cabeza en alto y encontrando en Dios una segunda oportunidad de hacer las cosas bien y vivir plenamente feliz con su familia.
Aquel día me fui con una sensación diferente, yo ya había conocido historias similares por noticias, crónicas o un voz a voz, pero jamás que me lo hubiera contado la misma persona que ha vivido estas adversidades.
Aquel día, mientras él me contaba todo, por medio de sus gestos, sus historias, sus expresiones, me imaginaba cada situación que vivió y, más que eso, pensaba en que era un berraco, pues para mí, él es un gran ejemplo del dicho que desde pequeña me ha dicho mi madre: “Si te caes mil veces, te vuelves a levantar mil y una vez más”.