La voz de El Hueco, el paraíso del comercio en Medellín
Ruido. Mucho ruido. Negocios por donde quiera que se mire. Willie Colón se escucha en una esquina, J Balvin en otra y Jhonny Rivera más allá. En la puerta de los locales, los vendedores están de cacería: acechan a los nuevos clientes.
Es un lugar que todos conocen en la ciudad. Se llama El Hueco y es de los más tradicionales del comercio en una región que ha sido de comerciantes.
Por María Clara García Henríquez y Rolf Arias Díaz / mcgarciaheafit.edu.co – rariasd@eafit.edu.co
Se llega a ver un vendedor que desde un par de metros afuera de la tienda emite un simpático discurso: “Buenas, buenas, a la orden, ¿Qué necesita? ¿Busca pantalones, camisetas, relojes? Bien pueda caballero, bien pueda mi amor».
Busca asesorar a los visitantes durante su estancia en la tienda para poder asegurar una venta. Incluso si no tiene punto de venta en un local específico, vende en el camino.
Se ven vendedores de frutas como piña, papaya, mango, ofreciendo la cosecha a punta de megáfono.
“¡Dos piñas, dos piñas a 3 mil pesos! Llévelas, llévelas, ¡fresquitas y jugosas!”, dice un señor, mientras una mujer que lo acompañaba empujaba el carro de frutas desde una esquina de la calle hacia la otra a través del tráfico vehicular.
En El Hueco esta clase de ventas es una de las más populares, una de sus insignias, una de sus particularidades percibidas cuando se pasa por el sector. En casi ningún otro rincón de la ciudad se observan estas actividades tan repetidamente. Es por esto que El Hueco es el epicentro del comercio en Medellín.
“Caos, mucho caos. Esto es un caos constante todo el tiempo. De 9 a.m. hasta las 7 p.m. Esta es la experiencia de El Hueco”, afirma Mónica Higuita, encargada de Espacio Público de la Alcaldía de Medellín, quien monitorea una parte del sector al lado del Palacio Nacional.
En este momento, a la experiencia de los miles de sonidos en el sector, se le añade otra que peculiarmente será más efímera que las demás: los ruidos de martillos, taladros, perforadores, retroexcavadoras y otros artefactos de construcción.
Esto se da porque la Alcaldía de Medellín está reformando algunas aceras y zonas de esparcimiento público, principalmente las que están debajo de las vías por donde pasa el Metro.
Según Alejandra Giraldo, la dueña de un kiosko llamado La Sabana y cercano a uno de estos sitios de obra, los sonidos de construcción tomaron todo el protagonismo.
“Yo ya estaba acostumbrada a que la gente fuera y viniera, y que en las tiendas estuvieran vendiendo afuera, pero los sonidos de esos taladros me estresan mucho. Menos mal ya están que terminan”, dice Alejandra.
Un fin de semana
Pero esto no siempre fue así. Hace casi 50 años comenzó todo. El primer negocio que se montó fue un hotel en la esquina de Carabobo con Maturín. Comerciantes que iban a San Andrés traían la cantidad de mercancía permitida y la vendían allí. La gente iba a conseguir los bienes más económicos.
El negocio se expandió por el sector y un hotel transformó sus habitaciones en locales, para darle nacimiento a El Hueco. Es así como se ha ido esparciendo sin permiso, sin reglas, libremente entre el centro de la capital antioqueña, imprimiendo su sello característico con el correr de los años.
Personas como Oscar Julio Tabares Ríos, quien lleva doce años trabajando allí vendiendo tapetes, ha visto una transformación en la calidad humana.
Él piensa que el trato y la comunicación que se da en este lugar ha mejorado notablemente gracias al esfuerzo tanto de comerciantes formales como informales y al apoyo de la Secretaría de Espacio Público.
Un sábado se evidencia todavía más gente en El Hueco. Dado a que es fin de semana y muchas personas no tienen que trabajar, aprovechan el tiempo para averiguar cosas y comprar y, consecuentemente, hay más comerciantes.
Entre bachata y reggaeton se va despertando El Hueco. A las 7:00 a.m. del sábado 19 de mayo se comienzan a escuchar los pasos y movimiento de cientos de personas. Estas caminan de lado a lado para encontrar al mejor precio las cosas que necesitan comprar.
Camisas, pantalones, ropa interior, tenis, morrales, aparatos electrónicos y hasta ollas y utensilios de cocina. Los tenderos de los toldos a estas horas de la mañana están un poco callados. A pesar de eso, nunca falla un característico “A la orden, ¿qué se le ofrece?” para recibir a los visitantes.
Los locales del Hueco parecieran tener una competencia de parlantes, ya que a cada uno se le escuchan emisoras diferentes. Se oyen motos y carros pasando la calle y gente cruzando afanada. Pasa un sujeto vendiendo – “¡Maní, maní, maní!”, lo anuncia cantando.
– ¿Qué hubo parce? ¿Cómo le fue ayer?
– No, muy mal, ayer estuvieron muy suaves las ventas.
– No me diga parcero. ¿Suaves? Yo hice mi agosto ayer.
Conversan los venteros sobre los sucesos del día anterior.
Conforme avanza la mañana, los vendedores ambulantes se toman el protagonismo de las calles, por todos lados se escuchan sus variadas ofertas al sonido de sus altavoces.
“¡Ocho mangos por $2.000!”.
“¡Aguacate maduro!”.
“¡Lleve doce limones por $7.000!”.
En El Hueco también hay venteros ambulantes de comidas rápidas. En diversas cuadras del sector, en una parrilla hirviente se oye ¡tisss! al contacto con el aceite. El olor que despiden los chuzos al asarse es delicioso, atrae a cualquiera, lo hace a uno querer ir a comprar, sea la carne que sea y venga de donde venga.
-“¡A cinco mil, a cinco mil, manos libres, cargadores!”, grita un sujeto sin ayuda de un altavoz, atrayendo la atención de muchos clientes que se acercan a preguntarle por los objetos.
Entre el barullo y la agitación cotidiana de El Hueco se escucha una voz de acento diferente al paisa, de acento venezolano.
Se trata de Elkin Manuel Salgado, quien trabaja hace cuatro meses en el restaurante de comida variada, Bon Apetit, promocionando el menú. Sirven desde platos típicos hasta hamburguesas y perros.
En este sector de la ciudad se ven bastantes pregoneros, son muy llamativos. La competencia entre los parlantes y la música es tan feroz como el rugido de los motores al acelerar en un pique de carros.
Se oyen al mismo tiempo cosas como “Economía con la promoción, bienvenidos”, “Entre a Polito, 30 y 40 por ciento de descuento en ropa y calzado para todos, bien pueda siga”. A veces escuchar las disputas es tan estresante, que provoca salir de esas calles rápidamente.
La repetición de estos pregones por aproximadamente cinco horas al día no produce más que tos y daños en la garganta.
Al avanzar por otra cuadra, se escucha a los comerciantes negociando precios: “Vale $40.000 mi amor, pero le queda en $37.000”. Se oyen otros ruidos como bebés llorando, pitos, el chirrido de los buses, el zumbido del metro de Medellín y el rodar de las carretas que llevan cajas de mercancía.
Cerca al centro comercial El Hueco, «el número uno”, se escucha la pista de un tango reproducida por un ventero de discos instrumentales. Está vestido con un sombrero y corbatín.
Un vendedor ambulante habla de sus sandupas, una especie de sánduche con queso, salsas y mermelada, una comida típica santuariana. Dice: “Oiga, solo le vendo al que me compre. Se me están acabando y no va a quedar para ustedes”.
Logra sacar la sonrisa de las personas que pasan por la calle en ese momento.
En una esquina se puede ver un repartidor de tarjetas promocionando una bodega de jeans y tenis. Nadie las recibía, a pesar de eso continuó publicitando los productos a los transeúntes.
Entre las siete y ocho de la noche comienzan a atenuarse el bullicio de El Hueco, los sonidos de miles de personas provenientes de distintos municipios del área metropolitana de Medellín, de pueblos antioqueños e, incluso, de países vecinos.
El Hueco tiene una marcada identidad y reconocimiento dentro de la capital antioqueña. Allí, personas de todo oficio, estrato socioeconómico y nacionalidad se juntan de una forma que no se ve en ningún otro lugar de Medellín o el Valle de Aburrá.