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La trata de personas: 2,5 millones de víctimas en el mundo

La trata de personas es uno de los negocios más antiguos y mejor remunerados de la historia. Aún hoy existe y aumenta. Cada año se registran alrededor de 2,5 millones de víctimas en todo el mundo, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Una problemática que sigue latente, pero invisible: no se puede ver, nadie quiere hablar.

Por: Catalina Jaramillo, Paula Molina y Carolina Franco

Lo cuenta con naturalidad: la citaron en la Terminal del Norte. Mientras tres tipos le hablaban, ella copiaba atenta las indicaciones en su libreta. Diez minutos más tarde, se montó en un bus rumbo a San Jerónimo. Sus cuatro compañeras se dirigían a otros pueblos de la región. Las volvería a ver el domingo. Andrés Oliveros, Fiscal Seccional de Medellín, relata cómo una mujer de 36 años le habla sobre su trabajo: es prostituta. 

El fenómeno de la trata de personas consiste en el traslado de seres humanos de un lugar a otro, dentro o fuera de las fronteras de un país, por medio de engaños, fraude o coacción con fines de explotación ajena. Estudio, modelaje y baile. La lista de promesas es larga. Una mafia que contacta, engaña, falsifica y explota a miles de personas que por azar, necesidad o inocencia terminan siendo víctimas de una de las formas de la esclavitud en el siglo XXI.

En su mayoría es sexual, pero también se ven casos de abuso laboral, servidumbre, mendicidad o de extracción de órganos para la venta en el mercado negro. Está vinculada a otras formas de delito como la falsificación de documentos, el lavado de dinero y el tráfico de drogas, pero en este caso, la explotación sexual es lo que más afecta el estado emocional de las víctimas.

Según informes de la UNODC, las ganancias alcanzan los 32 mil millones de dólares en el año, la misma cantidad de dinero que invirtió la NASA en infraestructura de pistas, laboratorios y aeródromos para los cohetes a lo largo de toda la costa de Estados Unidos. Por esto, hoy, es la tercera actividad ilegal en ingresos, luego del tráfico de armas y del narcotráfico.

Con el sueño de trabajar por fuera y ampliar sus posibilidades de vida, dos tercios de las víctimas son mujeres, la mitad, menores de 18 años, y el 79% de ellas, sometidas a explotación sexual, cifra de la UNODC.

El General Jorge Daniel Castro, ex comandante de la Policía Nacional de Colombia, asegura que, para quienes cometen este delito, es sencillo conseguir a sus víctimas: son personas vulnerables y fáciles de engañar dada su ambición, juventud y necesidad de dinero.

Un problema viejo, con un nombre nuevo

En Latinoamérica, el tráfico de personas es considerado un crimen de expansión continental, un delito que ahora se visibiliza y se combate, pero ocurre desde hace varios siglos.

La explotación sexual tiene sus raíces, en el continente americano, desde la época de la Conquista. En cumplimiento de la ley de guerra, los conquistadores tomaban a las indias como recompensa. Esto dio origen al comercio sexual. Durante la Colonia, comenzó a reconocerse la gravedad de la problemática y se crearon las primeras normas que sancionaban la venta ilegal de mujeres.

Con los años, la problemática se agudizó. El término Trata de blancas se acuña en el siglo XX, en referencia al reclutamiento de mujeres europeas y americanas que eran comercializadas para servir como prostitutas en los países árabes, africanos o asiáticos. 

El término hoy es cuestionado, pues la problemática involucra personas de diferente sexo, edad, raza y nacionalidad. Por eso hoy se usa la expresión Trata de personas.

Otra esclavitud del siglo XXI

Las prácticas de esclavitud antiguas no parecen muy distintas a las hoy. En la actualidad, solo en América Latina, 100 mil mujeres por año son víctimas de este delito. Esta cifra se presenta en el documental Esclavos Invisibles, realizado por la UNICEF y MTV.

Toda relación de esclavitud está fundada en el principio de propiedad: los tratantes generan una situación de dependencia: las mujeres están a miles de kilómetros de sus países de origen, sin dinero, sin documentación, muchas veces sin el idioma. Escapar es prácticamente imposible. 

Marcela Loaiza fue víctima de la esclavitud sexual.  Su proxeneta, la amenazó desde el primer día. Le decía que había pagado mucho dinero por ella, que era de su propiedad. “Me debe 5 millones de yenes y deberá pagarme 20 mil diarios. Esa es su deuda por los trámites de documentos, pasajes y su manutención. Tiene que ser bien puta”, le decía. El testimonio lo recoge la revista mexicana Letras Libres, un país en donde cada día desaparecen al menos tres personas para ser convertidas en víctimas de esta esclavitud, según el diario La Verdad.

En algunos casos a las víctimas también se les vende la comunicación con sus familias, y, cuando envían cierta cantidad del poco dinero que les queda, deben depositar un porcentaje por la transacción.

De acuerdo con el General Castro, las personas que superan las condiciones de esclavitud sexual en el exterior, hablan y entregan información, pero hay pocas personas que pueden contar su caso. La mayoría nunca vuelve. 

“Desde Asia, por ejemplo, se han visto situaciones de explotación sexual con colombianas que les toca trabajar con 30 hombres al día. No hay cuerpo que aguante eso. No pueden abstenerse”, cuenta el Fiscal Oliveros.

Son muchos los procesos, pero pocas las condenas. La juez, Consuelo Laverde, explica que es un delito muy difícil de judicializar, pues mucha gente no denuncia. La verdad no se conoce: las víctimas callan, se sienten despreciadas, pero llegan a sus casas con 500 mil pesos después de un fin de semana de trabajo. En algunos casos, cuando deciden hablar, ya están fuera del país. Ahí sobrepasan las leyes y fronteras nacionales.

El caso colombiano

En Colombia, la prostitución se diferencia de la explotación sexual ajena en la medida en que la primera, es legal, regulada y ofrece derechos y garantías por opción laboral; mientras que la segunda no lo es, y además interviene un tercer actor que se lucra de la negociación del trabajo. Esta tercera persona o entidad, es el responsable de generar un precio en los cuerpos de las víctimas: los mercantiliza.

La Fiscalía General de la Nación revela que Colombia es el segundo país de mayor origen de víctimas de trata de blancas detrás de Brasil. Unas 70 mil personas son explotadas sexualmente cada año en Colombia, procedentes de los departamentos de Bolívar, Antioquia, Córdoba, Valle, Quindío y Bogotá, según el informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Una de las principales causas de la permanencia de este delito es el conflicto armado en el país, pues crea poblaciones de desplazados, entre ellos mujeres que caen después en manos de los tratantes.

Es claro que muchos menores de edad incurren en las redes por la desesperación que les genera vivir en medio de la violencia intrafamiliar. En algunas ocasiones, son los parientes o amigos quienes entregan a los niños a los tratantes. De acuerdo a una publicación de InfosurHoy, cinco dólares fue la cifra con la que una madre en Itagüí, Antioquia, vendió a su hija menor de edad a un hombre de 70 años para que abusara sexualmente de ella.

Según el testimonio del General (R) Castro, uno de los principales corredores a través de los cuales las redes ilegales transportan mujeres, es la frontera entre Colombia y Venezuela. La mayoría de las víctimas terminan en países europeos o asiáticos (muchos de ellos en la mafia japonesa, Yakuza).

Se han hecho intentos por solucionar el problema. Se ha desarrollado un marco constitucional sólido para prevenir este negocio ilícito. El General (R) Gallego asegura que “hay avances por parte del gobierno con los organismos de inteligencia y justicia, así como las acciones de los grupos especializados de la Policía Nacional. Sin embargo, aún hay trabajo por hacer”.

El ex comandante de la Policía destaca que, para enfrentar el fenómeno, es necesario trabajar en una educación social, policial y judicial. Es indispensable prestarle más atención a este problema social, que hace parte de la larga lista de negocios ilícitos en el país, y darle la importancia que se merece.

Víctimas invisibles

En Latinoamérica, el tráfico de niños y mujeres continúa, pero aún se desconoce la magnitud y gravedad del problema. Es difícil identificar a las víctimas y son muy pocos los casos que se investigan y sancionan.  Además, no abundan las denuncias. Según los reportes de la UNODC, se calcula que por cada desaparecida identificada hay 20 más sin reconocer.

A pesar de la gravedad de este negocio ilícito tan antiguo, muchas naciones no han enfrentado con determinación este fenómeno. Es necesario que las legislaciones cuenten con penalizaciones adecuadas, que existan organizaciones que vigilen la eficacia de los procedimientos y, además, se contemplen mecanismos aptos para detectar el problema, proteger a las víctimas y enjuiciar a los traficantes.

Las jóvenes que son forzadas al trabajo sexual forman parte de un mundo invisible, culpa del silencio, tantas veces cómplice, que continúa alrededor de este delito. El capitalismo, ya se sabe, es el que manda: mientras haya demanda, seguirá habiendo vendedores.

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