La paz de los sonidos terapéuticos
“Esa señora entró como en un trance, como si tuviera epilepsia”, cuenta Jorge Vélez rodeado de cuencos tibetanos, un didgeridoo y una flauta indígena, objetos que a simple vista no parecen instrumentos musicales, pero que resuenan con el cuerpo y el alma, como explica él.
Está hablando sobre una de las ocasiones en que uno de sus pacientes reaccionó de forma inesperada, pues, aunque los sonidos de sus terapias pueden llevar a las personas a cosas del pasado que quieren liberar y hacerlos llorar, no es usual que empiecen a convulsionar.
Por Mariana Yepes Álvarez
myepesa@eafit.edu.co
Al mirar a Jorge, resaltan sus brazos llenos de tatuajes con palabras en sanscrito y mantras, pero también su actitud, sencilla y relajada, bastante relajada.
Su apartamento, ubicado en una unidad cerrada en la Loma de los Bernal, no refleja su personalidad de terapeuta del sonido y esto es probablemente porque no solo vive con su esposa, sino también con su papá, un hombre ya mayor que, aunque no entiende mucho de la profesión de su hijo, está de acuerdo con que la haga si es lo que lo hace feliz.
En una demostración que nos propuso pudimos experimentar la magia de su oficio y el motivo por el que las personas que lo escuchan se convierten en clientes frecuentes. Al cerrar los ojos, nos pidió que nos relajáramos y en cuestión de segundos el aire se empezó a llenar de sonidos que nos transportaron a una tribu en la mitad de la selva, una galaxia llena de estrellas o un bosque encantado.
El didgeridoo, con su vibración particular; los cuencos, con su timbre agudo y pacífico; y la flauta indígena, que evoca la naturaleza y la paz inundaron todo a nuestro alrededor, alternándose armoniosamente y generando un estado de relajación.
Describir sonidos no es una tarea fácil, pero la sensación experimentada al estar en una terapia de sonido se puede describir con la palabra “paz”. “Como el cuerpo humano es en mayoría agua, la gente entra en resonancia con la frecuencia del instrumento y eso los lleva a un estado de calma”, es la explicación de por qué después de una sesión las personas se sienten transformadas.
Jorge, que hace terapias personales, pero también grupales, cuenta que la experiencia siempre es muy fuerte, porque se trata de alinear los chacras y esto tiene fuertes efectos en las emociones.
Cuando se graduó del Liceo Salazar y Herrera en 2006, a sus 16 años, Jorge no sabía que existía la terapia del sonido y mucho menos que se involucraría con ella. Empezó a estudiar Administración de Empresas en la Universidad de Antioquia, donde solo hizo un semestre, para luego estudiar Mantenimiento de Computadores en el Cesde, graduarse y trabajar un tiempo en esa profesión.
Posteriormente, entró al Politécnico Jaime Isaza Cadavid, donde empezó a estudiar Instrumentación y Control, que estudió dos semestres, luego se pasó a Contaduría, pero finalmente se graduó de Tecnología de Sistemas. Hoy no ejerce en ninguno de esos campos.
La terapia del sonido la conoció hace 3 años por una amiga con la que hacía ceremonias en Santa Elena. “Ella es médium, entonces nos íbamos para el bosque y hacíamos una fogata y limpiábamos las energías con unas plantas saladas y unas dulces y ya mediante eso, la muchacha canalizaba.
Allá fue que aprendí a tocar el instrumento una vez”. Hoy en día, Jorge sigue asistiendo a las ceremonias en Santa Elena, entre ellas las del yagé o ayahuasca, una preparación purgante procedente de la medicina tradicional indígena que se cree que limpia el cuerpo y el alma.
En medio de sus búsquedas, Jorge se unió a una iglesia católica brasilera en la que consumían esta sustancia y dice que “el yagé corta el velo entre esta realidad y la otra”.
Después de esa primera experiencia, Jorge empezó a investigar sobre los diferentes instrumentos ancestrales que se utilizaban en las ceremonias y a aprender sobre ellos.
Hoy en día aún los usa para meditar, pero desde que le mostró a un amigo lo que podía hacer con esos objetos de formas irregulares, comprados por Amazon o fabricados por él, este lo empezó a invitar a unos talleres de meditación que guiaba y ahí se fue dando a conocer.
Hoy, hace sus terapias en talleres de meditación y yoga en los que su música suena de fondo, pero también hace sesiones privadas, en empresas y hasta en el salón social de forma gratuita para todos los de su urbanización.
En las ceremonias, Jorge ha llegado a comer hongos alucinógenos y no tiene problema en admitir que consume cannabis normalmente, tanto de forma recreacional como para meditar.
En sus meditaciones, repite mantras que “generan un escudo de protección sobre el cuerpo” y es por esto por lo que realiza esta práctica diariamente. Su instrumento favorito es el didgeridoo, que es el instrumento de viento más viejo del mundo, cuyo origen se atribuye a los aborígenes australianos.
La técnica utilizada para tocarlo, llamada respiración circular, consigue generar la salida constante de un flujo de aire expulsado por la boca a una presión constante que genera estados meditativos, de consciencia y concentración.
En un día normal, Jorge se levanta temprano y medita para después dedicarse a su música, ya sea para estudiar la teoría que hay detrás de sus instrumentos y su fabricación o para trabajar en su carrera como dj, pues con un amigo conforman el grupo Ancestral Frequencies, que combina sonidos de electrónica con los instrumentos ancestrales, creando una fusión de sonidos que ha tenido éxito en la ciudad y que los ha llevado a tocar en bares como Mute y Mansion.
Comenta que en Medellín solo conoce tres músicos terapeutas. Y es que no es una profesión muy conocida, en especial por el tipo de instrumentos, ya que no son fáciles de conseguir y mucho menos de armonizar.
Jorge, por ejemplo, tocaba guitarra y trompeta en el colegio, pero no los armonizaba con plantas, inciensos, palo santo y salvia blanca, como hace hoy en día con sus cuencos y flautas. El costo por sesión es de 100 mil pesos la hora, ya sea para una sola persona o para grupos, pero a veces también para darse a conocer abre estos espacios con aporte voluntario.
En su casa, rodeado de gatos y haciendo su música, Jorge, aunque es un hombre de pocas palabras, se ve satisfecho con lo que hace. Además de practicar capoeira y yoga, lleva una vida de casado feliz.
Él y su esposa comparten el amor por los gatos y hablan sobre el poder que ellos tienen para absorber las malas energías y aparecerse en sueños, algo que ya han experimentado. Además, a su esposa, tanto como a sus amigos, les gusta disfrutar de la música terapéutica.
Mientras suenan los instrumentos, el oyente se puede imaginar fácilmente un paisaje lejano, relajarse y hasta quedarse dormido. Lo que Jorge hace puede quitarles a las personas el estrés, en un momento de paz y serenidad que se logra a través de sonidos que verdaderamente resuenan con el cuerpo.
Si le preguntan sobre si en el futuro quisiera seguir siendo terapeuta del sonido, la respuesta es que no lo sabe, pues su vida es una búsqueda: “Yo voy dejando que la vida lo vaya llevando a uno”, afirma tranquilo.