La mujer del animal: una película sin maquillaje
El director de La vendedora de Rosas regresa después de 13 años fuera de las pantallas con La mujer del animal, película que se estrenará el próximo 9 de marzo en todas las salas del país.
Por: María Antonia Ruiz Espinal – mruizes1@eafit.edu.co
Sobre los excluidos, sobre todas esas personas que no tienen tiempo para el arte ni para los sueños porque están demasiado ocupadas en sobrevivir. Así son las historias de Víctor Gaviria, el escritor, guionista y director de cine antioqueño que regresa esta semana a las pantallas con el drama de una mujer quien, durante siete años, fue víctima de violencia sexual y maltrato físico y psicológico por parte de un criminal. Le dio burundanga. La raptó. La llevó a una finca para violarla y luego la mantuvo cautiva durante siete años.
Basada en la historia de la antioqueña Margarita Gómez, la película refleja la tragedia de miles de mujeres que, como ella, no son capaces de denunciar a sus victimarios. En Colombia, de acuerdo con el Instituto Nacional de Medicina Legal, 15.082 mujeres fueron víctimas de violencia sexual el año pasado. Una cifra, un dato más que sin un rostro, un contexto y una historia pasa siempre desapercibido. Y eso es precisamente lo que intenta evitar esta película: “El cine es para mí una herramienta para reconstruir la memoria”. El arte como antídoto contra el olvido.
Desde 1990, con su primer largometraje Rodrigo D: No Futuro, el antioqueño ha roto paradigmas en el campo de las narrativas locales y nacionales. También ha abordado el narcotráfico, la pobreza, la prostitución, la violencia, la corrupción y la vida en contextos urbanos excluidos. Los suyos son guiones crudos, realistas, sin maquillaje.
En esta última película, La mujer del animal –presentada en el Festival de Cine de Toronto– el director quiso contar no sólo los abusos, sino lo que en su día más le dolió a la víctima: el silencio de los familiares, conocidos y vecinos que nunca denunciaron los hechos de los que fueron testigos.
Como cronista, las películas de Gaviria son de largo aliento. Se toma su tiempo. Reportea hasta debajo de las piedras. Para esta producción, tardó siete años hasta dar con la historia. Y este trabajo de inmersión se aprecia en el documental Buscando al animal, otra obra en sí misma que da cuenta de todos los relatos de las víctimas con los que construyó la narración y que describe el proceso de realización.
“A mí no me sirven entrevistas de 5 minutos ni actores de cara bonita ni rodajes de 5 meses. Yo, más que entrevistar, me tomo el tiempo de conocer al personaje, hablar 2 o 3 horas seguidas, conocer a profundidad la historia e investigar durante el tiempo que sea necesario con el ánimo de retratar verazmente lo sucedido”, afirma el director.
Este formato narrativo no sería posible sin una técnica diferencial que se ha convertido en sello de sus películas: el uso de actores naturales, personas sin experiencia actoral que pertenecen al contexto social donde se desarrolla la historia y resultan indispensables para darle credibilidad y realismo al relato.
“Yo siempre acudo al narrador real, al que cuenta su propia vida y, para plasmarlo en la pantalla, busco actores naturales para que la historia se represente lo más cerca posible a la realidad, al dolor y al sufrimiento experimentado”, explica.
Según ha concluido el director, este tipo de violencia, así como otros abusos que atentan contra la integridad y la dignidad, se mantienen gracias al silencio y a la complicidad de los testigos: “Me costó entender ese fenómeno del triángulo de la violencia. A medida que me involucré más con la historia de estas mujeres empecé a entender que siempre hay alguien más que la víctima y el victimario: un tercero que normaliza la situación, que calla y avala la violencia. Sin embargo, comprendí después que ese triángulo se convierte en prisma con la llegada de los niños, quienes comienzan a absorber todos los efectos del maltrato generalizado”.
El miedo, la cobardía, la complicidad o la censura inhiben a las víctimas a denunciar. Y es este silencio el que perpetúa el machismo, la figura del hombre dominador, bestia, infiel y agresivo, y la de una mujer obligada a ser sumisa y que se siente culpable y apabullada.
“Mis películas son retratos de la ciudad y del país, principalmente de esas poblaciones olvidadas que, en medio de su contexto y a causa de la hostilidad social, existen solo para sobrevivir, para vencer la necesidad, el hambre y el futuro”, concluye este cineasta ganador de más de 15 premios a nivel internacional.
El cine de Víctor Gaviria es memoria, denuncia y retrato de la historia de Medellín y del país. Es un espejo de los ciclos de violencia que todos los días permean los espacios sociales y familiares. Es un rasguño a la memoria, una piedra lanzada contra el muro de la indiferencia que nos convierte a todos en el animal, en la bestia, en los perpetradores de la violencia sin fin.