La montaña rusa de Catalina Tobón
Catalina Tobón es profesora de piano. Pero ella no solo enseña a tocar un instrumento, sino que enamora de la música a todo aquel que la escucha entre el público de sus conciertos y las clases de sus alumnos.
Por: Nicolás García Trujillo – ngarciat@eafit.edu.co
Una fila de personas lo separa de la montaña rusa. Usted espera, se tapa el sol con la mano. Y desespera. Los pies le tiemblan. Está nervioso, la fila se acorta. Se sube al carro y agradece sentarse; los pies ya no aguantan el peso. Arranca. La pendiente se hace eterna y su estómago comienza a dar vueltas. El descenso lo recibe con un golpe de adrenalina. El carrito frena en seco y el viaje termina. Después del miedo se emociona, y no duda en volverlo a hacer.
Así se siente Catalina Tobón Arias cada vez que sube a un escenario, se sienta en el banco al frente del piano e interpreta una pieza musical.
Ella enseña piano en la academia Solo Rock Musical, todos los días de la semana. Su salón es un cubículo de cuatro paredes con techo blanco. El piso está cubierto con un tapiz azul claro que contrasta con el piano eléctrico oscuro ubicado en el centro del salón. Atrás del piano, un banco donde se sientan sus alumnos. Al lado, una silla plástica para Catalina. Al frente, un tablero. Y, atrás, una mesa con partituras y libros de técnica musical.
Nació el 18 de abril de 1988, en Medellín. «Creo que nací enamorada de la música. Siempre me gustó cantar», cuenta. Todas sus tardes eran iguales: llegaba del colegio y lo primero que hacía era prender el televisor, poner MTV, saltar, cantar y bailar en el sofá mientras pasaban los videos de sus artistas favoritos. «Yo veía a esas cantantes pop como Christina Aguilera, Britney Spears y Shakira, y pensaba: ‘quiero ser así cuando sea grande. Quiero subir al escenario y encantar a la gente con mi música'».
Desde los 6 años, como le cuentan sus padres, componía letras y las cantaba. A los 9 empezó las clases de iniciación musical en la Fundación Universitaria Bellas Artes. A los 12 un profesor la desmotivó, y se retiró de la academia.
Aun así, Catalina no dejó de hacer música y durante toda la adolescencia cantó en Coros y Conjuntos y en un festival de música religiosa en la Universidad Pontificia Bolivariana. Esto fue, en parte, gracias a un profesor que encontró en el colegio que la volvió a motivar.
Cuando tuvo que elegir su carrera universitaria no dudó en que sería Música. Aunque el prejuicio de «cómo vivir de la música» la perseguía. Su madre le dijo que, mientras lo hiciera con amor y con pasión, podría vivir de lo que fuera.
Se matriculó en la Fundación Universitaria Bellas Artes para estudiar Música con Énfasis en Piano. Fue ahí donde tuvo sus primeros encuentros con la docencia: «Cuando empecé en la música no siempre encontré los mejores profesores. Algunos no eran buenos para motivar, le ponían obstáculos a la gente».
Quiso ser docente cuando conoció a su profesora de instrumento. “Ella era excelente. Se llamaba Gloria Patricia Pérez. Además de enseñar, siempre motivaba y acompañaba a sus alumnos. Y yo descubrí que también quería hacer lo mismo. Fue ella quien me enamoró de la docencia.”
Cuando Catalina habla no solo mueve sus labios. Mueve sus manos y su cuerpo, y toda ella se convierte en una melodía. Lleva un vestido blanco con flores que hace juego con su cabello corto y claro.
«Lo más importante que debe hacer un músico es conmover. Que por medio de su interpretación, de su obra de arte, genere algún sentimiento en las personas que lo observan y lo escuchan». Para ella es más importante la musicalidad que la agilidad, porque la última es tener destreza en las manos, pero la primera es la capacidad de conmover, de hacer sentir a la gente. Y esa solo se gana con trabajo duro y disciplina.
Ricardo Zapata, novio de Catalina desde hace seis años, y también profesor de música, está convencido de que ella tiene musicalidad: «Cata es tan visceral y apasionada que todo lo transmite en su interpretación. Ella manda esa onda al público. Se conecta fácil con la música».
Esa capacidad para conmover nace de la investigación previa de la obra. «Yo lo que tengo que hacer es interpretar el lenguaje de cada compositor para entender lo que quiso decir. Tengo en cuenta el contexto, la época, qué pasó en su vida, qué tipo de música influyó en él, si se casó o no. Tengo que saber absolutamente todo sobre el compositor. Es que sin interpretación no hay musicalidad».
Cuando toca el piano siente que se desnuda y se ve como verdaderamente es: auténtica. Para ella tocar la primera nota de la melodía es como subirse a una montaña rusa. Siente miedo y adrenalina. Siente el vacío y la plenitud.
Y por eso su misión es que todos sus estudiantes sientan la montaña rusa en el momento en que tocan el piano, para que así puedan transmitirle algo al público. Pero antes de pedirles algo a sus estudiantes, hace todo lo necesario para ser la mejor profesora posible.
Para ella lo más importante es conocer a sus alumnos. Sus sueños, anhelos y motivaciones. «Catalina sabe cómo ayudar a cada estudiante y se entrega mucho a su trabajo. Gracias a ella supe qué quería hacer en la vida», dice Sofía García, alumna suya desde hace más de dos años.
Y de la misma manera en que se exige, también les exige a sus estudiantes. «Es muy exigente, es increíble lo mucho que se avanza con ella. Incluso, cuando es necesario, puede ser muy brava», comenta Sofía. «Catalina es una mujer muy templada. Es apasionada y exigente con sus estudiantes y consigo misma. Tiene carácter. Es muy leal, siempre está ahí para su familia y amigos», agrega Ricardo.
Y es que no hay nada que le desagrade más que un profesor que no conozca a sus estudiantes. Que los señale y los divida por su talento. Esos que dejan atrás a los que más les cuesta. “Ella es solidaria, exigente, decidida, comprensiva, entregada a sus estudiantes. Siempre los escucha y está abierta al diálogo”, dice Ricardo.
Catalina hace parte del pequeño grupo de músicos profesionales que hay en Antioquia. Según el Observatorio Laboral para la Educación del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES), del 2001 al 2010, solo se graduaron del pregrado en Música o afines 213 personas en Antioquia, de un total de 121.322 egresados en el departamento. Y del 2011 al 2014, estos números se redujeron, porque solo hubo 184 egresados de la carrera, para un total de 77.558 graduados.
Cuando se graduó en junio del 2016, sólo la acompañaron otros cuatro estudiantes. Existen varias razones para explicar esto: la primera es que todavía hay prejuicios con la carrera. Además, se ve una deserción durante el pregrado: «Éramos dos grupos y terminamos solo uno. En esta carrera deserta mucha gente.”
Ella tiene muy claro lo que quiere hacer con su vida profesional: «Quiero ser la mejor profesora de piano que exista en la historia». Su intención, además, es tener una fundación que ayude a las personas por medio de la música para que aprendan a amarla y, así, ellos también se puedan subir a la montaña rusa.