La moda de lo usado
Son las ocho de la mañana de un jueves como cualquier otro; carros entran y salen del lugar continuamente en busca de mercancía.
El día apenas está empezando para los comerciantes de la Plaza Minorista de Medellín.
Por Maria Camila Serrano Durán
mcserranod@eafit.edu.co
En el segundo piso de la plaza, botas amontonadas, palos de escoba sujetos a la pared, o en su defecto sostenidos por dos sillas, cuelgan las prendas que están a la venta sin ninguna premeditación u orden en específico, simplemente puestas al azar y de manera muy visible.
Pese a su formalidad, el sector no pierde su notable apariencia de mercado del rebusque.
Desde guayos, disfraces, jeans, uniformes, tacones, camisas de trabajo, hasta vestidos de quinces y de primera comunión se exhiben en un pasillo con miles de posibilidades de donde escoger.
Quién iba a pensar que esta imagen poco convencional se convertiría en un epicentro de la moda, un lugar de culto para la ropa de segunda y donde diferentes estratos conviven en busca de lo mismo.
Desde la familia de pocos recursos, hasta millennials amantes de la ropa vintage hacen parte de la clientela, donde los tapujos y tabúes son remplazados por la curiosidad y la pasión por la moda.
Fray Martínez, comerciante de La Minorista hace 34 años, comenta que este comercio se ha ido incrementando. Cada vez son menos los prejuicios por la ropa de segunda y más la gente que la ve “como una oportunidad de encontrar cosas económicas y de buena calidad».
Me han visitado famosos, gente de plata y actores de teatro para sus obras.
Tiempo, algo de dinero y paciencia es lo que se necesita para encontrar un tesoro de moda en la Plaza Minorista. Prendas en busca de una segunda oportunidad se exhiben para ser adquiridas por un dueño que les dé un nuevo uso.
Una lavada exhaustiva y tal vez una pequeña planchada son suficientes, según los compradores, para que una prenda cobre vida otra vez y esté lista para estrenar.
En el pasillo de lo usado, aglomeraciones de obreros, vendedores ambulantes y amas de casa de diferentes sectores que llegan a vender o comprar toda clase de prendas son los protagonistas. La ropa llega a la plaza por los más diversos caminos.
Es un negocio rentable. Fray Martínez explica que mucha de la ropa se trae del barrio Laureles y de El Poblado a través de colectas o donaciones. “La ropa llega sola. A veces recibo zapatos o vestidos de gente que solo los usó una vez para un evento y ya no le gustan, ellos los traen y uno escoge con qué se queda”.
En otras ocasiones se acercan a la tienda recicladores que buscan sacar provecho de las prendas que otros ya ven inservibles, algunos poniendo en riesgo su propia vida. “Una vez me llegó un muchacho que perdió un ojo en la Comuna 13 por ponerse a pedir ropa”, comenta Martínez.
Otros llegan con ropa robada o hasta de algún muerto, pero los comerciantes no preguntan su procedencia porque en este negocio ellos no hablan más que de precios y de ganancias.
Cada peso para ellos es valioso: pueden comprar un suéter a 3.000 pesos y venderlo a 3.500. Todo se vende y nada se desperdicia.
Mientras despide a sus clientes con bendiciones, Fray comenta que el secreto para mantener un negocio de estos es “comprar barato para vender barato”. Siempre atento y con buena actitud recibe a la gente para que queden “amañados”, como él dice.
Pero en vista del creciente consumismo y donde se impera la cultura “marquillera”, ¿cómo pueden este tipo de negocios competir con las grandes cadenas de moda? La respuesta es fácil: sus precios son lo más atractivo del lugar.
Parecen increíbles, pero son reales. Una camisa manga larga “casi nueva” a diez mil pesos: una misma prenda que puede llegar a costar en otro lugar 100.000 pesos. La desigualdad no atiende solo a un producto.
Fray vende pantalones a 15.000, 10.000 y hasta 5.000 pesos, zapatos a 12.000 y bolsos de cuero a ocho mil. Una diferencia abismal y por la que muchos han decidido acudir cada vez más a estos mercados de lo usado.
A pesar de sus ventajosos precios, es entendible que la mayoría de personas no se acostumbre a este tipo de lugares. La experiencia de compra cambia totalmente si por ejemplo se frecuentan tiendas como Zara, Bershka y Pull and Bear, por mencionar algunas marcas de ropa.
No hay asesoras de estilo ni probadores, los comerciantes reciben tanta ropa al día que es difícil hacer un inventario y ni siquiera ellos mismos saben qué venden. Sin embargo, se encuentra ropa de calidad, desde nacional hasta americana y europea; todo es cuestión de tener tiempo y saber buscar.
Así lo ponen en práctica muchos estudiantes que llegan al local de Eucaris López, donde trabaja hace más de 30 años. Eucaris comenta que tiene compradores de reconocidas empresas y que varios estudiantes de universidades como La Colegiatura y la UPB visitan el local.
También cuenta que los días cercanos a Colombiamoda recibe muchos jóvenes en busca de prendas exóticas y exclusivas para lucir los días del evento.
“La Doña”, como le dicen, explica que también obtiene muchas de sus ganancias de la Costa, ya que la mayoría de las prendas son enviadas en bultos, cual comida, a diferentes ciudades y pueblos del Caribe para después ser revendidas allá.
Casi toda la ropa que nos llega es fresca y para climas cálidos, por eso nos piden mucho de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta.
Joaquín Henao lleva comprando en la Minorista 10 años, es obrero y encargado de suministrarles los uniformes a los trabajadores que tiene a cargo. Consigue las botas usadas a 25.000, cuando un par nuevo cuesta alrededor de 70.000 pesos y a eso hay que sumarle overoles y camisa de trabajo.
“Casi todos los muchachos, cuando los volvemos a surtir, vienen y revenden las botas y los uniformes. Los venden por la mitad de lo que los compré, pero es una platica extra que se ganan”.
Es un ciclo que no termina. Las mismas botas pueden ser vendidas tres, cuatro, cinco veces, hasta que se desgasten por completo y ya no sirvan para la venta.
Pero no todo es usado en La Minorista o por lo menos así lo defienden sus vendedores. Con letras grandes y amarillas se encuentra escrito el nombre del local calzado Lhopaca, seguido de la frase “si se despega o descose se le arregla gratis”. Se podría decir que es el local más caro de zapatos de la plaza.
Su dueña, Martha Restrepo, justifica sus precios diciendo que es calzado con errores de fábrica, pero totalmente nuevo.
Me llega mucha clientela. Los jóvenes quieren unos converse, pero no tienen los 100.000 que te valen en una tienda. Así que vienen y se compran unos por 40.000 pesos porque quieren estar a la moda.
Es un negocio que sobrevive por la herencia familiar de los locales y sus grandes ventas. La cultura del rebusque y la maña son inherentes a nuestra “colombianidad” y perpetúan este mercado.
Las prendas de segunda seguirán siendo un tema vetado para algunos y el paraíso de otros. Depende mucho de gustos y presupuestos. Como dicen por ahí, “en la variedad está el placer” y mejor que existan diferentes ofertas para decidir qué vestimos.