Jesús Abad Colorado: desde el ángulo de la dignidad
Jesús Abad Colorado ha recorrido Colombia con su cámara al hombro. Su trabajo es hoy un registro fotográfico de la historia de un país donde los hermanos se han matado entre ellos. Uno donde la gente no ha podido ponerse en la piel del otro.
Por: Alejandra Sánchez Gómez – asanch24@eafit.edu.co
En sus manos no solo lleva el peso de la cámara. También carga con el peso de miles de historias que ha retratado a través de su lente.
Jesús Abad Colorado es un fotorreportero colombiano que ha contado la historia del país a partir de imágenes. Los suyos son retratos que narran el conflicto armado y recuperan la memoria. Su trabajo es contra el olvido.
Graduado de Comunicación Social de la Universidad de Antioquia, trabajó como fotógrafo de El Colombiano desde 1992 hasta 2001.
Más de 30 exhibiciones han reunido el arte en la mirada de Jesús Abad detrás del lente de su Canon EOS 5D. Su trabajo ha sido reconocido a nivel nacional e internacional. Ha ganado el premio Simón Bolívar de Periodismo tres veces, el premio Caritas de Suiza en 2006 y el Premio de Libertad de Prensa del Comité de Protección de Periodistas.
Colorado le ha puesto rostro a la realidad, a esa verdad colombiana que ha permanecido oculta y él siempre revela. Su foco es la dignidad de las personas. A diferencia de muchos de los involucrados en el conflicto armado, él ha disparado con su cámara y ha reconstruido el pasado. Su papel es el de memoria andante.
Colombia es, para él, un espejo roto. Y su historia personal es una de esas esquirlas. Como periodista considera que su razón de ser está en la gente.
El fotógrafo estuvo este lunes en la Universidad EAFIT. A partir de su trabajo habló sobre la memoria, la construcción de la paz y la reconciliación. El conversatorio se realizó con el fin de grabar una charla para el documental que está realizando la productora y directora inglesa Kate Horne sobre su obra.
De la mano de Guillermo Galdós, de Pacha Films, Horne pretende retratar la vida y obra de Jesús Abad Colorado. “Yo había visto las fotos de Jesús y me impactaron mucho, pero no sabía nada del fotógrafo. Fue mi gran amigo, Mauricio Rodríguez Muñera, que me contó la historia de «chucho» Abad, gran fotógrafo y gran ciudadano del mundo”, dice la documentalista. “Estas fotos hoy son los símbolos de una guerra fratricida”.
El documental se presentará en Caracol y saldrá al aire en el segundo semestre del 2018.
¿Por qué estudió periodismo?
Cuando estaba terminando el bachillerato, siempre leía el periódico que llegaba a la casa de mi hermana mayor, El Mundo. Alberto Aguirre y Héctor Abad Gómez eran mis ídolos, mis columnistas favoritos, ellos fueron la razón por la que quise estudiar esta carrera.
Cuando me gradué, fui a San Andrés porque tenía dos hermanos viviendo allá y podía trabajar en un almacén o en un banco, pero me devolví porque quería presentarme a Comunicación Social en la Universidad de Antioquia. Además, mi papá trabajaba en la Universidad Nacional y allí aprendí a leer los grafitis. Recuerdo un día en que pintaron el rostro de un muchacho de Pasto que habían matado en una pedrea, en el bloque 46. Creo que era Edmundo Bravo. Era un dibujo que hablaba del conflicto y eso me cautivó.
¿Cuál fue su primera fotografía del conflicto armado en Colombia?
Fue en mayo de 1992, cuando catorce militares murieron en una emboscada entre Mutatá y Dabeiba, junto a la escuela de Alto Bonito. Los primeros que llegamos fuimos Juan Carlos Pérez, que ahora trabaja en la BBC, y yo.
Vimos los platos de peltre, los uniformes y, al fondo, a unos cuarenta metros, la escuela que tenía las puertas cerradas. Me asomé a ver qué había quedado escrito en el tablero después del ataque. Cuando lo hice, vi que estaba la historia de Caín y Abel escrita con tiza. Era la historia repetida de Colombia, un país en el que nos hemos matado entre hermanos desde hace siglos.
¿Cuál es el último trabajo que está haciendo?
Es una serie de fotografías en medio de cielos estrellados en regiones donde he documentado la guerra. Las últimas las hice en Nueva Venecia, un pueblo palafito donde murieron cuarenta pescadores a manos de las AUC en noviembre de 2000.
Las he hecho en menguante porque no hay luna y se pueden ver mejor las estrellas. Además, porque es la época propicia para sembrar. Todo esto juega con un sentido de vida y esperanza: la de los campesinos, los pastores y los pescadores que viven en regiones apartadas sin luz y se guían por las estrellas.
¿Cómo se debe actuar en esos momentos angustiosos y fuertes para una persona a la que se fotografía? ¿Se debe compadecer o capturar primero la foto?
Hoy muchas personas, gracias a este trabajo que algunos hicimos, pueden hacer reclamos ante nuestra sociedad incrédula. Ante la gente que vive en las ciudades y que no saben lo que es la guerra. Ante esos que ponderan de la guerra sin entender lo que pasa en otras regiones.
Yo he tenido que bajar la cámara muchas veces porque siento que no soy oportuno o porque la otra persona se incomoda. Le doy nombre a ese rostro que aparece ahí, que no es lo normal dentro del ejercicio del periodismo. Muchas veces el periodista se pone por encima del otro, y así no se debe trabajar. Para mí importa ese otro.
¿Es decir que eso requiere intentar conocer a las personas y sus historias principalmente?
Se necesita a alguien que cuente esa historia. Y que lo haga con decoro, con respeto y de forma justa. El país necesita conocer eso que muchas veces pasa en la soledad y en el olvido. En Colombia, los grandes medios se concentran en las ciudades capitales y no se fijan en la periferia ni en su gente. No les importan.
Por eso el periodismo es un ejercicio, no de repetir ni de ser antenas repetidoras, sino un ejercicio de caminar con la gente. Así se le toma el pulso a una sociedad: dialogando y conociendo los contextos.
El trabajo nuestro no es tragarnos el carretazo que nos dice cualquier persona. El trabajo nuestro es indagar y verificar. Y dudar. Un periodista tiene que dudar de lo que le dicen. Hay que acercarse a la verdad, pero también hay que entender que la verdad es un espejo roto.
¿La fotografía le ha servido para reconstruir su propia memoria?
Más que la mía, yo estoy en deuda con mi entorno: les debo un homenaje a los ausentes de mi familia. Muchas familias colombianas tenemos toda una historia de país.
Creo que hay una responsabilidad de explicarle a la gente qué significa esta peste que es la guerra. Es un compromiso ético. Mi trabajo también es generar reflexiones. Como decía en el conversatorio: independientemente de quién desarrolle el proceso de paz, yo lo apoyo. Si es un líder conservador o liberal, no me importa. Mi deber es contribuir a que cese la violencia.
¿Qué otras cosas cree usted que ha visto en sus viajes a las que otras personas no prestan atención?
Las cifras sobre muertes violentas ligadas al conflicto armado corresponden a un 10 y 15%. Si de cien muertos esos 15% son producto del conflicto, ¿los otros a qué corresponden?
Tenemos que ponerle atención a esa otra clase de violencia que no entendemos y que tapamos. Los secuestros y las minas antipersonales siempre son noticia, pero se nos olvida que hay múltiples tipos de violencia a los que no les hacemos seguimiento. Por ejemplo, la violencia sexual, la de género, el rechazo social, la minería, los desastres medio ambientales. Todo hace parte de nuestra violencia.
¿Cree que la fotografía es una herramienta para educar a una sociedad? ¿O todos debemos conocer la realidad viviéndola?
El periodismo es una de las mejores formas para educar a una sociedad. Hay una portada de la revista de National Geographic de hace cuatro o cinco años que dice: “La fotografía puede ayudar a cambiar el mundo”. Yo también creo eso.
Como fotógrafo que cuenta su testimonio, yo no busco generar odio sino reflexión. Trato de presentar las diversas caras de ese espejo roto que ha sido la guerra en Colombia para que nos miremos en él y entendamos que no hay una sola verdad.
¿De qué están hechas sus fotos?
Yo siempre he tenido ojos para la vida. En medio de la tragedia, siempre trato de ver la vida. Nunca busco el ángulo más aterrador, sino el ángulo que hable de la dignidad. Cuando hablo de la resistencia muestro a ese pueblo negro, a ese pueblo indígena, a esas mujeres y hombres del campo de forma digna. Muestro paisajes que subvierten el orden y me hacen acordar lo maravilloso que es Colombia.
Uno siempre tiene el ojo conectado con el alma. Si yo no me he derrumbado en este país, en medio de tantas cosas duras que he vivido, ha sido por la dignidad de la gente, por la alegría, la fortaleza y la capacidad de resistencia o de resiliencia que tienen para seguir creyendo que es posible volver a salir adelante.
¿Qué ha aprendido entonces de esas personas que fotografía?
Esa valentía y fuerza que he encontrado en los campesinos es la que le falta a la gente de la ciudad. A esos que, desde la comodidad de un sillón de la casa, no entienden que la paz que quiere la gente en el campo es tranquilidad para cultivar sus territorios y para dormir sin los pasos de unas botas guerreras.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Maquillamos la ciudad y decimos que no pasa nada, o reconocemos esa serie de problemas a partir de que conocemos esa realidad? La función del periodismo es necesaria y muy importante porque de alguna manera nos está contando otra historia, otra cara.
Pero a veces, en esta sociedad, hemos visto mal el hecho de que el periodismo sea crítico. Aquí, al que pone el dedo en la llaga lo vemos como problemático. Agradezcamos que aún hay periodistas que se arriesgan para contar y explicar esa otra realidad.
Los periodistas, más que reporteros, debemos ser humanistas para aprender a ponernos en la piel del otro.