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Familiares de quienes estuvieron en el narcotráfico, ¿también son víctimas?

La pregunta es retadora y volvió a hacerse en los debates con motivo del derribamiento del edificio Mónaco por parte de la Alcaldía de Medellín.

Esta es la historia de una mujer que, por amor, se involucró con un hombre que trabajó para la mafia y luego fue asesinado. Ella se considera una víctima “indirecta”, ¿lo es?

Por Juan Diego Molina G.
jdmolinag@eafit.edu.co

Conocí el edificio Mónaco, pero nunca llegué a entrar a él. Y como en la época de uno, por allá en la década de los 80, era muy normal tener amigos o amigas, yo fui amiga y conocida de Marta Gaviria, la hija de un primo de Pablo Escobar, quien vivía diagonal al Mónaco.

Ella nos contaba que él tenía una colección de carros antiguos, motos, que era excéntrico y que la esposa tenía un piso donde solo era el clóset y el vestier de zapatos, vestidos, carteras… cualquier cantidad de excentricidades.

Después de lo que me pasó, realmente no me siento una víctima directa del narcotráfico porque esa no era mi actividad, no trabajaba en eso. Mi esposo sí lo hizo en su momento, pero lo respetaba.

Aún así, puedo sentirme como una víctima de manera indirecta porque él era mi pareja y a causa de sus negocios quedé sola.

La verdad, yo sí sabía qué hacía o con quiénes trabajaba mi esposo, aunque no estaba directamente involucrada en eso porque él no lo hacía aquí en Colombia, sino en otro país para esa misma gente.

Yo siempre tuve mis actividades profesionales muy distintas a todo ese asunto de la droga, no hacía nada ilegal.

“Cayó súper bien”

Conocí a mi esposo en Santa Marta. Yo fui a unas vacaciones de una hermana que vivía allá.

Mi hermana me dijo todo el tiempo: “Te tengo un amigo que es lo más de querido”. Pero, pues, yo tenía mi novio… Sin embargo, me fui, allá lo conocí, una persona muy agradable.

Era guajiro, tenía un almacén en Santa Marta. Nos vimos, nos gustamos.

Me dijo que me conocía hacía muchos años por una taberna a la que yo iba a escuchar salsa con mi novio. Él se acordaba de mí.

Charlamos, compartimos esa noche en la casa de mi hermana y todas mis vacaciones las compartí con él: salimos a pasear, conocí a la mamá, a toda la familia, su almacén, sus sobrinos. Él había vivido en Los Ángeles, Estados Unidos, siempre había sido una persona de bien.

Elizabeth junto a su esposo César. La imagen fue separada del álbum familiar y es guardada como una fotografía especial. / Foto cortesía de la familia

Se vino conmigo a Medellín a traerme porque yo me había ido sola para la Costa.

Me acompañó, le presenté a mi familia y cayó súper bien. Se quedó un tiempo y se fue enamorando de mí.

Como en enero de 1991 se volvió para Santa Marta a trabajar.

Me llamaba mucho, me decía que nos casáramos, me parecía muy apresurado: a mí me daba miedo casarme tan rápido, a pesar de ser una persona muy querida.

Él me dijo que venía a buscar a unos amigos que tenía porque quería conseguir plata y casarse conmigo.

Luna de miel

Cuando tomé la decisión de que sí, que nos íbamos a casar, me dijo que tenía que conseguir dinero. Y se vino para Medellín.

Como había estudiado aquí en la Universidad de Medellín, tenía algunos conocidos, gente bien y se enroló con unos amigos de descendencia italiana. Luego me contó que tenía un trabajo y que era con Pablo Escobar.

Para ese entonces Escobar ya estaba en la cárcel La Catedral, pero él seguía haciendo sus negocios y sus envíos de droga por allá a Estados Unidos.

Ellos se pusieron a trabajar, hizo como un viaje, fue por Venezuela. Tenía unos amigos allá y él manejaba todo lo que tenía que ver con encaletar la droga y cómo mandarla para Estados Unidos.

En julio de 1991 nos casamos, el siete de julio, y estuvimos de luna de miel en San Andrés. Con su dinero me dio un apartamento, aunque igual yo trabajaba como profesional que soy.

Después de que nos casamos hizo dos viajes más o menos. Cuando hacía esos viajes, esos negocios, se demoraba un mes y se quedaba aquí 20 días y volvía y se iba.

En noviembre ya él había hecho un negocio grande y estaba esperando que le pagaran el dinero. Estaba tranquilo porque ya le habían hecho su primer pago y no creíamos que iba a pasar nada. Ese fue un día normal.

El momento en que lo mataron

El 15 de noviembre de 1991, él fue a recogerme al gimnasio donde yo iba a hacer ejercicio y donde me hacían unos masajes. Quedaba en la avenida Nutibara, frente a la Universidad Pontificia Bolivariana.

Llegó, estaba afuera en la moto esperándome. Eran como las dos de la tarde. Casualmente se encontró con un amigo que era de Colombia pero juntos habían pasado varias penurias en Los Ángeles y hacía mucho tiempo que no se veían: se había venido de allá hacía por ahí diez días.

Todo fue muy rápido: ellos dos se estaban saludando, cuando yo vi era que había una persona muy joven con un arma y le disparó.

Mi esposo era un hombre muy alto, el joven le disparó en las rodillas por detrás y cuando cayó le dio dos tiros en la cabeza y lo dejó muerto ahí mismo porque yo intenté muchas veces hacerlo reaccionar y no fue posible.

Fue algo muy duro, realmente nunca supe quién lo asesinó, si fue por no pagar el dinero o por algo que él me había contado, que tenía una hermana que también había tenido un rollo con un narco.

Entonces no sabía si ella no había pagado algún dinero y creía que él lo tenía porque teníamos un apartamento, un carro bueno y vivíamos bien. Realmente yo nunca investigué más porque se fue quien yo amaba, el dinero no me importaba.

Desde ahí no he vuelto a tener algún acercamiento o conocimiento del narcotráfico.

El álbum de fotos de su boda es de los pocos recuerdos que conserva de su esposo César. / Foto cortesía de la familia

La actualidad

Uno escuchaba siempre que en el edificio Mónaco vivía la familia de Pablo Escobar, la mujer y los hijos, y que allá había unos carros muy bonitos, pero realmente yo no sabía mucho de eso.

No sé por qué lo van a demoler, eso podría servir como extinción de dominio y ayudarle a gente que realmente lo necesite, aunque lo que piensan hacer también es una buena decisión.

Si yo hubiera visto a mi esposo en peligro de muerte, claro que sí lo habría alertado. Si él estuviera involucrado en algo ilícito y yo estuviera consciente de eso, no lo apoyaría.

Creo que una cosa es el amor y la vida en pareja, y otra que yo me hubiera enterado de que él hiciera cosas como asesinar a otras personas, hacerles daño directamente, aunque indirectamente con su trabajo lo estaba haciendo; pero no creo que fue en forma consciente.

En la imagen principal, las fotos del matrimonio que se celebró en julio de 1991, uno de los años más duros de la violencia del Cartel de Medellín contra el Estado y la sociedad. / Foto cortesía de la familia

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