Escribano

Escribanos del siglo pasado

Las viejas máquinas de escribir no han sido desplazadas de las calles de Medellín por las más modernas tecnologías.

Ellas, como los hombres que las manipulan, se resisten a desaparecer: conservan la esencia de los que fueron, hace décadas, un oficio y un desarrollo tecnológico importantes.

Por Jonathan Jiménez Hernández

jjimen43@eafit.edu.co

Los pitos son ensordecedores, el sol parece apocalíptico y produce desesperación en los transeúntes. Un mar de gente camina afanada y los habitantes de la calle piden monedas. Estas son las primeras sensaciones que se perciben al llegar a los alrededores del Centro Administrativo La Alpujarra, en Medellín.

Allí, enfrente del edificio de la Dirección de Impuestos (Dian), sobresale un tecleo que parece que nunca va a cesar y que proviene de la digitación en antiguas máquinas de escribir.

Estos escribanos, que parecen vivir aún en el siglo pasado, se encargan de transcribir desde una carta de amor hasta una acción de tutela que será llevada a un juzgado. Ellos sí que están enredados con la tecnología y no necesariamente con la moderna que facilita la vida y que, de paso la controla, sino de esta antigua que a ellos enamora.

Su destreza es tan alta en este oficio que hablan y redactan a la vez, sin equivocación alguna.

Son personas que a pesar de no haber estudiado en ninguna universidad saben de memoria qué se tiene que redactar en cualquier documento oficial. Y si se les pregunta por el artículo de una ley, fácilmente sueltan como respuesta una cátedra que da la impresión de tener al frente a un abogado o a un veterano juez.

Son alrededor de 20 a 25 hombres que llevan brindando su servicio hace unos 30 años y que ni el paso importante de las nuevas invenciones tecnológicas ha hecho que dejen su labor.

Un oficio en declive

No les importa el inclemente calor; están desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde (según uno de ellos, es el tiempo que estipula Espacio Público antes de obligarlos a que desocupen el lugar), para ganarse unos pesitos y alimentar a sus familias.

Un dinero es poco para tener una vida digna, a diferencia de la que tenían hace alrededor de dos décadas. Por eso uno de estos escríbanos, Fernando Arboleda, dice una conocida y repetida frase: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Él afirma: Hace 20 años el dinero era más adquisitivo, se podían comprar más cosas. Hoy en día esa cantidad es poca. Aquella era la época de Pablo Escobar y de la mano de la mafia la plata rodaba mucho, era fácil conseguirla. Ya la gente no despilfarra tanto, por eso si hoy hacemos 30.000 pesos al día es mucho”.

Aparte de la necesidad de sobrevivir también está la pasión por el pasado, el gusto y la preferencia de la gente por la manera estética de redactar y por el conocimiento que ellos tienen cuando les hablan de acciones de tutela, certificados de ingresos, leyes o códigos.

“Yo no sé redactar en un computador y me gusta venir acá porque ellos tienen más idea de saber escribir que las mismas personas de las salas de Internet. Y hasta lo hacen más rápido”, dice un cliente que pasa.

Otro de los aspectos por el cual hay personas que acuden a donde estos escribanos es el bajo precio de los documentos. Los costos van desde los $2.000 hasta los $70.000 pesos, siendo este último el valor del trámite más caro, pues su redacción puede durar de tres a cuatro horas.

Ellos tienen el título de “abogado” pero no profesional sino, como ellos mismos dicen, “de los pobres”.

Estas personas demuestran el amor por estos armatostes viejos, con rayones y hasta llenos de telarañas, pero que son tratados como si fueran la novia: unos acarician las máquinas, otros las besan e, incluso, uno de más allá, se atreve a decir que esa es su vida y que no la cambia por nada.

El sonido de los pitos es reemplazado por el de los truenos y el sol que parecía amenazante desapareció. Los transeúntes se refugian donde pueden y los escribanos comienzan a arropar a sus máquinas como si fueran sus hijos porque es el fin de la labor diaria.

Fernando Arboleda se despide: “Mijo, yo voy a hacer una vuelta. Muy formal, que Dios lo bendiga”.

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