Paco Gómez

En el Chocó “la generosidad de las víctimas es un ejemplo para el país”: Paco Gómez Nadal

Este periodista y escritor español, quien ha cubierto durante 19 años el conflicto armado en el departamento del Chocó, habla sobre la situación del territorio, cómo han afectado los diálogos de paz a esta región del país y qué se necesita para que exista una verdadera paz en un escenario de posconflicto.

Por Santiago Jaramillo Morales – sjaram49@eafit.edu.co

De todos los hechos del país que reportan los medios, aquellos ocurridos en el Chocó solo aparecen cuando ocurre “una desgracia terrorífica, para usar una imagen de abandono o cuando ChocQuibTown ha ganado los premios Grammy”, afirma Paco Gómez Nadal, quien estuvo en la Universidad Eafit el 2 de marzo, a propósito de su último libro: La guerra no es un relámpago .

Según este periodista español, desde 1996 esa región del país ha sido un lugar de enfrentamiento entre la fuerza pública del Estado, los grupos paramilitares y las guerrillas de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el Eln (Ejército de Liberación Nacional).

Hechos como la masacre de Bojayá, ocurrida el 2 de mayo de  2002, los desplazamientos masivos, los bombardeos, los hostigamientos, la intimidación y los asesinatos selectivos han dejado una población agotada y aterrorizada.

Los testimonios de las víctimas y victimarios que han surgido de este conflicto fueron recopilados en el libro de Gómez Nadal. Por medio de ellos, el autor da una imagen de cómo se ha vivido la guerra en el campo y las deudas que deben saldarse en un escenario de posconflicto.

Para comprender la situación del Chocó y, en parte, de la Colombia rural, Paco Gómez nos da a conocer cómo ha evolucionado la guerra en este departamento y qué es lo que sus habitantes le exigen al Estado para que la paz del posconflicto sea una paz verdadera.

“El Chocó está abandonado, pero no solo por el Estado colombiano, sino por la sociedad colombiana”.

“El Chocó está abandonado, pero no solo por el Estado colombiano, sino por la sociedad colombiana”.

Qué ha significado el conflicto armado para el Chocó? ¿Cuáles han sido sus consecuencias?

“El Chocó ya se enfrentaba, y todavía se enfrenta, a una deuda histórica, a un déficit en la presencia del Estado, a una situación dramática en 1996 cuando entra el conflicto.

En este momento, el propio Estado reconoce que el 76% de sus habitantes son víctimas del conflicto. Es el departamento en que, proporcionalmente, hay más víctimas. Y si habláramos de las víctimas de la violencia estructural, es probable que tendríamos que hablar del 98% de la población.

La guerra llega a una región supremamente empobrecida, con un nivel de exclusión social y política muy alto y muy abandonado por el resto del país.

Estos 20 años de guerra han sido demoledores precisamente por lo mal que ya estaba el Chocó, y creo que el conflicto puede hacernos olvidar que el mayor problema que hay allí es la situación de abandono y de violencia estructural por parte del Estado.

Ese es el reclamo permanente de sus habitantes, más allá de la paz, más allá del silencio de los fusiles.

En este momento hay más inversión que hace 15 años, eso nadie lo podría negar. Pero es una inversión mal gestionada y mal planificada porque normalmente la piensan funcionarios o técnicos en Bogotá que no conocen la región.

El Chocó está abandonado, pero la reflexión que haría es que no solo por el Estado colombiano, sino también por el resto de la sociedad colombiana. Ahí entra a jugar desde el desconocimiento hasta el racismo y por el tipo de información que dan los medios de comunicación”.

¿Cuál es el ambiente que sienten hoy los habitantes de Chocó?

“La población civil sigue sintiendo mucho temor, mucha zozobra y, sobre todo, mucha desconfianza del proceso de paz.

Una cosa es que al acabar las acciones de las Farc haya bajado la intensidad del conflicto, pero siguen los operativos del Ejército; en la zona también los está haciendo el Eln, hay diversos grupos paramilitares, ahora denominados Bacrim…, la guerra no ha acabado para nada.

La gente tiene esperanza, pero también muchísimas dudas. Teme que el Estado vuelva a utilizar el Chocó como un lugar para concentrar guerrilleros o para llevar a cabo las estrategias del posconflicto sin tener en cuenta a la población.

Tienen mucho miedo de que en el famoso “banco de tierras” que quiere crearse después de la firma de los acuerdos haya cierta amenaza para los territorios colectivos del Chocó. El 95% del territorio del Chocó es colectivo, no hay ningún lugar del país donde haya esa proporción de tierras.

Luego está un terror muy grande al repoblamiento: ellos temen que las Farc, o cualquier otro actor que entre después en las negociaciones, tenga la tentación de repoblar el Medio Atrato y el Bajo Atrato con civiles más cercanos a su filosofía o a su ideología, y que eso signifique un hostigamiento a la población autóctona.

Sí ha habido un pequeño relajamiento  de la tensión, pero sigue un ambiente de mucha incertidumbre. Va a tener que haber una pedagogía y una acción directa muy evidente para que la gente diga ‘esto va en serio, el Estado esta vez sí va a mirar para acá’.”

“La población civil sigue sintiendo mucho temor, mucha zozobra y, sobre todo, mucha desconfianza del proceso de paz”. Foto: Santiago Jaramillo.

“La población civil sigue sintiendo mucho temor, mucha zozobra y, sobre todo, mucha desconfianza del proceso de paz”. Foto: Santiago Jaramillo.

En comparación con el año 2002, ¿cómo se ha desarrollado el conflicto armado en el Chocó desde que iniciaron los diálogos hasta este año?

“Hay dos fases: una después de la masacre de Bojayá que va hasta 2006, con los inmensos desplazamientos en el río Bojayá y otros ríos del Medio Atrato.

Después de la masacre se incrementó más la guerra. Y tomó formas diferentes, ya no traducida en masacres masivas, sino en intimidación, hostigamientos, asesinatos selectivos y produjo desplazamientos masivos.

Después, la guerra continuó y sigue en este momento. Desde que se decretó el alto al fuego unilateral de las Farc el año pasado, ha mejorado mucho la calidad de vida de la gente porque ya no hay tantos enfrentamientos ni acciones directas de este grupo.

Lo que se puede ver ahora son los efectos a largo y mediano plazo de la guerra: un debilitamiento de las organizaciones étnicas, un desgaste de la población no solamente físico, sino emocional y la dejación de las formas de vida habituales en el Chocó: ya no es fácil ir a cultivar porque hay minas antipersona, hay actores armados legales e ilegales y la situación de seguridad es muy complicada.

Al mismo tiempo, desde la aprobación de la Ley de Víctimas en 2011, lo que se produce es una especie de dependencia permanente de una gran parte de la población de unas ayudas económicas del Estado bastante ridículas, pero ayudas al fin y al cabo.

No es un panorama muy alentador, pero lo que sí ha ocurrido es que, con las negociaciones de La Habana y, fundamentalmente, con el acto de reconocimiento y responsabilidad que se produjo el 6 de diciembre en Bojayá por parte de las Farc por la masacre de 2002, sí he notado una especie de nueva energía. Algo como que la gente ha vuelto a decir ‘quizá si hay un futuro. Tenemos que volver a organizarnos y ponernos a trabajar’”.

En el caso de que se firmara un acuerdo de paz, ¿qué consecuencias tendría ello para el Chocó, tanto para su conflicto armado como para el posconflicto?

“Creo que es básicamente una “válvula de oxígeno”. Creo que la gente está tan agotada que necesita esa noticia. El silenciamiento de los fusiles de uno de los actores armados significaría también el silenciamiento, en parte, de los de las Fuerzas Armadas.

Ningún habitante urbano puede imaginarse lo que es acostarse por las noches con el sonido de los helicópteros, con el temor de que entren guerrilleros en la comunidad o de los bombardeos. Esto es cotidiano en el Chocó.

Lo que sí ha significado este momento “prefirma” del acuerdo es que se reactiva la sociedad chocoana y que las organizaciones étnicas se den cuenta de que tienen que estar preparados. La gente se ha dado cuenta de que necesita la paz.

Creo que en el Chocó, como en buena parte del país rural, el debate no es si el referendo va por un lado o por el otro, que si Uribe dice tal o si Santos dice cual: la gente quiere la paz y están trabajando para que este escenario empiece a construirse”.

¿Y qué cree que ocurriría si no se firmaran los acuerdos? ¿Se reestablecería el escenario de violencia que hubo después de la masacre de Bojayá?

“Si eso ocurriera, sería un drama para toda Colombia. Tengamos en cuenta que el fracaso del anterior intento de un proceso de paz condenó a Colombia a una escalada de guerra brutal y sin parangón en todos los años de conflicto. Hubo que esperar entre 14 y 15 años para volver a  tener esa esperanza.

En Chocó habría un incremento del conflicto y probablemente de una manera muy violenta. No sé si las diócesis, las organizaciones étnicas o territoriales podrían aguantar una reactivación de los enfrentamientos.

De lo que sí estoy seguro es que sería negativo para el Chocó y para Colombia porque esta es la penúltima oportunidad de hacer bien el proceso”.

¿Qué podemos aprender de lo ocurrido en Chocó para aplicarlo en el resto de Colombia?

“Del Chocó y de sus víctima se puede aprender muchísimo. El acto reconocimiento y responsabilidad de las Farc del 6 de diciembre fue impresionante, no por tener a varios comandantes guerrilleros pidiendo perdón, sino por la actitud de las víctimas: con una generosidad y valentía increíble estuvieron allí. No participaron en un show, sino que pusieron sus condiciones y siguieron exigiendo, fundamentalmente, garantías de no repetición.

Hubo un caso de una de las víctimas de la masacre de Bojayá que, hablando con la delegación de las Farc sobre una violación de los derechos humanos muy concreta, los guerrilleros insinuaron que al responsable le iban a hacer un juicio revolucionario. Esta víctima dijo: ‘No, si es para matarlo, dejémoslo así. Yo no quiero que maten ni a los suyos’.

Esa generosidad de las víctimas que dicen ‘ni una muerte más, aunque perdamos algunos de nuestros derechos’ es un gran ejemplo para el país. Y no son víctimas cualquiera, son víctimas aisladas, empobrecidas, muy solas y sin apoyo psicosocial.

Hace un par de meses, la Asamblea Departamental aprobó la agenda de paz que ha organizado la misma sociedad civil. La Agenda Interétnica de Paz del departamento del Chocó es un trabajo tremendo que hizo el Foro Interétnico del Chocó. Ese tipo de cosas son ejemplos para aprender y en esa clave de reconciliación, esa clave de no olvido, pero sí de entendimiento y convivencia es algo que toda Colombia debe aprender”.

“Esa clave de no olvido, pero sí de entendimiento y convivencia es algo que toda Colombia debe aprender”. Foto: Santiago Jaramillo.

“Esa clave de no olvido, pero sí de entendimiento y convivencia es algo que toda Colombia debe aprender”. Foto: Santiago Jaramillo.

¿Y, según usted, qué se necesita para conseguir una paz verdadera?

“Primero, verdad, porque si no hay verdad, hay venganza.

Lo segundo sería implementar la paz territorial: que el Estado entienda que los territorios saben lo que quieren, tienen planes de desarrollo y lo único que debe hacer es ayudarlos para poder ponerlos en marcha.

No se puede entregar el país a los megaproyectos económicos o a las empresas multinacionales o nacionales que están deseosas de hincarle el diente a los minerales, al agua y los recursos naturales que hay en los territorios más aislados, y ese es un problema que ha tenido Colombia históricamente. Se habla poco en el proceso de paz del papel de las empresas privadas, pero creo que es un tema determinante.

Y, por último, como factor diferencial para que haya una paz verdadera en el Chocó es que hay que tener una sensibilidad especial al enfoque étnico. El Chocó es afro e indígena y eso se conjuga de manera diferente, tienen necesidades especiales, tienen una cosmovisión distinta a la de la Colombia mestiza urbana, unos valores diferentes y eso o se respeta y se potencia, o va a haber choques importantes.

La paz duradera no es que se tarde mucho en escucharse un disparo, sino que la gente realmente tenga espacios democráticos de solución de los conflictos, que se mejore su calidad de vida y que haya un futuro. Eso es de lo que en este momento se carece en el Chocó y en otras partes del país.

El Estado no solo tiene que estar presente, tiene que transformar su manera en la que está presente. Este Estado que no conoce al país tiene que confiar en la gente que está en los territorios, tiene que cambiar su lógica. Tiene que ver a los chocoanos de igual a igual, no como una zona de colonización o una que necesita ayuda, no es eso. Los chocoanos lo que quieren es que sus derechos sean respetados, y eso es muy diferente a necesitar ayuda.

Sus valores económicos, sociales y culturales son muy diferentes a los de un funcionario de acción social de Bogotá y si el Estado no cambia su filosofía respecto a su propia población, nada va a cambiar ni en el Chocó ni en ninguno de los municipios rurales”.

Entrevista completa a Paco Gómez

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