Mariposario

El zoológico: una mariposa que flota en mi memoria

Este es un recorrido por el Parque Zoológico Santa Fe, un espacio turístico de Medellín con más de medio siglo. Una visitante recuerda lo que significó este espacio en su niñez y cómo lo ve ahora.

Por Águeda Villa G*.

–Eh, ave maría, el león es el mejor… Véale esa majestuosidad… ¡Nada como el león!-, decía un señor delante de mí mientras su numerosa familia se reía con el comentario y todos mirábamos jugar al león y a la leona. “Somos de apellido León”, me dijo su esposa en un susurro, haciéndome cómplice del chiste mientras yo le sonreía con cortesía. “Hace unos meses salí con un José León, pero realmente tenía más cara de José Pato”, le conté a la señora, quien me devolvió la sonrisa mientras continuábamos el recorrido.

Recuerdo la primera vez que fui al zoológico: mi papá me llevaba de la mano por todo el parque, me contaba las cosas que sabía de los distintos animales que veíamos y yo le creía, sobre todo porque segundos más tarde el guía repetía lo mismo en otras palabras al dirigirse al resto.

De esa visita al zoológico no recuerdo mucho, realmente. Hay en mi cabeza imágenes fugaces de un león, un hipopótamo que abría la boca grande mientras los demás le tiraban pedazos de zanahoria, y un elefante tan quieto y majestuoso que enroscaba en su trompa un montón de paja que luego masticaba con calma. Sé que volví unos dos años más tarde, cuando recién había cumplido siete, esa vez con mis compañeros del colegio. Si de la primera visita no recuerdo mucho, de la segunda, menos.

De mi cabeza, en cambio, nunca se ha borrado la imagen de la entrada del mariposario. Mi papá me daba paso para entrar delante de él y me explicaba por qué era necesario que el lugar tuviera dos puertas: una en la entrada que llevaba a un vestíbulo pequeño y otra que conectaba con el interior, todo esto con el fin de evitar que algún espécimen escapara. Al entrar a ese vestíbulo, debíamos cerrar la primera puerta y luego acceder por la segunda. Nuevamente la explicación de mi papá era confirmada por las palabras del guía, quien contaba despacio cómo funcionaban ambas puertas mientras atrapaba con una red una mariposa que había salido de su hábitat. Nosotros observábamos cómo el guía se cercioraba de que la primera puerta estuviera cerrada y abría la segunda, dejando volar a la mariposa hacia adentro; así nosotros la seguíamos y comenzábamos a caminar por un sendero estrecho, viéndola batir sus alas y perderse entre ramas y flores.

Supongo que ese día era domingo, porque a la semana siguiente recuerdo haber llegado al colegio llena de historias para mis compañeros sobre la maravillosa aventura que había tenido con mi papá mientras veíamos tigres, monos, osos hormigueros y serpientes. Y es que para mí había sido bastante emocionante; era, como mi papá me había dicho, traer la selva colombiana frente a mis ojos. Esa visita me permitió conocer, sin afanes, animales que de niña sólo había podido ver en los programas doblados de Discovery que transmitía Teleantioquia y en el montón de caramelos de chocolatina con los que llenaba mi álbum de Historia Natural.

Con los años, el zoológico se convirtió para mí en un elemento más del paisaje que recorría a veces en una ruta de bus que pasaba por la avenida Guayabal. Me concentraba en los murales que lo encerraban, con dibujos coloridos y llamativos de los animales que había dentro, y uno que otro pedazo de pared con publicidad de esa marca de chocolatina que me había hecho llenar un álbum con caramelos algunos años atrás.

No sé en qué momento exactamente me cambió la idea del zoológico y empecé a repudiarlo. Pensaba con tristeza en esos animales que de niña me habían provocado tanta emoción, y los veía en mi cabeza, encerrados en esos hábitats de mentira, con un espacio tan reducido que les impedía correr y los obligaba a caminar una y otra vez el mismo espacio todos los días. Pensé en los nuevos y en lo difícil que sería para ellos llegar a un grupo en el que las posibilidades de ser rechazados existían y el estrés de ser observados también.

Volví diecinueve años después. Ahí estaba yo, a mis veinticinco, en la fila para entrar al Parque Zoológico Santa Fe. Esta vez no era domingo, como cuando entré con mi papá; era jueves y llovía. Y esta vez yo estaba sola, detrás de la familia León, con mi celular en la mano y  atenta para no meter los pies en ningún charco.

No había terminado de pasar la máquina registradora cuando me topé con la primera imagen triste del día: a mi izquierda, resguardadas por un tejado que, según calculo no medía más de dos metros por dos, se encontraban –algunas sentadas, otras paradas– unas seis ovejas juntas y apretadas que evitaban la lluvia y se daban calor a mi modo de ver, pues seguramente su lana las protegía lo suficiente del impredecible clima de Medellín.

El recorrido sugerido por el Parque Zoológico es hacia la derecha. Lo seguí entonces despacio, y me uní en silencio a la familia León que prestaba atención –no mucha, realmente– a uno de los guías del parque. Me impactó especialmente la soledad del lugar, que se sentía con más fuerza gracias al clima frío y a la lluvia que amainaba poco a poco. Y me encontré con un bisonte, parado en su espacio, que me pareció bastante reducido comparado con su grandeza. Avancé detrás del grupo después de tomar un par de fotografías y leí con calma información sobre el oso de anteojos, los lugares del país en los que se encuentra y la necesidad de cuidarlo para que no se extinga. Miré hacia su hábitat y lo vi, acostado en el piso, boca abajo, con las patas delanteras juntas y los ojos entrecerrados. No pude evitar preguntarle al guía por qué estaba solo, y me contó que hacía un mes habían llevado una osa desde el zoológico de Cali para que pasara los días con él, pero que había fallecido por culpa del estrés. “Aquí en el zoológico hay muchos animales sin pareja… Algunos están solos porque son monógamos, escogen una pareja para siempre y cuando ésta muere, se quedan viudos el resto de su vida… Otros simplemente son bastante territoriales, y traerles compañía los pondría en peligro”, me explicó Jefferson el guía al ver mi cara de angustia.

Algunos de los animales del zoológico provienen de la Hacienda Nápoles, recordándonos a muchos, inevitablemente, esa época de los ochenta y noventa que tanto nos duele. Es el caso de los hipopótamos, que ya se están convirtiendo en una plaga, pues son una especie altamente reproductiva que se expande por todo el país con bastante rapidez. El Parque Zoológico Santa Fe conserva dos hembras, mamá e hija, como una forma de controlar su natalidad y porque además son  animales bastante peligrosos.

El zoológico no solo controla la reproducción de las especies, de la mano de Gustavo Valencia, también se encarga de educar al público general en el manejo adecuado de la fauna. “El tráfico de especies exóticas es una actividad ilegal que debe castigarse con todo el peso de la ley”, explica Gustavo, quien es el coordinador de Educación del Parque Zoológico Santa Fe desde febrero de 2015. “Al parque llegan animales exóticos con bastante frecuencia. Antes de integrarlos al zoológico y ponerlos a convivir con otros de su especie, es necesario hacerles una valoración completa de su salud, cerciorarnos de que no porten virus o enfermedades que pongan en peligro a sus futuros compañeros o incluso a los seres humanos, y después hacerles todo un proceso de adaptación, pues no siempre son aceptados por el grupo y en ese caso debemos llamar a otros zoológicos que les den un hábitat”.

“El tráfico de especies exóticas es una actividad ilegal que debe castigarse con todo el peso de la ley”

Muchas personas no son conscientes del peligro que corren las especies exóticas cuando son separadas de sus compañeros y de su hábitat natural. Aún es común encontrar familias que compran animales de contrabando y los llevan a sus casas, tratándolos como animales domésticos o sintiendo que les da estatus al exhibirlos con su círculo social. Una de las especies exóticas que aumenta las estadísticas del tráfico ilegal es el flamenco rosado. Los traficantes, por lo general, hacen un orificio en un tubo de PVC lo suficientemente estrecho para ubicar el pico del animal y hacer presión sobre su garganta que evite la emisión de cualquier sonido. Aprovechando su delgadez y la flexibilidad de sus patas, introducen el resto del cuerpo sin ningún cuidado ni preocupación, ocasionando fracturas frecuentes y, en muchos casos, la muerte. Los flamencos, por su gracia y elegancia, son una de las especies más apetecidas para servir como decoración de fincas de recreo.

De hecho así nació el concepto de zoológico, y ha cambiado con los años. “Muchas de las especies exóticas que hoy conocemos han nacido en cautiverio y han hecho parte de esa colección privada que tenían muchas de esas familias y que después fueron donando y compartiendo con el público general”, cuenta Adolfo Maya, sociólogo de la universidad Eafit. “Este cambio en la percepción se ha dado por la humanización relativamente reciente que le hemos venido dando a los animales, otorgándoles derechos y roles en nuestras familias. Aún hay personas que tienen animales exóticos en casa, y el desprenderse de ellos es un hecho reciente debido justamente al cambio de conciencia que hemos experimentado de unos años hacia acá”.

La labor de Gustavo Valencia con el Parque Zoológico Santa Fe es recuperar esos especímenes exóticos que aún se encuentran en casas de familia, realizarles el tratamiento de adaptación necesario para integrarlos al parque y, más adelante, devolverlos a su hábitat natural, como es el caso de los monos aulladores, de los cuales casi 300 han sido regresados a las selvas colombianas. “El Parque Zoológico Santa Fe no es una cárcel de animales, como algunos han dicho. Somos un parque de conservación de especies, y queremos justamente preservarlas, generar conciencia en las personas para que no trafiquen ni compren animales exóticos y busquen compañía en animales domésticos que no suponen un peligro para los seres humanos”, dice el coordinador, que ha participado en la recuperación de varias especies y cuenta, entre sus muchos logros, la recuperación quirúrgica y anímica de varios especímenes del parque.

“El Parque Zoológico Santa Fe no es una cárcel de animales, como algunos han dicho. Somos un parque de conservación de especies, y queremos justamente preservarlas, generar conciencia en las personas para que no trafiquen ni compren animales exóticos y busquen compañía en animales domésticos que no suponen un peligro para los seres humanos”

Después de repetir el recorrido por el zoológico sin ningún guía, pasé nuevamente por el mariposario, esta vez sin mi papá. Me advirtieron que, por el frío, posiblemente no vería muchas mariposas. Entré impulsada por un recuerdo y lo sentí conmigo, guiándome por el mismo sendero que habíamos recorrido juntos, de la mano, casi veinte años atrás. Recordé su transición lenta, cuando se aisló de nosotros y vivió en silencio su enfermedad, saliendo despacio de su capullo y abriendo sus alas, que ahora son de ángel, y con las que ahora vuela a mi lado.

 

*Esta crónica fue elaborada en el curso Géneros Periodísticos 2 y participó en la actividad Periodistas en la carrera.

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