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El perro rabioso y su Dalia Negra


Por Sara Pérez Cano
sperezc6@eafit.edu.co

Cuando hablan de novela negra, de inmediato me viene a la cabeza una mano sosteniendo nerviosamente un cigarrillo, un vaso de whisky o un arma. Las imágenes se me antojan monocromáticas, a juego con las escenas de suspenso y tensión características de este género narrativo.

Y podría seguir buscando lugares comunes, cuando la verdad es que hay un rey del género, que ha firmado la literatura con el asco, el miedo y el olor de la sangre.

Hablo de James Ellroy y de su libro La Dalia Negra (2016). En esta novela, publicada originalmente en 1987, el escritor explora uno de los crímenes más importantes del siglo XX, no solo por la sevicia con la que fue cometido, sino porque aún no se resuelve.

Lo curioso, y tal vez perturbador del asunto, es cómo el “perro rabioso de la literatura” logra mezclar el propio asesinato de su madre con el de la Dalia, creando una Elizabeth Short bastante más intrincada que la pobre chica encontrada en el solar de la 39 con Norton, el 15 de enero de 1947.

James Ellroy es uno de los más famosos escritores de novela negra contemporánea, así como también un escritor de «ensayos» o artículos dedicados a analizar y desglosar crímenes reales / Foto: Marion Ettlinger

Este es uno de los puntos que me llevaron a leer la novela, y lo vi gratamente reflejado en la construcción del mito de la Dalia. No obstante, hay una grieta en esta obra maestra: el carácter mundano, cruel, despiadado y sucio que Ellroy les imprime a sus palabras.

Porque si bien es de un detalle poético, como si se construyese con filigrana, lo que escribe pone los pelos de punta. El miedo y la amenaza reptan por su prosa, obligando a los protagonistas (y al mismo lector) a permanecer en un constante estado de expectación, hasta un final que en ningún momento se pensó posible.

Ellroy describe la muerte de una forma que se puede denominar como “suculenta”. Ofrece probar veneno puro, con la promesa de que sabrá bien siempre y cuando se avance. El peligro es quedarse atrapado en tan escalofriante cuarto oscuro, o no disfrutar la breve estadía en lo absoluto.  

En cuanto a reportaje, debo destacar la labor titánica de este autor. Del que puedo decir sin melodramas que ha escrito con sudor y sangre esta novela, pues se ve un ejercicio documental serio, cuyo afán no es más que el de esclarecer los hechos y aventurar conjeturas que para él pudieron tener sentido en un plano real.

Más sorprendente aún es la inmersión completa de James Ellroy en su novela. No solo porque se aventura en un mundo policial que mira a los que preguntan de más con recelo, sino porque pone al desnudo su alma para nosotros.

Antimaniqueísta

Todo espectador ha sentido alguna vez empatía por personajes que podrían catalogarse simplemente como monstruos. Aquellos que secretamente esperamos ver en nuestras pesadillas, pero jamás en la vida real. Sin embargo, algo decepcionante me ha pasado con los personajes de Ellroy.

Desde Betty, pasando por el agente Bleichert e incluso los miembros de la Policía de L.A. sentí dos cosas: o bien desprecio, o bien exasperación.

Es muy fácil juzgar lo correcto desde el mundo exterior de las páginas, lo admito; sin embargo, todo el tiempo sentí impotencia frente a cosas que podrían haberse evitado si tan solo los personajes hubiesen sido un poco más valientes, un poco más generosos, o simplemente un poco menos estúpidos.

La psicología de cada personaje está deliberadamente construida, pero todos muestran un maquiavelismo que no alabaré.

Asimismo, la retahíla policial propia de la novela, me impidió disfrutarla al ciento por ciento. Sería difícil pedirle a un escritor de novela policial que no mencionara a la policía, pero la excesiva descripción de este mundo, sumado a la cantidad de conceptos y terminología referente al mismo, hizo que pareciera un capítulo de CSI más que cualquier otra cosa.

El libro de James Ellroy, inspiró a la película que lleva el mismo nombre.

Algo tienen los asesinatos

Me declaro fiel amante del día y del arte al más puro estilo renacentista. Sin embargo, y aunque esta obra me ha resultado perturbadora, algo tienen los asesinatos que me hace querer mirar. ¿Es morbo lo que provocan en mí? No lo sé, pero me gusta estar informada sobre asuntos de este tipo, aunque la indignación luego me ensordezca los oídos.

Por ello quisiera leer algún día A sangre fría y Ataúdes tallados a mano, de Truman Capote. Guardo la esperanza y el temor de una prosa finamente roja, que me haga llorar, rabiar y luego tirar el libro por la ventana. Así sabré que es un buen libro.

En conclusión, recomiendo la novela a todos aquellos que disfrutan de relatos sobre locos, borrachos y prostitutas. También a aquellos curiosos por los crímenes sin resolver, y de la cultura popular, como yo. Sin embargo, para aquellos otros que disfrutamos de la nobleza humana, que lloramos viendo una obra de ballet, les recomiendo que la eviten.

La obra de James Ellroy es un ejercicio documental impresionante, por lo que sin duda alguna es importante para estudiantes de comunicación social y periodismo, pero para el resto de la comunidad lectora es una cuestión que podría llegar a ser desagradable y hasta repulsiva.

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