El nuevo drama estadounidense
La prensa y el presidente Trump parecen no querer separarse. Lo que ambos han creado es precisamente lo que el presidente quería: una historia, una narrativa que lo pusiera a él en el centro. Pero ¿es la percepción internacional sobre su liderazgo la que él deseaba?
Por Isabel Andrade, Juan Sebastián Gómez y Sara Sierra
Primer acto
Aún no sale el protagonista. La audiencia entera escucha con atención mientras las manos tensionadas imprimen de disgusto los tomates prestos a ser lanzados.
Comienza el monólogo:
“Desde este día en adelante, una nueva visión gobernará nuestra tierra. Desde este día en adelante, será solo América primero. América primero. Cada decisión en comercio, en impuestos, en inmigración, en relaciones exteriores, será hecha para beneficiar a trabajadores americanos y a familias americanas. Tenemos que proteger nuestras fronteras de los saqueos de otros países, produciendo nuestros productos, robando nuestras compañías y destruyendo nuestros trabajos”.
Con esas palabras pesadas, estiradas hasta lo imposible para cargar dentro de sí al mundo entero, llenas de significados múltiples, de realidades que, como los oráculos griegos vaticinan futuros moldeados para cada oyente, el presidente Donald Trump se presentaría ante el mundo y daría comienzo a su administración en el 2017.
Mucho podría obtener el oído agudo de esas palabras, y todavía más escucharía la mente analítica. Bastaría con hacer conexiones, con revisar el pasado, con entender las dinámicas y las restricciones de poder que juegan constantemente en el escenario político americano e internacional para saber interpretar aquel discurso.
Pero el presidente, en un intento por complejizar el tablero de juego y al mismo tiempo — de manera paradójica — llevando el lenguaje hasta su significado más simple y literal, se encargaría de modelar una política exterior con un único protagonista en el centro del escenario; un escenario que, a su vez, estaría separado del auditorio como una urna de cristal, hermético, cubierto en misterio e imprevisibilidad.
La obra fundiría al oráculo, al protagonista, al escritor y a la escena misma en uno solo: Donald Trump.
Segundo acto
‘Proteger nuestras fronteras de los saqueos de otros países’ parece ser una idea que no excluye necesariamente a los aliados históricos de EE. UU.
El presidente Trump, como máximo brazo ejecutivo del partido republicano, y como uno de los empresarios más conocidos en su país, se encargaría de permear las decisiones de su administración con los valores a los que se adscribe su base electoral. Bajo las banderas de un Estado poco intervencionista y de una nación en la que prime el desarrollo y la rentabilidad de la empresa privada, Trump enfocaría muchas de sus decisiones hacia el establecimiento de un ambiente amigable para los dueños de grandes compañías y para la clase adinerada.
Desde el nombramiento de un escéptico del cambio climático, Scott Pruitt, como director de la Agencia de Protección del Medio Ambiente, hasta el nombramiento de Betsy deVos, una crítica de la educación pública, como la secretaria del Departamento de Educación, Trump trabajaría por moldear un Estado que redistribuyera sus recursos hacia causas que él probablemente considera como estandartes del prestigio americano: la economía — la empresa privada — y el poder militar. Esto, claro está, dejando de lado otras manifestaciones de poder y de influencia política no menos importantes.
De hecho, el año pasado Estados Unidos aumentó la inversión militar en un 4.6% por primera vez desde el 2010, según reportó el diario El País el pasado 29 de abril. Si bien actualmente EE. UU. ha comenzado a disminuir su presencia en algunas regiones de medio Oriente, y en ese sentido sus esfuerzos militares, el artículo de El País arguye que las acciones de Trump responderían más a intereses disuasorios, particularmente en lo que se refiere al creciente poder chino.
Esto último, junto con el fuerte deseo del presidente por fortalecer el sector empresarial estadounidense, ha sido promovido a costa de recursos para otras causas como las ayudas humanitarias y de financiación a países centroamericanos, las críticas a organizaciones internacionales como la Otán, la disolución de la participación estadounidense en tratados internacionales como el Acuerdo de París, el acuerdo con Irán, el TTP, la renegociación del NAFTA, etc.
En esta misma línea, Jeffrey Goldberg, periodista y editor en jefe para la revista The Atlantic, afirmó en una entrevista para Face the Nation que la falta de comunicación del presidente Trump con los aliados de EE. UU. podría crear vacíos de poder importantes. La ausencia del liderazgo que había estado ejerciendo la potencia americana desde el final de la Guerra Fría, podría dejar a los aliados estadounidenses sobre un suelo inestable que los lleve a tomar direcciones contrarias a sus intereses, bajo la protección de otras potencias como China o Rusia.
“Proteger nuestras fronteras de los saqueos de otros países, produciendo nuestros productos, robando nuestras compañías y destruyendo nuestros trabajos”, parece ser una idea que no excluye necesariamente a los aliados históricos de EE. UU.
Y es que Trump parece tener un arsenal de sanciones comerciales, arancelarias y no arancelarias, listo para lanzar contra cualquier Estado que él considere un peligro para el crecimiento económico de su país. Solo hace dos meses el presidente nombró como director del Banco Mundial a David Malpass, un economista de Wall Street que había tildado a esa misma organización de ser “muy intrusiva” y criticado los esfuerzos multilaterales por ser “dañinos para el crecimiento mundial y estadounidense”.
Los poderes europeos, que habían mantenido un acuerdo tácito con los gobiernos estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial para repartirse los nombramientos de las cabezas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial respectivamente, prefirieron callar, posiblemente para no desatar la ira innecesaria del presidente Trump.
Siguiente acto
Se ha dicho que uno de los campos políticos que más lleva la imprenta particular de un presidente es el de la política exterior. En ella, la administración de turno, y la persona que la preside, se vuelven verdaderos protagonistas. Esta afirmación nunca había sido más acertada que en los tiempos de Trump. Sus decisiones tienden a reflejar las características que algunos expertos atribuyen a su personalidad: una que es impulsiva, llevada fácilmente por la rabia, desatenta con las consecuencias, orgullosa de ser impredecible.
Si se sigue la política de Trump desde que llegó a la Casa Blanca, parecería que el presidente, preocupado por la proyección de su imagen personal, estuviera interesado en que EE. UU. se moviera internacionalmente como él seguramente lo habría hecho en el mundo empresarial; de forma autoritaria, exigiendo más que discutiendo, a través de estrategias visibles que demostraran su capacidad económica. ¿Y qué mejor contraparte que la emergente China de Xi Jinping?
Habiendo reversado el enfoque cooperativo y de acuerdos comerciales de la administración Obama como una forma de establecer influencia en la región asiática, Trump quiere someter al Estado chino de una manera más espectacular. Varios expertos hablan de la actual guerra comercial entre los dos poderes y afirman que, incluso si se lograra llegar a una tregua, el choque entre ambos continuaría, especialmente en el frente tecnológico.
Un estudio realizado por Gallup el año pasado mostró que la aprobación del liderazgo estadounidense bajó de un 48% en el último año de Obama a un 30% en la era Trump. La aprobación de China es de un 31%.
Para los partidarios del presidente, América Primero ha logrado consolidar el liderazgo de EE. UU. como uno de una fuerza indiscutible. EL vicepresidente Mike Pence, por su parte, ha criticado abiertamente los planes de expansión chinos, diferenciándolos de los proyectos americanos, en tanto estos últimos no inundan de deuda a los países que pretenden ayudar ni promueven la construcción de obras deficientes. Pero queda ver qué tanto calan este tipo de discursos producidos desde una administración que cada vez actúa más desde un lugar cercado por políticas aislacionistas.
La prensa y el presidente Trump parecen no querer separarse. A pesar de que ambos tienen una relación caracterizada por los ataques mutuos, lo que ambos han creado es precisamente lo que el presidente quería: una historia, una narrativa que lo pusiera a él en el centro. La imagen del liderazgo estadounidense ha decrecido y la del gigante asiático no logra aumentar. Con esto se cree que el poder internacional del primero está siendo ganado por el segundo. Pero aquí es pertinente no perder de vista dos puntos:
1) La luz esclarecedora y a veces violenta de la prensa permanece más tiempo sobre el presidente Trump, en medio, además, de una enemistad prácticamente declarada entre ambos.
2) La influencia china, si bien se está expandiendo a través de sus brazos económicos y tecnológicos, aún no lo logra desde el punto de vista cultural. Muchas personas ven con recelo el liderazgo de Trump, pero pareciera como si en el fondo todos mantuvieran la esperanza de ver un EE. UU. que pudieran admirar sin sentir culpa, la esperanza de no dejar morir el sueño americano.
Por ahora solo queda una cosa:
Intermedio.