«El juego del hombre»
Juan Villoro, escritor y periodista mexicano, retrata en esta obra la pasión del seguidor, las leyendas del juego, las historias que convirtieron a los estadios en templos del fútbol. Reseña.
Por María Alejandra García – mgarci26@eafit.edu.co
“Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos. Unos optan por una escuadra de sólido arraigo familiar, otros se inclinan con claro sentido de la conveniencia por el campeón del momento. En ocasiones una fatalidad regional decide el destino antes de que el sujeto cobre conciencia de su libre albedrío y el hincha nace de modo ateniense, determinado por la ciudad.”
El mío, como lo cuenta Juan Villoro en su libro Dios es Redondo, fue una pasión impuesta al nacer. Una noche de miércoles del 99, cuando apenas tenía 8 años, mi abuelo, jugador y amante al futbol, me sentó en sus piernas y me dijo: “Hoy hay que hacerle fuerza al verde hija”. A partir de ese momento “el verde” se convirtió en mi equipo y causal de mi buen o mal genio los domingos por la tarde.
Dios es Redondo ratifica que el fútbol es una historia ya contada que involucra con perfección todas las emociones, porque un partido no son sólo 90 minutos, es la mezcla de leyendas, anhelos y deseos de venganza.
Apasionado por el buen fútbol, hincha del Barça y del Necaxa, Juan Villoro retrata en esta obra la pasión del seguidor, las leyendas del juego, las historias que convirtieron a los estadios en templos. Con crónicas cortas habla de su paso por el Mundial de Francia 98, perfila al ídolo Maradona, le da guayo a los galácticos y cuenta cómo Alemania puede perder muchos partidos pero ganar siempre finales.
Siete capítulos de goles, penaltis, faltas, tarjetas amarillas y rojas. Historias que entusiasman al amante del fútbol y que con seguridad motivará a ese que dice no gustarle.
Fútbol
¡Degenerado! Eso le gritaron a Villoro un día en un clásico Boca-River, sólo por aceptar que en México, su país natal, ambas hinchadas podían asistir a un duelo azteca. Pero será degenerado ahí nada más, pues su libro es de un virtuosismo tal que una vez se abre es difícil parar. Villoro no necesita una temática ni tosca ni dura para darle peso a algo liviano como el fútbol.
El ballet es un arte que para muchos puede no ser compatible con el fútbol. Y es que unas mallas rosadas poco tienen que ver con medias blancas y gruesas. Y menos las zapatillas con puntas de yeso duro, con los guayos ergonómicos que usan los jugadores. Pero el ballet y el balompié sanan, subliman el sufrimiento con dolores del cuerpo. Villoro dice que las familias felices no producen futbolistas. “Hace falta mucha sed de compensación para exhibirse ante 100 mil fanáticos en un estadio.” Se necesita estar “roto” para apuntar al ángulo exacto y gritar gol.
Quizá eso de estar “roto” es lo que le pasa a Totti, la superestrella de la Roma, emocionalmente incapaz de abanador a su equipo. Un delantero que prefirió disfrutar de toda la gloria que puede brindarle su equipo. La Roma, que sólo ostenta de pertenecer a la liga italiana, tienen lo que Villoro llama “un gladiador”.
Dios es redondo se mueve entre el perfil, la metáfora, la crónica, la experiencia y la pasión. Sobre todo pasión. A través de ella Juan Villoro logra transportar al lector a ese estadio que creó dentro del libro.
Historias como la de Alemania, que “siempre ha tenido la capacidad de transformar el calvario en épica” es uno de los goles del libro. Fue derrotada frente a Hungría, 8 – 3, en el mundial de Suiza 54. Y remontó 3 a 2, en un segundo encuentro, dejando a los húngaros por fuera. Villoro concluye con contundencia: “El mal clima favorece a los que se adaptan al lodo y al desorden.”
Del Diego al dios
Hablar de Dios sin mencionar a Maradona no es abarcar a dios en totalidad. Juan Villoro perfila a Diego Armando, el ídolo de los pies pequeños, como un hombre que a sus 23 años tenía todo para convertirse en un “jubilado precoz”.
En el Mundial del 86, Maradona hizo creer al mundo que cualquier equipo que lo tuviera podría quedar campeón: su baja estatura y su andar lento se escudaba en su liderazgo universal.
Maradona creó un mundo a semejanza de sus deseos, se desentendió de la realidad, “esa bruma sin magia que circunda los estadios.” Y es que Diego Armando tenía el sello del monstruo. Sólo debía recibir un pase desde la media cancha para definir el partido y quizá esa cualidad, que más adelante se convertiría en poder, le rayó la cabeza.
Vida, muerte y resurrección de Diego Armando Maradona es el nombre de este capítulo. Villoro no le tapa nada al dios argentino. Habla de la cocaína, del doping y de modelos de una noche. Pero también describe la fuerza del zurdo, los chutes sin ganas que terminaban en gol y del cambio anímico de todo un equipo sólo por tenerlo en la cancha.
Francia 98. “Último mundial del siglo XX”
Estar en el Mundial de Francia le permitió a Villoro salir de un puesto del que ya le quedaba solo el cansancio. En París no sintió ni el cambio de horario, solo temía por la escritura diaria y la necesidad del aficionado de sentir momentos que se quedarán en la memoria pero también instantes que se nieguen a ser pasado.
Desde el 9 de junio hasta el 13 de julio estuvo en modo mundial. Cada relato habla de los goles que merecen ser repetidos, de las marcas que compran a selecciones enteras para exhibir sus modelitos. Del sexo y los futbolistas y de los ritos para hacer un buen mundial. Describe Francia, sus carreras por llegar a escribir y los días en los que el reporte lo cogía en la calle. 56 crónicas cortas que narran un mundo, un mundial.
Villoro concluye su libro dando las gracias a un ángel, a Ángel Fernández, cronista y narrador deportivo, quien le enseñó a amar y a contar el fútbol, el bien llamado “juego del hombre.”