Edwin Bravo Patiño

El intendente Bravo: las huellas del secuestro

El 11 de diciembre de 1999, guerrilleros de las Farc se tomaron el municipio de San Luis, en Antioquia, y se llevaron a cinco policías. Testimonio de uno de ellos.

Por Karina Tobón y Sara Pérez
ktobong@eafit.edu.co

Todavía escucha, a veces, las ráfagas de fusil. Aquella madrugada los gritos se mezclaron con sus sueños: “salgan que les van a volar la casa”. El policía Edwin Bravo Patiño se despertó sobresaltado y agarró su arma de dotación, luego aseguró la puerta de su cuarto y se sentó en el suelo mientras oía el forcejeo de las puertas y los lamentos de sus compañeros.

No quería que la guerrilla lo asesinara o se lo llevara secuestrado. Prefería quitarse la vida antes de que entraran por él. Puso el arma sobre la sien y, a punto de apretar el gatillo, su amigo Alfredo Yepes interrumpió desde una ventana: “Hey Bravo, salí pues que perdimos”. Dos guerrilleros intentaban forzar la chapa y lo amenazaron con «ponerle una pipeta». El intendente Bravo solo rezó, se encomendó a Dios. Decidió abrir la puerta.

No había terminado de salir cuando sintió un golpe en el estómago. Lo llevaron hasta el parque y allí se encontró con Mosquera, Palacios y Lotero, sus compañeros de infantería. Salieron del pueblo por carretera destapada y más tarde llegaron a un campamento guerrillero. Sus piernas temblaban. Ni su peor pensamiento previó lo que sucedería después: 457 días en cautiverio.

Han pasado 15 años desde que fue secuestrado durante la toma de San Luis, Antioquia, y asegura que no consigue superarlo. Aunque el secuestro no dejó huellas en su cuerpo -tiene un pelo negro y una piel sin arrugas que contradice sus 41 años-, su mirada y sus palabras reflejan la marca que dejaron los cerca de dos años de secuestro.

En la repisa de su oficina todavía tiene recortes de los periódicos que hablan de aquel 11 de diciembre de 1999. Los guardó después de su liberación y no comprende por qué siguen entre sus archivos. Mira los papeles como si fueran casos de trabajo. Frunce las cejas pobladas y recuerda.

Sabía que la guerrilla llegaría. Se habían tomado los municipios de San Carlos, Cocorná y San Francisco. Solo faltaban San Vicente y San Luis. Su cargo no lo hizo inmune al miedo. Tenía claro que lo secuestraban o lo matarían. En el fondo, tenía la esperanza de que llegara apoyo. En efecto apareció, pero tarde, horas después de que la guerrilla se lo hubiera llevado. 

Convivir con las Farc

Al llegar al campamento, en lo único que pensaba era en escapar, pero las amenazas frustraron sus planes: “si alguno se fuga, matamos a los demás”, les decían todo el tiempo.

Para Enar Cárdenas, que estuvo con él en cautiverio, Bravo fue su apoyo durante esos 18 meses. Había razones para sentir desaliento, desgano, angustia, desconsuelo y rabia, mucha rabia. Pero Bravo, no sabe cómo, encontraba formas para subirle el ánimo. Casi siempre rezaban juntos, conversaban del futuro y hablaban de la familia durante largas horas. Comían arroz con lentejas. El menú no cambió durante el secuestro. A veces añadían una sopa con una capa de grasa que, según recuerda, parecía más jabón que comida. Así pasaban los días

Pero lo peor era cuando tenían que moverse entre campamentos.  Para trasladar a los 30 secuestrados, los guerrilleros amarraban unas cuerdas a los cuellos y brazos, halándolos para que fueran más rápido o para que siguieran sus órdenes. El Intendente se sentía en un galpón.
547 rosarios

Su mamá siempre deseó que hiciera parte de un cuerpo de seguridad, como en las películas. Para ella era un oficio de admirar y anhelaba que su hijo aportara a la defensa del país. Él, desde pequeño, estaba fascinado también por la labor de los policías. En 1997 se convirtió en uno de ellos.

Estaba feliz con la profesión de su hijo. Hablaba con orgullo de su curso de patrullero  y de su trabajo en el sector de vigilancia en el Nororiente de Antioquia, pero esa alegría terminó cuando lo secuestraron. Lo imaginaba con hambre y deprimido, y sentía impotencia por no poder ayudarlo. “A diario pedía a Dios por su regreso. Hizo 547 rosarios y novenas por la libertad de su hijo. También lo esperaban sus tres hermanos, Diana, Marta y Mauricio.

La toma de San Luís

Antes de atacar, los guerrilleros de los frentes 9 y 47 de las FARC organizaron tres anillos de seguridad alrededor del municipio. La idea era cubrir todos los puntos estratégicos por donde el Ejército podría llegar con los refuerzos.

Luego de atacar el apartamento del intendente Bravo (fue secuestrado allí), los subversivos se dirigieron al principal objetivo: la estación de policía. En el camino, arremetieron contra la Alcaldía. Dinamitaron el lugar y murió la secretaria, quien estaba en embarazo, el personero y otros cinco civiles. Lanzaron pipetas de gas y asesinaron transeúntes. Mataron ocho policías e hirieron otros cuatro. Bombardearon las casas. Destruyeron el Banco Agrario, la Fiscalía, la Registraduría, el palacio municipal, la iglesia y el centro comercial.

“Éramos 18 compañeros y diez quedamos con vida, pero a cinco nos llevaron esos ‘manes’. Fue la peor navidad de mi vida”. Nadie llegó a ayudarles. La guerrilla había dañado la antena de telecomunicaciones y los pocos soldados que lucharon fueron embestidos desde las afueras.

 

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Regreso a la libertad

Era sábado y Bravo no lo sabía. Para él, todos los días eran los mismos. Ya no distinguía un viernes de un lunes. Sin embargo, ese día sería distinto. Las Farc y el Gobierno acordaron un intercambio humanitario que se llevaría a cabo en julio del 2001, en el cual soldados y policías serían liberados en el municipio de Cocorná y el departamento de Caquetá.

Cuando la guerrilla ordenó que se alistaran para salir, imaginó que harían algún trabajo, pero estaba equivocado. Los esperaban medios de comunicación, políticos y distintas autoridades para darles la bienvenida a la libertad.

Durante esa época, su nombre junto al de otros colegas, estuvo en todos los periódicos. “El agente Edwin Bravo Melo, de Pasto, sobreviviente de la incursión de las Farc a San Luis el 11 de diciembre del 1999, nunca logró comunicarse con su familia mientras estuvo cautivo, por eso, para él la libertad tenía un nuevo sentido: volver a vivir”. así lo registró el diario El Tiempo.

Una vez en libertad, y contra de los deseos de su madre, volvió a servirle a la Policía. En la actualidad, trabaja en la Clínica de la Policía de Envigado. Ya no se enfrenta a combates pero madruga desde las 6:00 a.m. para encargarse de la contratación de los hospitales con los municipios. Considera su traslado a Medellín como un nuevo comienzo. Pero lo sigue teniendo claro: seguirá llevando bien puesta, hasta su retiro, su placa de policía.

 

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