El hambre de Martín Caparrós
Para este escritor argentino duele más hablar de hambre cuando no es la escasez la que la justifica, sino la injusticia, el desperdicio y la desigualdad. La falta de corazón.
Por Elisa Fernández
Martín Caparrós tardó seis años en escribir El Hambre. Viajó a la India, Bangladesh, Madagascar, Kenia, Estados Unidos y Argentina para buscar historias de hambre, de personas que sufren de hambre, de gente que muere por hambre. “El hambre es el mal que más personas sufren -después de la muerte que casi todos sufren- Y es, por eso, el que más mata – sí, después”.
Caparrós no habla de la hambruna que acaba con miles de personas como un fenómeno natural. No es la hambruna de los alemanes y otros europeos al terminar la Primera Guerra Mundial, ni es la gran hambruna China que mató a más de 15 millones de personas. El hambre de la que habla el autor es la que está ahí, siempre, en el OtroMundo. En los países que, por su historia, su geografía o simplemente por azar, viven en la pobreza más extrema. Viven –si es que eso se llama vivir- pensando en una sola cosa: si podrán comer mañana.
Las más de 600 páginas publicadas por la editorial Anagrama son, para Caparrós, un fracaso. Un intento fallido de crear conciencia, de abrir los ojos, de hacer algo. Un fracaso porque el autor sabe que es más fácil para todos mirar para otro lado, hacernos los bobos, ignorar la realidad. “Probablemente usted prefiera no leer este libro. Yo creo que haría lo mismo. Es mejor, en general, no saber quiénes son, ni cómo ni por qué”.
Por eso el autor no plantea una solución, ni pretende dar una guía de cómo acabar con el hambre. Caparrós, incluso, no cree tener la respuesta. El fin del hambre podría ser tan sencillo y tan complejo como “pensar cómo sería un mundo que o no nos diera vergüenza o culpa o desaliento- y empezar a imaginar cómo buscarlo”.
Entonces, el libro no es un fracaso. No al menos para quienes decidimos leerlo, para quienes decidimos abrir esa caja de pandora en donde se esconden las verdades más atroces de este mundo. Haberla abierto significa nunca volver a comer – o a dejar de comer – sin pensar en quienes están muriendo de hambre.
Significa saber que la India no es sólo el templo del yoga, que Argentina es más que la cuna de la carne roja y que Madagascar no es el paraíso de arena blanca en el que una jirafa, un hipopótamo y un león toman piña colada.
Leer el hambre es hacerse consciente de que existe OtroMundo en el que miles de millones de personas se acuestan todos los días sin haber comido o sin saber si mañana tendrán siquiera una bola de mijo para comer.
¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?