El estudio los defiende por si el boxeo los noquea
En el coliseo Carlos Mauro Hoyos, en Medellín, se prepara una veintena de jóvenes que sueñan con sobresalir en el deporte de las narices chatas.
Entre el sudor, las necesidades y responsabilidades académicas, una generación de deportistas busca suerte a punta de golpes.
Por María Dilia Reyes Torres – mreyest@eafit.edu.co
“¡Dejen el miedo, dejen el miedo!”, les grita Beibis Mendoza a dos de los muchachos que entrenan en el coliseo Carlos Mauro Hoyos, junto a la Pista de Supercross BMX Mariana Pajón, muy cerca del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín. “¡Ataca y defiende, ataca y defiende!”, le dice ofuscado en especial a uno.
Acatando la orden, ellos se dan puños y gritan, respiran aceleradamente, pero siguen con miedo y se golpean con sutileza. El entrenador mantiene su cara de decepción y rabia. Arrieta se mueve lento mientras Percy le zampa puños y hace bien los ganchos. Entretanto, los otros siete jóvenes practican y miran, algunos por el rabito del ojo, cómo el entrenador les exige a sus compañeros.
—Percy, ¿qué le pasa a Arrieta?… habla, mijo, habla… —le replica a Arrieta, quien está en el ring con su oponente Percy, de 16 años, desalentado con las manos sobre las rodillas.
—Percy, ¿qué dice Arrieta?, no le entiendo nada… Percy, ¡pero mijo, habla…! ¿Qué dice Arrieta? —pregunta el entrenador desde abajo intentando resolver la situación, aunque poco demuestra estar preocupado.
—Que está asfixiado —responde Percy, quien viste una camiseta blanca encajada y una pantaloneta verde. Mira a su amigo.
—Baje, baje…
Arrieta obedece y, agarrándose de las cuerdas del ring, camina por las escaleras cuesta abajo. Beibis, un moreno barrigón, bajito y calvo, se le acerca y entre ambos empiezan a hacer ejercicios para respirar, levantan los brazos e inhalan y exhalan. Se recupera luego de haber repetido cinco veces la rutina, los tres se sonríen y pasa a darle unas vueltas al coliseo.
Son las 5:17 de la tarde y el entrenador manda al resto de muchachos –ocho en total– a dar golpes a los sacos de box.
Arrieta, quien se llama Adalberto y entrena con Beibis desde principios de marzo de 2017, sigue dando vueltas, lo hace lento y respira profundo cuando hace pausas; tal vez piensa en lo que luego expresó: “Si Dios quiere que yo sea boxeador, lo voy a hacer. Y si no, no”.
Él ya ha practicado otros deportes, entre ellos el fútbol, pero manifiesta que nada ha sido como el boxeo porque no les “veía la gracia” y en el que entrena de lunes a sábado de dos a cuatro de la tarde se siente “inspirado”.
“Mi experiencia más bonita practicando boxeo ha sido conocer a mis compañeros, al entrenador que me enseñó todo lo que sé y la más desagradable fue cuando participé en unos juegos departamentales”, afirma el joven de 15 años que vive en Medellín y es oriundo del municipio de Caucasia. “Esa vez perdí, estaba tímido… No solté casi mano”, continúa.
Aquí, como en la vida, hay tiempo para todo
“En los que yo más creo es en Percy, en Arrieta y un poquito en Pérez”, expresa el entrenador Beibis Mendoza sobre el grupo de la tarde, conformado por muchachos entre 14 y 17 años. Son alrededor de nueve, pero Mendoza considera que no en todos ve interés. “Ellos solo tienen que pagar $64 mil pesos que es la inscripción, de resto nada. Son indisciplinados”, opina.
—Abra la mano, abra la mano —le dice a uno de los muchachos, al más acuerpado, un moreno alto y casi sin cabello, mientras le enrolla una venda amarilla de más de un metro de largo en la mano izquierda.
La cara de Beibis es de rabia, frunce el ceño y empuña las manos mientras mira a los muchachos colocarse las vendas, otros ni tienen. Él no sabe los nombres de todos, así que cuando le va a llamar la atención pregunta antes por sus apellidos.
—Aquí, como en la vida, hay tiempo para todo —le dice el entrenador a los pelaos—. Esto tienen que hacerlo en sus casas, sean disciplinados. De inmediato suena el pito y grita como desde sus entrañas: “Tiempooo”.
En las horas de la tarde solo practican estos muchachos, mientras unas niñas hacen patinaje artístico. Solo se escuchan los gritos y sollozos de los muchachos y sus entrenadores, y perdida en ellos una niña dice: “No puedo”. Los muchachos de Beibis saben que tienen prohibido usar esa expresión.
En el piso caen las gotas de sudor de los adolescentes. Cuarenta minutos de entrenamiento se evidencian en los parches enormes de sudor de las pantalonetas y franelillas.
—Trabaje Arrieta, trabaje, mijo… ¡Papi, usted está dormido! —Arrieta lo mira de reojo— ¿Usted cuánto está pesando?
—68… desde la última vez que me pesé —responde el caucasiano. El sonido de los resortes que sostienen el ring es ensordecedor producto de los brincos permanentes de los muchachos. Péndulo, así se llama ese movimiento. “Es la técnica para distribuir el peso en ambas piernas”, explica Beibis.
Suena el pito y el grito: “Tiempooo”. No entran casi rayos de luz al coliseo. Todos lanzan puños, jabs y rectos, lo hacen con mucha fuerza y sin temor alguno.
En el aire huele a dolor, parecen haber 18 personas, pues los nueve adolescentes golpean a sus oponentes invisibles.
Son las 5:29 p.m. y Beibis les dice que paren el ejercicio con los sacos y mira con desencanto a quienes golpean al objeto de caucho y se echan para atrás.
—Vamos pa’ afuera a trabajar trotando lento y cuando pite ustedes van rápido —grita el entrenador.
Por fin los muchachos, que lucen muy agotados, salen de la jaula y del espacio que no es muy amplio, que huele a humedad y da la sensación de desorden. El sol se está escondiendo, entran unas niñas acompañadas de sus madres y pasan la jungla para llegar a su paraíso, el lugar opuesto al ring, que es más pulcro y estético. La pista de patinaje tiene bancas de color amarillo con líneas verdes y mallas decentes.
De izquierda a derecha los jóvenes corren sin compás. Cualquier brisa parece un suspiro de ellos, que nace de sus adentros, pero más fuertes son los gritos de Beibis cuando son interrumpidos por el ruido de los aviones que despegan del aeropuerto Olaya Herrera.
Después de nueve pitadas, de nueve cambios de velocidades, Beibis se despide de ellos, mira al cielo y se va. Ellos se quedan recogiendo sus pertenecías y conversando.
La próxima selección profesional de Antioquia
“Yo no me quiero ganar la vida con el boxeo”, afirma Cristian Hincapié, quien hace parte de la Selección Antioquia y practica el deporte hace seis años. “Por eso me preparo para ser biólogo. Es que como es un deporte de choque puede generar enfermedades cerebrales como párkinson, alzhéimer y derrame cerebral… Yo no quiero terminar así”. Hincapié es alto, de tez trigueña y sus brazos son grandes. De su rostro resaltan su nariz y gafas negras.
Sus compañeros se sorprenden mientras él pronuncia estas palabras pero, ante eso, él solo sonríe y se muestra amable entre los otros ‘macancanes’ que lo miran. Él, a sus 22 años, manifiesta que el boxeo cambió su vida y que fue la salida que lo ayudó a sobrellevar la adolescencia. Antes del boxeo Hincapié se sentía muy solo y practicando este deporte distraía su mente y no le daba tiempo para deprimirse.
A las nueve de la mañana inicia el entrenamiento de los muchachos, hay algunas mujeres en el círculo de más de diez hombres y hacen todo lo que Beibis indica. El día es muy caluroso y a eso de las 9:30, luego del calentamiento, empieza el sparring, que es entrenar para preparar combate.
Cristian, quien también pelea con su miopía, cursa octavo semestre de Biología en la Universidad CES y sueña con participar en los Juegos Olímpicos de Tokio. Su reto es llegar a la Selección Colombia de Boxeo de Mayores, pues ha logrado ser campeón departamental en dos ocasiones.
Beibis es más exigente con estos jóvenes que hacen parte de la Liga de Boxeo de Antioquia y las indicaciones sobre cómo realizar los ejercicios son menos específicas. Hace mayor énfasis en el péndulo, movimiento con el cual él se preparaba antes de cada pelea; de hecho, en su competición con Rosendo Álvarez en marzo de 2000, con esos saltos para repartir su peso “minimosca”, sudó mucho antes de subir al cuadrilátero. Ese día él vestía una pantaloneta amarilla marcada con su apellido.
En el primer round de esa pelea de hace 17 años debilitó a su oponente con dos rectos en la cara y este le respondió con un golpe cerca del pene. Después de más de 20 minutos de pelea, esta se tornó tensa o buena para los aficionados. El réferi, como se le llama al árbitro en boxeo, intervino y los separó cuando se entrelazaban cual abrazos de serpiente.
En el cuarto round Mendoza levantó sus brazos celebrando su victoria, dejando ver sus axilas peludas, unos hombres lo alzaron y le llevaron una bandera de Colombia. Álvarez en ese momento lo miraba con rabia, y Beibis lloraba abrazando a sus colegas y dedicándole esa gloria a su madre.
“Yo soy guerrero, yo pa’ eso estoy trabajando, pa’ entrenarme pa’l que sea”, respondió Mendoza al traductor cuando le preguntó sobre una posible revancha por los golpes bajos que le dio Rosendo.
Este es uno de los tantos motivos por los cuales sus aprendices lo escuchan y hacen lo que él les dice, pues Beibis fue 5 veces campeón nacional, 12 veces departamental, obtuvo el sexto lugar en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996, fue Campeón Mundial de boxeo en la categoría mini mosca, y es el mentor de Yuberjén Martínez, quien obtuvo plata en los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Son como las 10:30 de la mañana y en el Carlos Mauro huele a aserrín podrido, hiede a sudor concentrado y en medio del sol sabatino Jacobo Crismatt, quien ha obtenido plata y bronce en Juegos Departamentales, se recuesta en unas llantas que forman una pila y cuenta sobre cómo hace para dividir el tiempo. Él es estudiante de Comunicación Social de la UPB.
“El boxeo me cambió completamente, yo era muy rebelde… Toparme con el boxeo fue amor a primera vista. Yo fumaba cigarrillo, mi estado físico era horrible, con el boxeo me alejé de malas amistades, el ambiente en mi familia cambió”, recuerda Crismatt, un joven alto, blanco y sonriente como si tuviera tatuado ese gesto todo el tiempo.
—¿Qué es lo más difícil de ser entrenador boxeo? —le preguntan a Beibis. —Que a uno le toca ser padre, amigo, psicólogo —responde con seguridad y con una sonrisa en el rostro mirando a sus muchachos, quienes están sudados haciendo sparring. “Mira a esas pelaa’s: son unas verracas, siempre les tenemos respeto. Los hombres saben que tienen que bajarle a la potencia con ellas, pero ellas lanzan golpes como niños”, agrega.
Cristian Bautista entrena con Beibis hace seis años y estudia en la Escuela Nacional de Deporte. “El boxeo ayuda a ponerse metas a uno mismo. Es un deporte que exige física como mentalmente”. El joven de 26 años, de estatura media, de brazos soplados y tatuados, comenta, además, que “el deporte te mentaliza, que el fin de semana no vas a rumbear sino a descansar”.
En esto coincide su compañero Daniel Vega, de 22 años, practica desde hace 6 y estudia Ingeniería Mecatrónica en el Instituto Tecnológico Metropolitano y, a pesar de que cree que “el deporte es solo un hobby” afirma que irá con el boxeo hasta donde lo lleve.
“Me enamoré del boxeo porque es diferente. Implica valentía: no es fácil subirse a que a uno le den golpes”. Vega es el más blanco y delgado de todos y a pesar de que su acento no es tan marcado, sus compañeros lo apodan ‘El Rolo’, pues es de Bogotá.
El mural del pasado y del futuro del boxeo antioqueño
Muhammad Alí, Pambelé, Rocky Marciano y Joe Frazier son algunos modelos de los muchachos que entrenan en el coliseo Carlos Mauro Hoyos. Tanto que hay un gran mural con fotos de campeones mundiales y de otros que han obtenido reconocimientos en el deporte. Está en la pared paralela a la entrada.
“A mí nadie me viene a decir que el boxeo es un deporte violento, es de combate, que es otra cosa”, dice Mendoza de pie mientras mira las fotos, algunas dañadas y otras un poco amarillentas. “Es más, tú los puedes ver peleando en el ring, dándose duro, pero se bajan y son los mejores amigos”.
Son pocas las fotos que lucen recientes; incluso, por las goteras que hay en el techo del lugar, cuando llueve se mojan y su tinta marca un camino, como si alguien se hubiese recostado a llorar ahí. Por esos agujeros en el techo, también Mendoza pide que los trasladen a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot.
“Son figuras que a uno lo inspiran. Uno trata de copiar lo bueno y ponerle su propio toque”, comenta Cristian Hincapié señalando las fotos de diferentes boxeadores antioqueños. Entre ellos Elvis Álvarez, quien en 1989 en Tokio venció y le dio a su departamento el primer reconocimiento en boxeo.
Álvarez pocas veces cayó en el cuadrilátero, pero lo hizo definitivamente cuando un oponente más fuerte lo encaró en 1995: recibió 12 disparos en una esquina del barrio Belencito, al centro occidente de Medellín.
Tres años después, en 1998, Rubén Darío Palacios, quien nació en La Sierra, un barrio pobre de Medellín, fue campeón Pluma de la Organizació Mundial de Boxeo. Él le dio la última victoria en el siglo XX a su departamento.
En ese mismo año, cuatro colombianos fueron campeones en diferentes categorías del boxeo, casi todos costeños. Poco después Palacio fue diagnosticado con VIH y murió en la capital antioqueña en 2003.
El siglo XXI inició para Antioquia con éxitos en el boxeo, pues en 2000 Newton Villarreal y Beibis Mendoza cargaron el cinturón de campeón en categorías Welter Júnior OIB y Minimosca AMB, respectivamente.
Desde entonces han sido muchos los antioqueños que han sobresalido en este deporte: Céiber Ávila, Yuberjén Martínez y Jorge Luis Vivas, los dos últimos de Urabá, estuvieron clasificados en los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Beibis, aún de pie ante el mural, en medio del calor del mediodía, mira su foto: aparece un joven de cuerpo tallado y esbelto, mirada confiada y puños en alto, dispuesto a defenderse de cualquier golpe que le mandara la vida.
Suspira al contemplarse y dice: “Y mira yo como estoy ahora, con esta barriga…”. No todos los golpes se pueden esquivar. Así es la vida.