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Víctimas de Granada, dispuestas a perdonar a las Farc que destruyeron su pueblo

300 metros separaban a Maria Rocío de su familia. En el medio, una guerra que ha azotado a Colombia desde hace más de cinco décadas. Ahora ella está dispuesta a perdonar a los mismos que atacaron su pueblo 16 años atrás.

Por Jorge Andrés Zuluaga – jzulua72@eafit.edu.co

Había llegado diciembre, pero sin alegría. Los estruendos de la pólvora se confundían con bombas. En vísperas de Nochebuena, uno de los pueblos más devotos de Antioquia vivía el peor momento en su historia.

Llamarse Granada y haber vivido la guerra en su máxima expresión es una desafortunada coincidencia.

El miércoles 6 de diciembre del año 2000, Maria Rocío, su esposo y sus tres hijos regresaban en un Renault 9 verde a su adorado pueblo, Granada, Antioquia, del que salieron el 5 de noviembre.

Dos días antes, un comando del Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia irrumpió allí, disparando a diestra y siniestra. El saldo: 19 civiles muertos.

Estuvieron un mes y un día por fuera del municipio. Al salir, habían empacado solo una muda de ropa, por la angustia y el afán. Además de temer por sus vidas, les preocupaba que el segundo de sus tres hijos -Juan Sebastián, con 12 años- fuera reclutado por alguno de los tres grupos que se disputaban el territorio.

En Granada se encontraban en una sangrienta guerra los paramilitares, las Farc y el ELN.

La familia llegó a Rionegro donde un familiar para resguardarse y pensar qué era lo más conveniente para su futuro. Ese miércoles salieron de Rionegro a eso de las siete de la mañana, con la idea de regresar a su pueblo, pues amigos y familiares les venían diciendo que estaba más tranquilo.

Tomaron la Autopista Medellín-Bogotá por unos 20 minutos y antes de llegar al peaje de El Santuario, se desviaron para tomar la angosta vía que conduce a Granada, donde comenzaba el verdadero dolor de cabeza.

Durante el viaje, Rocío y su familia pensaban en cómo había estado la gente después del lamentable hecho. Un compañero del colegio de Juan Sebastián que cursaba el sexto grado y una prima de Rocío, fueron dos de las 19 víctimas que dejó el asesinato en masa por parte de los paramilitares.

Al pasar por la vereda El Cebadero, unos 10 kilómetros después de desviarse de la Autopista, Rocío dijo:

– Qué milagro, hoy no salieron.

– Es que algún día tienen que descansar, no todos los días pueden estar aquí -respondió su esposo, Abelardo-.

Y es que era normal ver a los guerrilleros de las Farc haciendo retenes en esa zona, pontificando sobre sus ideales marxistas-leninistas y diciéndoles a los pasajeros:

– Aquí no queremos gente imparcial. Los que colaboren a los paramilitares, ya saben qué les pasa.

Para ellos, el simple hecho de darles un vaso de agua era apoyarlos. Una vez los guerrilleros pararon dos taxis de El Santuario, municipio vecino de Granada, y sin preguntarles nada a los conductores se los llevaron, quemaron sus carros con gasolina y los dos choferes fueron asesinados. Los cuerpos sin vida los exhibieron para advertirles a las personas lo que les pasaba si “apoyaban” a los paramilitares.

Los santuarianos tenían fama de paramilitares, así como los granadinos tenían fama de guerrilleros.

Luego de pasar por El Cebadero, en 15 minutos llegaron al alto de El Palmar, lugar donde algunas veces los paramilitares, al igual que las Farc, hacían retenes. Después de la masacre, operaban con más frecuencia en ese sitio. Al parar los carros y hasta buses, pedían cédulas y verificaban que el nombre de la persona no apareciera en las listas que tenían en un cuaderno, de lo contrario, se los llevaban y los mataban.

Ese día tampoco había paramilitares, fue un viaje plácido.

Vuelve y juega…

Luego de un viaje de 45 minutos la familia llegó a Granada en una mañana extrañamente tranquila.

Granada antes de la toma / Foto tomada de Facebook

Granada antes de la toma / Foto: Casa de la Cultura de Granada

Granada es un pequeño pueblo ubicado en la cima de una de las montañas del oriente antioqueño, casi todas sus calles son inclinadas. La única entrada pavimentada está en la parte alta, donde también se encuentran el coliseo, el hospital y el comando de la Policía Nacional. Para llegar al parque principal desde allí habría que bajar algunas cuadras.

Abelardo y sus tres hijos fueron a su casa que quedaba cerca al parque principal para dormir un rato y luego empacar maletas e instalarse definitivamente en Rionegro.

Rocío se dirigió al hospital del municipio a retomar sus labores como administradora. Llegó para asistir a una charla que les estaban brindando unos psicólogos a los empleados de la institución para que recuperaran la moral; les ayudaban a superar el hecho que sucedió 33 días atrás.

Debían estar preparados para cualquier emergencia. Como empleados de la salud, no podían dejarse desmoronar, así el pueblo estuviese envuelto en la penumbra.

A las 11 de la mañana, la charla la interrumpió un disparo que provenía del comando de la Policía, que quedaba a una cuadra del hospital. Inmediatamente Rocío se retiró hacia su oficina y llamó a su casa.

¿Dónde están los niños? -Preguntó preocupada-.

– Están durmiendo los tres -respondió su esposo-.

– No los deje salir porque sentí un disparo.

Cuando estaba yendo desde su oficina hasta hospitalización, que era el sitio más seguro para resguardarse, a unos 20 metros del comando, las Farc estallaron un carro-bomba con 400 kilos de dinamita que ensordeció a toda la población.

El estrépito derribó a Rocío, que cayó encima de una compañera que estaba en embarazo.

“Nadie te ama como yo”

Unos segundos antes de la detonación, Juan Sebastián saltó de su cama, como si alguien le avisara lo que estaba por ocurrir.

Cuando sonó el estruendo, Abelardo buscó a sus tres hijos que estaban angustiados y les dijo que mantuvieran la calma; lo que más los preocupaba era el estado de Rocío que estaba mucho más cerca del incidente.

No podían salir de la casa y solo se escuchaban disparos.

Para mitigar un poco el ruido, decidieron prender la radio y sintonizar la emisora de Granada, donde solo transmitían la canción Nadie te ama como yo, de Martín Valverde, que se repitió todo el tiempo mientras se enfrentaban guerrilleros y policías en la parte alta del pueblo.

A veces intervenía la voz del párroco que decía: “Tengamos paciencia, tengamos fortaleza, Dios no nos desampara, él está con nosotros”. Parecía una grabación hecha antes del ataque, como si supieran lo que les deparaba el destino.

Se escuchaban balas y bombas. Abelardo y sus tres hijos permanecieron juntos en una de las habitaciones de la casa, rezando, mientras en la radio sonaban la canción y las palabras del párroco que, de alguna forma, los acompañaban ante la ausencia de un integrante de la familia.

De repente sonó el teléfono y Abelardo contestó, con la esperanza de recibir alguna noticia sobre su esposa:

– Hola, soy periodista de RCN Radio y quisiera que nos contara qué es lo que está pasando allá.

– No sabemos, afuera se escuchan ruidos, bombas, disparos, ¡se escucha de todo!

– ¿Por qué no se asoma a mirar qué está pasando?

– ¿Cómo se le ocurre? Mi vida corre peligro si salgo de mi casa.

Luego siguieron llamando diferentes medios como Radionet y El Colombiano, además de un comandante de la Policía que preguntaba por los agentes que se encontraban allá.

Siempre había circulado el rumor de que los guerrilleros tenían interceptados los teléfonos, por lo que Abelardo fue cauto en el momento de hablar y no se atrevió a dar mucha información.

Portada del periódico El Colombiano, dos días después del ataque de las Farc.

Portada del periódico El Colombiano, dos días después del ataque de las Farc.

El hospital, la trinchera

Rocío se repuso y se levantó rápidamente para organizar al personal de las áreas y contestar llamadas de la gente que pedía auxilio. Lo único que podían hacer los funcionarios del hospital era dar las indicaciones a las personas sobre cómo proceder, porque se les hacía imposible salir y atravesar las calles en medio de la balacera.

A la una de la tarde, los guerrilleros se metieron al hospital y lo utilizaron como trinchera para disparar y tirar cilindros bomba hacia el comando, llegaron con médicos propios y pidieron la sala de urgencias para atender sus heridos.

Rocío y los otros funcionarios se quedaron en la sala de hospitalización llenos de pánico. Y como si fuera poco, los integrantes de las Farc que estaban en el hospital cortaron las líneas telefónicas y Rocío no pudo comunicarse en ningún momento con su familia.

Unos desde la puerta de urgencias, otros desde terrazas de diferentes viviendas lanzaban pipetas, todas en dirección al comando, y gritaban:

– ¡Los civiles que estén cerca al comando retírense, vamos a tirar una bomba!

Pero algunos no se movieron del miedo que sentían y quedaron sepultados entre los escombros.

Los empleados del hospital les pedían entre lágrimas que los dejaran salir, pero los guerrilleros dijeron que solamente podían irse las mujeres embarazadas y los niños.

Cuando iban a tirar los cilindros les informaban hacia dónde y de cuántos kilos eran para que las personas dentro del hospital se movilizaran y no se vieran afectadas.

Hubo un momento en el que 30 personas entraron en un baño antes de la explosión de una bomba para protegerse y no salir heridos, quedando todos apiñados, sin poder moverse. Casi no pudieron salir de allí y una persona terminó desmayada.

Rocío pensó que para resguardarse lo mejor era buscar un lugar completamente encerrado, así que encontró varios cajones que estaban debajo de un mesón de aluminio que medían un metro por cada lado más o menos, abrió uno de ellos, sacó el entrepaño, entró y permaneció allí durante toda la noche.

Estaba incómoda, sin moverse, pensaba en qué momento cambió todo, qué habían hecho ellos para padecer semejantes atrocidades.

Siempre hubo rumores sobre una toma guerrillera a Granada, ahora esos rumores se convertían en una realidad que no se imaginaban ni en sus peores pesadillas.

En las ruinas

Los disparos no cesaron hasta las cuatro de la madrugada. Rocío permaneció en el cajón hasta ese momento.

Cuando los subversivos abandonaron el hospital ella salió adolorida de su cambuche y, haciéndole caso omiso al gerente, decidió regresar a casa para ver a su familia.

Al salir, lo que vio fue desolador: las calles en las que se divertía con sus amigos de pequeña ya no eran calles, las casas se fueron al suelo y con ellas los sueños de familias granadinas. Había pedazos de ladrillos, cemento, varillas en el suelo, implementos de cocina, ropa llena de polvo, no se veía el pavimento y muchas bombas quedaron sin detonar.

Lo más curioso de todo es que el objetivo de las Farc, el comando, no estaba derribado.

Buscó otro camino, tenía miedo de pisar alguna de las bombas, eran las cinco de la mañana y con sigilo bajó por las inclinadas faldas de Granada hasta llegar a su casa. Su esposo e hijos, al escuchar el sonido de la puerta, salieron de la habitación afanados.

La abrazaron quizá con más fuerza que el estallido de las bombas. Era el abrazo más emotivo de sus vidas en medio de un pueblo destruido. Lloraron y se lamentaron hasta qué punto pudo llegar la barbarie humana.

El mes más pletórico del año no trajo felicidad ni regalos, sino llantos y tormentos. Fue una triste Navidad. En ese momento, tanto a ellos como al pueblo, lo único que les quedaba era levantarse.

Granada reconstruido. / Imagen original: Casa de la Cultura de Granada.

Granada reconstruido. / Imagen original: Casa de la Cultura de Granada.

Después de tanto daño no existen rencores

Maria Rocío:

Yo estoy dispuesta a perdonar, no soy nadie para juzgar y no quiero que esos momentos que yo viví, que comparado con mucha gente fue muy poco, se repitan. Fui testigo de niños que veían cómo mataban a sus padres, de señoras a las que les sacaban a sus esposos de la casa y ver cómo los desaparecían.

Como líder en una institución me tocó ver gente vivir los peores momentos de la guerra. Hubo un momento en que las calles eran intransitables, me tocó ver cómo sacaban a la gente de los carros (en El Cebadero), cómo las maltrataban y después me tocó verlas muertas. Pero, a pesar de todo esto, estoy dispuesta a votar por el Sí en el plebiscito.

Juan Sebastián:

Yo supe qué eran las Farc desde que estaba en la escuela. Yo estaba jugando voleibol y una balacera nos hizo esconder, ese día mataron a unos policías, éramos muchos niños. Cuando estaba en los Scouts una vez nos dijeron que nos quitáramos las camisetas verdes porque de pronto los helicópteros nos disparaban.

Conocí amigos a los que les mostraban un arma y los invitaban a hacer parte de la guerrilla. Sé lo grave y lo dura que es. Finalmente uno pide que se acabe. Cualquier muerte que se pueda ahorrar es mucho más valiosa que cualquier inversión que se tenga que hacer para el posconflicto y ningunos miles de millones de pesos son suficientes para recuperar una vida.

Si uno tiene la posibilidad de ahorrarse muertes con este proceso, desde luego que dice que sí, a costa de lo que sea.

Hay muchas personas que llegaron a la guerrilla como víctimas y no los podemos categorizar como victimarios, son personas que fueron obligadas, coartadas, engañadas o que simplemente entraron por una situación personal: rabia, odio o falta de oportunidades. Ellos merecen una segunda oportunidad.

Son miles de personas las que están cansadas de estar en el monte, de tirar bala, de sufrir la guerra y son esas personas a las que hay que ayudarles a salir de allá. Los que pelean la guerra finalmente son los pobres, pedir más guerra, que los maten a todos o que sigan arreciando contra las Farc es una decisión muy fácil si se toma desde la ciudad y desde las comodidades de la casa. Las personas del campo son las que están sufriendo todo el tiempo y padeciendo eso.

Yo les doy mi voto de confianza a los guerrilleros. Creo en un documento de 297 páginas y no en los rumores que inventan en las redes sociales.

*La imagen principal de este artículo fue tomada de Flickr:
Foto de Flickr compartida por laloking97 bajo una Creative Commons ( BY-SA ) license

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