El descubrimiento de un tesoro Quimbaya
Colombia vivió un auge de la guaquería en la década de 1970. Muchas personas se dedicaron a buscar tumbas indígenas y entierros para lograr fortuna.
Otras, como el protagonista de esta historia, hallaron verdaderos tesoros simplemente por casualidad. Testimonio.
Texto y fotos Isabela Londoño Estrada
“Siempre he sido muy curioso y me gustan las cosas particulares y extrañas. Yo tenía una plata ahorrada y quería comprar una finca desde hacía mucho tiempo. Las cosas se me fueron dando y logré hacer un negocio con don Miguel Escobar, el dueño de la tierra por la que yo estaba encantado.
Dimos la palabra y la tierra fue mía desde que nos dimos la mano. La vereda en la que queda la finca es nombrada La Argentina. Queda en el municipio de La Tebaida, vía al aeropuerto del departamento del Quindío. Es una zona muy caliente en donde las tierras son muy productivas.
En los años 70 estaba de moda guaquear: a mí siempre me gustó mucho el tema. La finca estaba virgen, era solo un pedazo de tierra con mucho monte. Un día limpiando maleza y cortando árboles me puse a mirar con cuidado un pedazo de olla de barro que estaba encima de la tierra al lado de la excavación en la maleza.
Se me iluminaron los ojos y me pregunté cuántas más habrían. Ahí comenzó una obsesión por sacar y sacar más precolombinos: me había encontrado un cementerio de los indios Quimbaya”.
Inicia la búsqueda
“Compré la media caña y el barretón, los instrumentos especiales para el guaqueo. Contraté unos trabajadores para que me ayudaran a escavar. Iba metiendo la media caña para saber cómo estaban las capas de la tierra para ver si habían sido movidas anteriormente. Donde yo decía, casi siempre acertaba.
El día con más fortuna que tuve en mi vida fue cuando encontré más de 60 piezas en oro. El día había estado muy malo, encontrábamos dos o tres ollitas, pero nada del otro mundo.
Dijimos “el último hueco y listo,” ya se estaba oscureciendo, comenzamos excavando poco a poco. La tumba estaba muy profunda, era muy húmeda y el olor penetrante de los gases: recuerdo que casi ni podíamos respirar.
Bajábamos en unos baldes muy grandes con cuerdas. Yo paleaba la tierra con mañita y me iba dando cuenta dónde habían cositas. Varias veces en la excavación rompíamos muchas”.
Una sorpresa nunca esperada
“Había dos jarrones muy grandes. Se me hacía muy raro que solo hubieran dos, generalmente estos jarrones eran de los indios más ricos, por lo que a mí se me metió que ahí había algo más.
César, mi amigo me dijo: “Álvaro, deje de ser tan terco, acá no hay nada, más bien vámonos que hoy no sacamos fue nada.” César se volteó y se enredó con una cuerda haciendo que se apoyara con fuerza sobre la pared de la tumba. La pared se vino abajo, yo no podía ver a César porque estaba tapado por la tierra. Al parecer esta tumba era de un gran cacique.
Álvaro todavía conserva su finca y las piezas en oro, su vida ha girado alrededor de ellas. Durante 30 años seguidos halló más de 450 piezas en barro y unas 140 se quebraron a causa del terremoto que sacudió a esa región del país en 1999.
Estas cuevas son muy grandes, caben cuatro personas en posición de gateo. Me desesperé y me asusté porque tan abajo no hay luz, la luz del sol se había ido y con mi linterna en la mano llamaba a César. Escuché un quejido donde me decía: “¡Hermano, nos encontramos la lotería!”.
Yo no entendía nada de lo que me decía, estaba muy asustado y no veía nada. Me tranquilicé y empezamos a limpiar la tumba sacando tierra y entrando al otro cubículo de la cueva. Esto era algo demasiado peligroso y arriesgado, un movimiento en falso y se venía todo abajo. Los indios eran muy inteligentes y ponían trampas para los ladrones, haciendo que cuando alguien entrara a la cueva esta se derrumbada y murieran de asfixia.
Empezamos a ver muchas figuritas de oro: pumas, caracoles, insectos, entre muchos más. Lo más curioso es que todas las figuras tenían su respectiva pareja. Muchas narigueras, ollas de barro, ganchos para pañales en oro y muelas que se atravesaban por ahí…
Le dije en silencio a César que no dijera nada del oro, que nos lo guardáramos en los bolsillos y en las botas para que los trabajadores no se lo fueran a llevar. Ya era de noche y no veíamos nada. Tratamos de sacar lo que más pudimos, despaché a los trabajadores y me fui a dormir. Obviamente no dormí nada de solo pensar que ahí había mucho más oro.
Me levanté a primera hora, apenas salieron los primeros rayos de sol. Yo ya estaba preparando todo para bajar a la tumba. Efectivamente había mucho más de lo que podría imaginar”.
Piezas inimaginables
“El tesoro más preciado que he encontrado fue un poporo todo en oro macizo, de 25 centímetros de alto. Esta pieza es muy significativa porque representa a la cultura Quimbaya. Es muy perseguida por las personas y sin duda alguna es una obra de arte.
Incluso tengo una pieza que es la más bella de todas, no precisamente en oro. Es una muñeca de barro con su vientre comprimido y la barriga hacía dentro. Eso me parece hermosísimo porque debía tener un significado muy grande, posiblemente un embarazo muy traumático.
Todas las piezas que me encontré han sido únicas, irrepetibles, lo que las convierte en mi gran tesoro. Yo tengo piezas certificadas en Estados Unidos del año menos 50 al más 150 de la era cristiana y otras que tienen 500 años antes de Jesucristo.
Mi mujer sacaba los huesos y lo restos los ponía en una bolsa negra y los tiraba a la basura. Yo le preguntaba que si no le daba miedo cargar con algún tipo de maldición, ella me respondía que el único pendejo que creía en eso era yo.
La única cosa medio rara que me sucedió fue una noche en la casa de la finca. Estaba yo dormido y me
dieron muchas ganas de ir por algo de tomar. Cuando bajé a la cocina sentí una música extraña como si se tratase de un ritual: sentía los tambores y las personas pero en realidad no vi nada concreto. No sabía si estaba sugestionado de ver tantos huesos o de oír tantas historias. Cuando llegué a la cocina me tomé un vaso de agua, salí y las ollas que tenía en unas repisa de la sala les brotaban colores morados y amarillos. Eso sí que fue extraño.
Me fui a contarle a Clara, mi esposa, y lo único que me dijo fue: “Álvaro, ya es hora que dejés de guaquear, esto te está tostando la cabeza”.
Dejó de guaquear cuando en el gobierno de Andrés Pastrana se prohibió la guaquería porque era considerada delito, ya que el subsuelo pertenece al Estado. Todas sus pieza están declaradas ante el Instituto Colombiano de Antropología y son un patrimonio de esta familia.