Dabeiba

Dabeiba: historias de violencia y desplazamiento forzado

Las historias de José Aldairo, Regino, Gildardo, Fabio Nelson y Gloria representan en gran medida el drama de la violencia y el desplazamiento forzado en Colombia.

Por Valeria Zapata, Maria Alejandra García, Ana María Cardona y Carolina Buriticá

¿Por qué se fue de Dabeiba? Aún con el cincel en la mano y corto de palabras -así es él- Otálvaro alzó la mirada. Luego la bajó con rapidez para volver a esa pieza de madera que pulía en su taller de carpintero. “Mi hermana”, contestó. “Su muerte fue la que me sacó de allá. Con ella se equivocaron, la confundieron. A la que iban a matar era a una prima nuestra. Las dos eran muy parecidas. La diferencia era que Gloria, mi hermana, era una niña sana y la otra estaba metida donde no debía”.

Sara, la prima, empezó a salir con un ‘paraco’ y se hicieron novios. Por eso los guerilleros querían matarla para vengarse del noviecito. Pero a la que encontraron fue a Gloria, que entonces tenía 18 años –al igual que su prima- y una barriga que de casi nueve meses de embarazo. Ella venía en un bus, de vuelta a casa. Era media tarde.

Otálvaro reconstruye la escena que le contaron los testigos: dos guerrilleros detienen el carro, se montan, agarran a su hermana del brazo, la bajan y la matan en la calle. Ahí mismo la dejaron.

“Nosotros nos enteramos de la confusión porque un primo, paramilitar, nos dijo que la vuelta había salido mal, que se habían equivocado”. El carpintero llora mientras recuerda. Baja otra vez la mirada y vuelve a pulir la madera. Como si en ese gesto se disipara la pena.

La guerrilla en el campo y los paras en el pueblo

Dabeiba es un pueblo del Occidente de Antioquia, a unas seis horas de Medellín. Allí viven unos 23.000 habitantes, entre mestizos e indígenas. En las fincas huele a caña, a café. El ambiente es caliente, pero la temperatura no sube los termómetros más allá de 28 grados. En las temporadas de cosecha, Otálvaro iba al pueblo con cargas de fríjol. Su primera parada era Agrotileno, una tienda de productos agrícolas de su cuñado y socio. En la entrada, un hombre solía esperarlo:

-Necesitamos plata –le decía a Otálvaro cuando se cumplían los tres meses de tiempo de cosecha–.

-No tengo.

-Tranquilo, ahorita que los venda – respondía, mientras clavaba su mirada en los bultos de fríjol–.

De regreso a la vereda, se encontraba con otros hombres uniformados. No querían dinero, pero sí mucho grano. Otálvaro no se podía negar.

En el campo, y en el casco urbano, dos fuerzas más poderosas que el Estado tenían el control de cada movimiento de los dabeibanos: “La guerrilla mandaba en el campo y los paras en el pueblo. Hubo un punto en que ya no se podía trabajar”, recuerda Otálvaro. Ahora vive en Medellín y solo va al pueblo de visita.

Otálvaro cuenta que cuando vivía allá no se podía hablar con nadie. Si alguien estaba con un amigo, y este era ‘paraco’, lo mataba la guerrilla. «Era mejor ni salir”. Pero aún encerrados en las fincas, la guerrilla llamaba a cada puerta con sus exigencias, desde agua hasta gallinas y cerdos. Si los paramilitares se llegaban a enterar, asesinaban a los campesinos por una supuesta complicidad con el grupo enemigo.

A los habitantes de Dabeiba, guerrilla y paramilitares les suena a lo mismo. A muertos, a balas. Un día, un militante puede apuntar desde la izquierda, y, al otro, cambiarse a la derecha si hay una mejor oferta de pago. En otros casos, no son la ideología ni el dinero las razones para alistarse sino la venganza. Vengar la muerte de un pariente cercano.

Ningún dabeibano conoce el dueño ni el objetivo de esta guerra, pero sí el dolor, la rabia y el miedo. No hay familia que no tenga por lo menos una historia por contar, ni que no espere todos los días una respuesta sobre el paradero de algún pariente desaparecido.

En la guerra, ni el amor redime

Lo único que le faltó a Luis Orlando Osorio fue arrodillarse cuando su hijo José Aldairo pronunció las últimas palabras que le oyó decir: “Papá, yo me voy”.

La seguridad en esa última frase tenía una explicación. A sus 16 años, José Aldairo se había enamorado. En 2001, cuando era paisaje ver pasar desplazados, vio una muchacha y decidió que iría a donde ella fuera. Ella era amiga de la guerrilla.

Se fueron a vivir juntos y tuvieron un hijo. Un día, las hermanas de su mujer llegaron a su casa y lo invitaron a dar una vuelta. Y aunque su padre trató de convencerlo para que no se fuera, José Aldairo salió de la casa. Nunca más volvió.

Trece años después, su familia sigue sin tener noticias suyas. Después de su desaparición, Luis Orlando Osorio salió a buscarlo a un punto selvático de Dabeiba llamado Antesales. Allí la guerrilla lo retuvo por una semana hasta que se dieron cuenta de que no representaba una amenaza, pero no le dijeron el paradero de su hijo.

Días después, guerrilleros llegaron a la casa de Osorio con las primeras noticias: “Vea, don Orlando, nosotros confiamos en usted porque es un señor muy serio para todo y le vamos a decir qué hicieron con su hijo. Cuando completó 15 días en la selva, le dijeron que para seguir adelante tenía que coger el fusil, pero como se negó, lo mataron y lo tiraron a un río”.

Otálvaro, primo del desaparecido, recibió otra versión. “José Aldairo se fue para la guerrilla y no volvimos a saber nada de él, hasta que la misma guerrilla nos confirmó que lo había matado el Ejército en un combate por el río Sinú».

Hace pocas semanas, mientras buscaba en la finca en unos costales viejos, Luis Orlando Osorio encontró un papel con la fotocopia de su cédula y el registro civil de su hijo desaparecido. Con ese documento, él y su esposa podrían abrir una investigación en la Fiscalía y reclamar un dinero que otorga el Estado por reparación a las víctimas. Pero para ellos, José Aldairo no está muerto. Su registro civil sigue guardado en la billetera de su padre.

Verdades a medias

La calentura del municipio de Mutatá, a una hora de Dabeiba, no sólo se debe al sol y a la humedad del Urabá antioqueño. Los grupos armados, guerrilla y paramilitares, también aumentan la temperatura.

“Fue en Mutatá donde los paracos entraron a la finca donde estaba mi cuñado, para llevárselo. En esas apareció mi suegro y dijo: si se lo llevan a él, me tienen que llevar a mí también”. No hubo piedad. Ambos fueron asesinados ese día, hace 15 años. También familiares de Otálvaro.

Ante la situación en Dabeiba, él y su familia decidieron irse para Medellín. El único que dijo “me quedo” fue Gildardo Manco, otro cuñado, quien trabajaba como mayordomo en una finca de un presunto paramilitar en Mutatá. Su padre, Regino, se quedó con él y despidió a Otálvaro, a su otra hija, a su nieto y su mujer.

Desde que se fueron para Medellín, la familia no recibió noticias de Regino y Gildardo. Cuatro años después, Otálvaro volvió al pueblo a buscar respuestas: “Cuando llegué, como a los 3 días, los paramilitares me reconocieron y me preguntaron por mis familiares. Yo les dije que no sabía nada de ellos”. Pero ellos sí sabían lo que había pasado: los habían matado cerca a Belén de Bajirá (corregimiento de Mutatá), pero nadie sabía el punto exacto. Los paramilitares caminaban tranquilos por el pueblo, como si fuera su propiedad, e incluso hablaban sin disimulo de su crueldad y sus víctimas.

Todavía la exesposa de Otálvaro -hermana de Gildardo Manco- y su madre -la mujer de Regino- buscan a sus familiares en el pueblo y a través de medios de comunicación como Teleantioquia. Todos sus esfuerzos han sido inútiles. “Solo podremos descansar el día que encuentren sus cadáveres”, dice Otálvaro.

Sin pistas de Fabio Nelson

Fabio Nelson Graciano fue víctima y victimario. Primero se enfiló en la guerrilla. Luego, en los paramilitares. Más tarde, desde Urabá, llegó a Medellín para huir de ambos bandos.

No tuvo suerte. De Medellín se fue a Santa Fe de Antioquia y allí lo detuvo la policía por sus antecedentes con los grupos armados. Todavía trabajaba para las autodefensas. Lo llevaron para el Centro de Rehabilitación para menores de edad, La Pola, en la capital antioqueña.

A sus familiares les pareció que el encierro a Fabio Nelson le hacía bien: comenzó a estudiar mecánica y le permitían visitar a su familia cada cierto tiempo. Pero él no estaba conforme. Un día, de visita en la casa de su primo Otálvaro, le dijo: “Primo, yo me voy a volar de allá”. Su primo trató de convencerlo de que no valía la pena, pero el joven estaba decidido.

Días después, a Otálvaro le informaron que su primo había escapado de La Pola. No volvieron a saber de él hasta hace apenas tres meses, cuando los llamó la Policía, diez años después de su desaparición, a decirle que Graciano había sido asesinado en La Pintada. Invitaban a la familia a reclamar su cédula a una estación de Policía.

“Lo más duro es que todavía no estamos seguros de si está vivo o muerto. Hay gente que lleva desaparecida casi 40 años y regresan”, cuenta Otálvaro. Todavía él, de camino al trabajo, y del trabajo a su casa, busca a su primo en las caras de otras personas. A veces encuentra parecidos, pero nunca a Fabio Nelson.

José Aldairo, Regino, Gildardo, Fabio Nelson, Gloria. Apenas cinco nombres en la amplia lista de desaparecidos en Colombia. Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, en el país han desaparecido 100.687 personas entre 1938 y 2014. De estas, 72.809 continúan desaparecidas, de las cuales 20.720 corresponden a casos de desapariciones presuntamente forzadas.

Familias como la de Otálvaro y Luis Orlando esperan por su familia, por el fin de la guerra y por el día en que puedan volver Dabeiba, y a los demás pueblos en los que alguna vez vivieron sin miedo.

en el país han desaparecido 100.687 personas entre 1938 y 2014. De estas, 72.809 continúan desaparecidas, de las cuales 20.720 corresponden a casos de desapariciones presuntamente forzadas.

Fotografía: Panorámica del municipio de Dabeiba. Foto tomada del sitio web: .dabeiba-antioquia.gov.co

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