Como una novela
Los momentos no se repiten, pero las historias pueden recordarse una y otra vez, y nos impactan de manera diferente dependiendo de la etapa en la que las leamos.
Por Valentina Lenis Salcedo
vleniss1@eafit.edu.co
Abre la puerta. Camina por el pasillo. No te sientas apenado. Unos pasos adelante te encontrarás con una habitación, está algo mutilada, pues solo tiene la mitad de una pared. Comienza a hurgar. Encontrarás bastantes libros, de temas diversos como ingenierías, pasando por liderazgo y auto superación, hasta de veterinaria y lectura de pies.
Puede que te topes con alguno que otro cuento, pero te darás cuenta de que son escasos. ¡Cuidado! Si te cruzas con el libro de biología de la Universidad de Antioquia déjalo ahí, no lo toques, no respires cerca de él, es preciado y su destrucción puede causarte muchos problemas.
Ahora, sal de ahí, quiero que veas algo más. Ya que volviste al pasillo sigue caminando en la dirección de tu curso anterior. Camina hasta que no puedas más. Voltea a la izquierda, verás otra habitación, es distinta a la anterior, esta invita al descanso, pero no te dejes llevar por eso, concéntrate.
Mira el escritorio, fíjate bien. Ella es pequeña, tímida y nada fuera de lo común; pero mírala con cariño, como todas las bibliotecas, ella tiene su forma de ser.
Algunos de los libros, que ahora reposan en aquel escritorio, seguro que ya los habrás visto, quizás leído, pero no los viste ni los viviste como yo. Toma un libro pequeño, su portada es azul y puedes divisar allí un mar; en ese mar me perdí y no precisamente en un modo que me gustara, estando allí solo quería llegar a la orilla y bajarme de aquel viaje tan tedioso.
Como te darás cuenta, no tengo afinidad alguna con ese libro. ¿Qué hace allí? Verás, su lugar en mi pequeña y reservada biblioteca está dado gracias a un escrito, en una página escogida al azar, en la que hace algunos pocos años, alguien soñador y con una vida que admiraba la tranquilidad, plasmó ahí su opinión, que sin duda era muy distinta a la mía, opinión que hasta ahora no ha perdido importancia.
Con cada uno de mis libros viví algo especial, con unos fue perdiéndome en las historias que ellos tenían por contar; pero hay también otros cuyo contenido no fue hecho para mí; sin embargo, estando con ellos pasaron cosas, cosas que vale la pena recordar; como esa vez que llevé Corazón, de Edmundo de Amicis, a la playa. El pobre no vio el mar ni la piscina ni mucho menos los pueblos que yo sí conocí.
Luego, cuando la maleta no cerraba, mi mamá me enseñó que un libro no se deja botado y tuve que abandonar algunos chocolates rellenos de coco que llevaba para mis amigos. O, ¿recuerdas el libro de biología que te advertí que no te atrevieras a tocar?, pertenece a mi mamá y sin él no habría podido pasar a la Universidad de Antioquia; aunque es meramente teórico, cada tanto lo lee como si fuera una novela clásica de romance, con un toque de suspenso y comedia.
Ese libro hace parte de la familia. Mi papá, en un tono muy serio, pero con orgullo, siempre dice: “Yo me casé con Olga Lucía y con el libro de biología”.