Médico mago

Américo Abadía, un mago en bata blanca

Este médico de piel oscura ayuda de día y sorprende de noche. Le dicen Melchor. Esta es su mágica historia.

Por Carolina Franco Villegas

Una viejita con várices en las piernas sale de consulta con cara de satisfacción. El médico Américo Abadía le ha quitado los dolores, parece que ha hecho magia. Su consultorio es pequeño: dos sillas y, sobre un escritorio, un computador. Del cajón, no saca un instrumento médico sino una baraja de cartas. Antes de empezar la entrevista me pide que escoja una y la guarde.

Abadía es un cirujano vascular que trabaja en la Clínica Las Vegas de Medellín. Su esposa es pediatra y uno de sus hijos, cirujano, como su padre. Cuenta que hace años sufrió un infarto y durante la convalecencia comprendió que debía bajar el ritmo de trabajo. “La vida de médico la disfruto mucho: las colonoscopias, las endoscopias y todo lo demás; pero es una profesión de mucha tensión y responsabilidad. La magia y el ilusionismo, por el contrario, me relajan”.

Abadía lleva 23 años en el Círculo de Magia de Medellín: es el vicepresidente de la junta. Melchor, como se le conoce, se reúne cada ocho días con sus compañeros, profesionales de diversas ramas que comparten trucos, aprendizajes y talleres: “a través de la magia he hecho grandes amistades, inclusive de otros países, pero la magia es un lenguaje universal: a todo el mundo le despierta emociones y sorpresas, en todas las edades y condiciones. Hago magia en todas partes: con mis amigos, en los aeropuertos, en el consultorio. Practico y asisto a congresos de magia y, si comparamos un congreso médico con uno de magia, este último es más intenso. Hay sesiones hasta las dos de la madrugada”.

Hago magia en todas partes: con mis amigos, en los aeropuertos, en el consultorio

Para este cirujano no hay tiempo ni espacio que evite exponer un buen truco. Dice que la cartomancia es su trabajo preferido. Lo puede realizar a cualquier hora y lugar; siempre lleva consigo juegos de naipes: en el carro, en la casa, en el consultorio.

A su familia le gusta lo que hace. Le patrocinan y apoyan. Su hijo cirujano le ha regalado inscripciones para los congresos de magia y suelen acompañarlo a comprar objetos para los espectáculos. «Le muestro a mi esposa los trucos, ella es muy escéptica y siempre intenta desenmascararlos. No me cree y, en ocasiones, es mi mayor crítica. Logra captar los errores posibles. Una gran ayuda”, cuenta Américo.

Melchor disfruta de su doble personalidad y no ha considerado abandonar ninguna de sus dos pasiones: “se acompañan y se complementan”, asegura.

En las cirugías siente más estrés, pero en sus presentaciones como ilusionista aprovecha esa carga de tensión para retarse frente al público. Así es como la medicina se parece a la magia: “si no hay estrés, es mejor dejar atrás la magia. Ese sentimiento representa compromiso y responsabilidad con los espectadores. Lo mismo me pasa en la medicina, sé que debo operar bien para que mi paciente quede satisfecho con la obra”.

Alguna vez ha combinado los dos campos: «en una época sentí admiración por el mentalista Tony Kamo e intenté hacer hipnosis para resolver algunos problemas médicos, pero preferí no insistir en el tema. Considero la hipnosis como un asunto bastante serio”.

Antes de terminar la entrevista, Melchor sorprende con uno de sus trucos de magia. Adivina la carta que todo el tiempo había estado en mi bolsillo y confiesa que, aunque no quiere abandonar ninguna de sus dos profesiones, sí es posible que en unos años haga más magia y menos medicina. Quizá la próxima vez que lo entrevistemos ya haya cambiado los medicamentos por conejos, cartas y pañuelos. Y la entrevista no será en Las Vegas, sino en el Círculo de Magia.

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