Alegoría pintoresca
Hasta el 28 de agosto está abierta, en la Universidad EAFIT, una exposición del artista Javier Restrepo Cuartas que muestra los elementos de ruptura que él introdujo en el arte de Colombia y Antioquia. Crónica sobre su apertura.
Por María Alejandra Carrillo
mcarrill@eafit.edu.co
El 19 de noviembre de 1968 se descubrió el homicidio de Ana Agudelo, la ascensorista del edificio Fabricato, ubicado en el centro de Medellín, quien fue descuartizada por el celador de la edificación, Abel Antonio Saldarriaga Posada, apodado Posadita.
El público está expectante, pero los músicos parecen estar esperando algo. En ese preciso instante entra corriendo David Gómez, tira con afán el estuche donde guarda su viola, la saca rápidamente y empieza la función. En una tensionante fusión suenan el clarinete, el corno, el violín, la viola y el violonchelo. El clarinete que suena en medio del Centro Cultural Luis Echavarría Villegas está representando a Ana Agudelo. Los demás instrumentos asumen el papel de “posaditas” al acecho de la ascensorista de 23 años en la soledad del edificio Fabricato. Cuarenta y siete años después de su asesinato, los intérpretes de la Universidad EAFIT la reviven con la obra compuesta por el maestro Andrés Posada.
Todo el espectáculo gira en torno a las pinturas del artista pop antioqueño Javier Restrepo Cuartas, nacido en 1943 y fallecido en 2008 tras una agresiva enfermedad. Entre sus obras coloridas de acrílico sobre tela resaltan cuadros como el de Ana Agudelo, la mujer que fue picada en cien pedazos, rodeada de varios criminales de la época, entre ellos su asesino. Y hay cuadros de comics famosos, bodegones, dibujos a lápiz, entre otros.
A los pies de Rita Hayworth
La audiencia está muda, fija en los artistas que con sus instrumentos resuenan dentro de la Sala de Arte de EAFIT, ubicada en la biblioteca. El concierto se denomina Periscopio y se trata de un ensamble entre música y pintura. Así que cuatro de las siete obras que van a tocar están inspiradas en los cuadros del artista Javier Restrepo Cuartas. De las otras tres obras, dos son de los compositores reconocidos Olivier Messiaen y Roberto Sierra.
Víctor Agudelo, músico, compositor y director del evento, asegura que Periscopio es un laboratorio donde todo el tiempo experimentan, que de vez en cuando él pone un cartel de inscripción en el Departamento de Música de la Universidad donde pueden meterse cuantos estudiantes quieran.
Una vez inscritos establecen un repertorio, un programa y las obras, luego juegan con todos los elementos y salen ensambles como los de hoy. Los músicos presentes son Lorena Acosta en el clarinete, Alejandro Giraldo con el corno, Luis Gómez en el violín, David Gómez con la viola y Johana Madrid con el inmenso chelo.
Hace unos minutos sonaba una melodía sensual que aludía a los cuadros de Rita Hayworth, una de las actrices más conocidas en la época dorada del cine estadounidense y una de las madonas preferidas de Restrepo Cuartas, el hombre que miraba las estrellas y el hombre que miraba las mujeres. El salón está adornado por tres cuadros de Rita en diferentes poses, una de ellas con un bombón rojo en su boca.
El violín y el violonchelo en un dueto evocan ese símbolo sexual que fue ella en la década de 1940. El público está reunido alrededor de los dos músicos que visten de negro. No hay sillas, todas las personas están paradas, excepto uno que otro que ha tenido la valentía de sentarse a los pies de los intérpretes.
Mientras toca el chelo, la cara de Johana Madrid toma expresiones serias, contundentes, de ceño fruncido. Lleva un vestido escotado, tacones y medias veladas negras que permitían vislumbrar un tatuaje de rosas en la pierna derecha. En ocasiones mira a Luis Gómez, el hombre del violín que también viste pantalón negro y camisa azul, para acordar cuándo empezar y terminar la melodía.
Los instantes previos…
Las horas previas al concierto, Lorena Acosta, la intérprete del clarinete, deambula por entre los salones vacíos moviendo sus brazos cual director de orquesta mientras expresa una melodía que juega en su cabeza. Todos los músicos se han ido a descansar, comer y vestirse para el concierto, pero ella verifica que las partituras estén en su respectivo atril.
Las hojas con pentagramas que constan de más de dos partes se unen con cinta transparente para que no se vayan a caer. Está sola, sonriente, no siente nervios.
Antes de empezar el concierto, Lorena se retira a cambiarse de ropa al igual que los demás músicos. En un recinto de oficinas junto al salón de arte donde van a tocar, están todos los jóvenes tranquilos, ninguno tiene signos de estrés ni miedo de la función o el público, cada uno está por ahí haciendo lo que quiere.
El director invitado, Camilo Arango, mira su celular y escucha música. Se formó como director porque considera que es la mejor manera de acercarse a la música. Aun sin estar tocando ningún instrumento, él cree que de esta manera puede acercarse física, intelectual y espiritualmente a esta disciplina.
No conversa mucho, pero cuando lo hace habla en un tono muy bajo, casi inaudible. Cualquiera podría pensar que está sordo. Es un joven de pelo largo, pestañas abundantes y nariz prominente. Viste camisa, pantalón y zapatos negros.
El momento crucial del evento son las dos últimas obras, así que se come un paquete de maní con un jugo para el rendimiento mental y se pone a conversar con los músicos.
De repente el salón de arte se llena con personas que vienen a ver este ensamble tan poco usual, músicos, padres, estudiantes, entre otros. Mientras, en el salón de al lado los músicos tocan melodías que suenan como a un revuelto de varias cosas.
Lorena ya está vestida, luce un vestido negro de cola larga y tacones bajitos, está abrazando a su novio. Lo besa con ternura, con pasión, y él no puede hacer más que mirarla con un orgullo que no le cabe en los ojos.
El grupo lleva dos meses practicando para este concierto y hay mucha expectativa del público alrededor de este experimento, especialmente para la obra colectiva Pentasonus, compuesta por Jorge Rentería, Felipe Corredor, Rafael Rivera, Andrés Páez, Sebastián Surianu y Tomás Díaz.
Las obras
La función está por empezar y los músicos dejan de tocar. El maestro Andrés Posada los interrumpe y agrega: “Sobra decir que toque bien feo, desordénense y piérdanse en la música para que todo salga bien”.
Y luego tocan seis obras: Apel interstellaire, Rita, Bodegón en forma de minueto, Posadita, Serenata a dos mujeres en balcón y Cinco bocetos para clarinete. Y después empieza Pentasonus. Los intérpretes llevan máscaras que cubren sus caras, están ubicados en diferentes posiciones.
El público yace parado en la mitad del salón. Al frente, en el segundo piso está Johana con su chelo, en los balcones de los extremos izquierdo y derecho están la viola y el corno. En el primer piso, donde está la audiencia, debajo de la viola está el clarinete y junto a él con unos pasos de diferencia el violín.
Camilo está en el primer piso muy cerca de las personas que asisten el concierto, se encuentra prado encima de una banca para que los músicos de arriba puedan verle.
Con un gesto suave de manos empieza la melodía que va envolviendo el lugar. Pentasonus logra apoderarse de la audiencia con rostros de asombro. No saben a quién mirar, no saben para donde irse. Algunos cierran los ojos, otros miran para todas partes, otros solo miran a Camilo y escuchan. Perciben el poder de la música, su esplendor, su capacidad para transportar, para avivar la mente.
Los gestos de las manos y brazos de Camilo toman mayor velocidad y fuerza. Él inhala y exhala notablemente y va mirando los músicos uno a uno indicando lo que quiere. En su mano derecha sostiene la batuta que cuando sube con brusquedad y rapidez la música eriza a cualquiera.
El concierto no es más que el placer de estimular cada centímetro y cada sentido del cuerpo humano. Y en un abrir y cerrar de ojos Camilo cruza sus manos en una equis y una vez las aparta la función ha terminado.
Las personas se dispersan y se van retirando al igual que los músicos, dejando así el salón de artes con el silencio de la exposición de cuadros de Javier Restrepo.