Aguapaneleros de la noche
Para Valentina Cardona, los jueves son sagrados. Desde las 5:30 de la tarde, en la terraza de un pequeño edificio al frente de la Catedral Metropolitana –hogar de personas desplazadas por la violencia– se reúne con otros compañeros para salir a “aguapanelear”.
Por: Marcela Ochoa Saldarriaga
Vale, como todos la conocen, es estudiante de Planeación y Desarrollo Social en el Colegio Mayor y profesora de preescolar. A sus 21 años ya sabe qué es estar en situación de calle. A los 15 tocó fondo con la droga. Pero hoy, rehabilitada y feliz, trabaja por la población farmacodependiente en Medellín y desde hace tres años y medio está vinculada a Aguapaneleros de la noche.
El jueves 27 de octubre es día de aguapaneliar. En un pequeño fogón de gas ubicado en un rincón con vista a la cúpula de la catedral, ella y sus compañeros montan las ollas mazamorreras llenas de agua y trozos de panela para hervir, mientras secan el suelo y su ropa tras un accidente que tuvieron con un recolector de aguas lluvia en la plancha donde se reúnen. El lugar, lleno de sillas plásticas arrumadas en los rincones y materas con plantas de todo tipo, es un ecosistema de olores: a orina de gato, a flores, a panela. En una piecita en el fondo de la azotea, donde hay más sillas amontonadas, el grupo se reúne para hablar, reír y comer algo para no salir con el estómago vacío.
Son un grupo base de 12 personas, donde ninguno es el jefe. Todos ejercen las mismas funciones y son igual de activos. Por redes sociales gestionan la participación de la gente en esta actividad, abierta a quien quiera ayudar, ya sea por medio de donaciones o con su presencia. De hecho, uno de sus objetivos principales es que la gente desmonte el estigma social y desmienta los prejuicios que existen sobre los habitantes de la calle a partir de la experiencia propia. Que sepan quiénes son y cómo se comportan. Unos jueves pueden acompañarlos alrededor de 40 o 50 personas, otros sólo 10. Varía mucho.
El viento helado y algunas gotas de agua amenazan el éxito de la noche. Mientras comen un sánduche y esperan a que lleguen los demás, Valentina y cuatro compañeros, Santiago, Anita,Vicky, Daniela y Andrea, comentan los resultados de la ‘Maratón Cristian’, una campaña que realizaron para que un joven de 26 años en situación de calle pudiera ser internado en una comunidad terapéutica para su rehabilitación. Es un logro para ellos, porque de un modo u otro se reconoce que, a pesar de la creencia de que los habitantes de la calle están ahí porque quieren, esto no es así en realidad. Ellos tuvieron que pasar por un proceso de farmacodependencia para llegar a esa situación, y como nunca están sobrios, su único sentir es que “esto es lo mío” y “que no hay más”.
La aguapanela ya va a estar
Llegar hasta la pequeña terraza es una travesía. Hay que atravesar una vieja librería en el segundo piso, escaleras estrechas e irregulares en el ascenso y un angosto pasadizo hasta poder ver el fogón. Un techo improvisado cobija el lugar, donde poco a poco empiezan a llegar voluntarios. Las otras personas dispuestas a participar llegarán al parque ubicado en la carrera 49 con calle 57, frente al centro comercial Villanueva.
Valentina cuenta que Aguapaneleros llegó a Medellín hace 25 años gracias a un señor al que todos conocen como ‘Don Antonio’, quien es también la persona que les arrienda el espacio. Él sigue apoyando a estos chicos, pues fueron uno de los colectivos que decidieron adoptar esta labor en su fundación ‘Maki Waylluna’ (‘Mano Amiga’ en quechua). La mayoría del capital que se invierte en la compra de pacas de panela y panes viene del bolsillo de cada uno de los integrantes del grupo base. Cada paca les cuesta alrededor de 70.000 pesos, la misma que agotan en 15 días. Los panes cuestan 300 pesos cada uno, y generalmente son 300 como mínimo cada jueves. Hay personas que donan insumos y los hacen llegar, cosa que les aliviana el gasto y agradecen.
Se acaba el gas y la angustia invade a Valentina, que maneja su ansiedad con un cigarrillo mientras se cerciora de que la aguapanela haya alcanzado a ebullir. Van siendo las 9 de la noche y no hay por donde caminar. No caben más personas. Los voluntarios acuerdan desplazarse hacia el parque. Montan las olladas de aguapanela en dos carritos de supermercado, donde también acomodan bolsas con aproximadamente 700 panes (gracias a donaciones, la cifra de esta noche aumentó) y una paleta señalizadora les ayuda a controlar el tráfico a medida que el grupo avanza.
Una vez allí, el número de personas crece de forma considerable, y todos van vestidos de blanco. Será el homenaje al habitante de la calle que falleció en la Avenida de Greiff, a la altura de la estación Terpel Villanueva, quien duró 18 horas, con lluvias y sol, sin que nadie se percatara de su muerte. Llevarán letreritos y velas blancas al lugar. Valentina repite el saludo inicial, pone a todos al día sobre la situación de Cristian y reitera la razón por la que están vestidos de ese color. Hacen una oración grupal, elevada no a Dios sino a la vida. Se recogen las donaciones y comienzan el recorrido.
La ruta de la aguapanela
La caravana principal va encabezada por el carrito que acompaña Vicky y que recorre toda la calle 57, conocida como La Paz. Al gentío se unen tres jóvenes alemanes. Blancos, como Vicky, y los curiosos preguntan si son sus hijos. Ella se ríe. Con un español aún muy crudo pero con grandes ganas de participar, deciden encargarse de empujar uno de los vehículos que transportan las aguapanelas.
El ánimo se siente en el ambiente y no lo opaca la lluvia posible. Y es que la aguapanela con pan es la excusa para poder entrar en un entorno complejo de manera sencilla, para compartir con ellos, regalarles un ratico de amabilidad y afecto. La gente camina atrás del carrito de Vicky, quien con con su voz aguda y su manera dulce de expresarse explica dónde pararán, dónde se pueden hacer fotos y dónde no. Y reitera que la clave reside siempre en la amabilidad hacia las personas que recibirán el alimento.
-¿Qué es lo que hay?
-¡Aguapanela con pan!
-¿Con qué?
-¡Con pan!
Este es el llamado distintivo de las personas que acompañan la caravana, que hacen casi a gritos para que habitantes de calle los puedan escuchar si se encuentran lejos del puesto de parada. Y, en efecto, se empiezan a acercar. Unos tímidos, con cabeza gacha; otros ya familiarizados con los chicos que cada ocho días les dan de comer. Llegan con euforia. Saludan y agradecen.
El grupo avanza y la primera parada es por la Estación Prado del Metro, donde ‘Campanero’, un coqueto y gentil personaje, luego de recibir su aguapanela con pan, decidió acompañar a la multitud en su travesía. Muchos aguapaneleros aprovechan para hablar con él, conocerlo y aprender más acerca de sus problemas y su entorno. Otra parada es en el Centro Día #2, a la altura de Carabobo, donde muchos esperan a los chicos para no irse a dormir con el estómago vacío. Aquí algunos miembros del grupo base donan ropa en buen estado. Aquí, un hombre con una lesión en una de sus pierna, se muestra agradecido con el par de tenis que ha recibido.
Los alemanes manejan el carrito y tratan de entender todas las expresiones que oyen. Vicky sirve las aguapanelas a quienes se acercan a recibirla ansiosos. El diálogo entre los voluntarios y algunos habitantes de la calle comienza. Su vida pasada, el “antes de estar acá yo…” es la expresión que más se escucha en el recorrido.
Avanza la noche y con ella, la caravana. Y en la carrera 54 hacia la calle 57 B, los chicos encuentran a Leandro, un habitante de calle muy querido por los aguapaneleros, y que esa noche está de cumpleaños. Cumple 18. Entre todos le cantan. Y mientras corean deseándole muchos años más de vida, las personas más sensibles no pueden contener las lágrimas. Ver a Leandro es una escena difícil: está sumido en un trance causado por el consumo de drogas. No es capaz de mirar a los ojos. Se limita a risitas nerviosas mientras trata inútilmente de enterrar una vela blanca en el pan que hace unos minutos le entregaron. Sus manos sucias, temblorosas, agradecen con un fuerte apretón a quienes se acercan a felicitarlo.
La Avenida de Greiff, el epicentro del recorrido
La ruta de los aguapaneleros tiene uno de sus momentos más importantes en la Avenida de Greiff, reconocido epicentro de los habitantes de calle en Medellín, donde confluyen las historias de calle y drogadicción. Se ubicaron allí tras ser movidos por la Policía de los alrededores de la Plaza Minorista.
Mientras se reparte la aguapanela y el pan, hay chicos que bailan, cantan, tocan ukulele y animan a los demás habitantes de la calle a participar en la actividad. La noche se convierte en celebración.
Los alemanes dejan el carrito para interactuar con los habitantes de la calle, y se encuentran con anécdotas como las de un hombre de avanzada edad que les cuenta que, “antes de yo estar aquí”, visitó Frankfurt. Luego se ponen a cantar juntos. Cantan en español.
Del otro lado de la avenida, jóvenes atienden con un kit de primeros auxilios a un hombre con una herida profunda en su rodilla izquierda. Se toman todas las precauciones del caso y una de las voluntarias se encarga de la curación.
Luego de entregar la última ración de aguapanela y el último pan, los participantes de esta jornada se dirigen al lugar donde yació el cuerpo del joven por algo más de 18 horas. La noticia sobre el hecho fue fugaz, al igual que la indignación que causó el suceso. “Llévame donde no haya indiferencia”, “Hacer visible lo invisible” son frases que aparecen en los letreros que los aguapaneleros pegan en el poste, el lugar del fallecimiento. Hay quienes prenden velas. Vicky y Anita sugieren un minuto de silencio.
Se acerca la media noche y muchos empiezan a despedirse. Se van con la satisfacción de que alcanzó toda la comida que llevaron y el haber hecho felices por una noche a otros seres humanos. La multitud camina de regreso por la calle 56 hasta la carrera 54. Y hacen una parada final, donde se da espacio para las reflexiones, compartir experiencias y dar las gracias. Esa noche, fueron 77 personas aguapaneliando juntas.
«La labor de Aguapaneleros de la noche es visibilizar y dignificar a las personas en situación de calle. Dignificar, humanizar. Desde un Hola, cómo estás, una sonrisa, un cómo le anochece, que son cosas cotidianas para nosotros pero que los habitantes de calle no escuchan desde hace mucho tiempo, pues nadie se preocupa por ellos ni les interesa indagar qué está pasando con sus vidas”.
“Son personas. Como vos, como yo”. Y a veces es importante recordarlo. A ellos, y también a nosotros mismos.