Afirma Leila Guerriero: “Nadie que no pueda ser autocrítico con su trabajo puede ser escritor”*
La periodista argentina, ganadora del Premio Fundación Nuevo Periodismo (2010) y columnista de El País de España, fue una de las invitadas a la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro 2016. Además de una charla sobre periodismo universitario, Guerriero impartió un taller para estudiantes y docentes universitarios sobre crónica.
Por Xiomara Montañez M. – xmontanez@unab.edu.co
Periódico 15, Universidad Autónoma de Bucaramanga
Red de Medios Universitarios de Colombia
La periodista y escritora argentina Leila Guerriero estuvo por primera vez en Bucaramanga, invitada por la Feria del Libro, Ulibro 2016, organizada por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Unab.
En su corta estancia en la ciudad habló con el Periódico 15 para la alianza de medos Unab, sobre el periodismo narrativo –que asegura no es un ‘boom’–, sobre la importancia de afinar la mirada si se quiere contar una historia y el legado de Gabriel García Márquez materializado en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi.
Después de graduarse como licenciada en turismo empieza su trabajo como periodista y escritora. Envía un texto al diario Página 12 (Argentina) y a los pocos días su padre le cuenta que lo han publicado. ¿Cómo fue en detalle su llegada al periodismo?
La verdad escribí siempre. Primero descubrí la lectura y rápidamente empecé a escribir como hacían esos tipos que escribían historias y me raptaban del mundo y me dejaban un rato sumergida en ese universo paralelo que produce la lectura. Siempre escribía pero ficción, cuentitos, usualmente lo que uno quiere escribir.
Lo que pasó en 1991 es que había terminado la carrera de turismo que fue un disparate, pero bueno, yo quería viajar, era mi otro gran afán, y pensé que la carrera me permitiría esto. La verdad lo que me dio fue una cantidad de cultura muy general, que estuvo muy bien, pero fue en el año 1992 que llevé un relato de ficción, que era lo único que yo sabía escribir, al periódico Página 12, con la idea de que lo publicaran en un suplemento que se llamaba Verano 12.
Resulta que dejé el cuento en Página 12, no tenía ningún contacto periodístico, ni siquiera aparecía en el horizonte de decir quiero escribir y me gano la vida con esto, y el director del diario lo publicó en la contratapa donde ya había unas firmas impresionantes como la de Osvaldo Seriano, Juan Sasturain, Rodrigo Fresán, Juan Forn, era un lugar de mucho prestigio y Página 12 era el diario en el que todos queríamos escribir.
Por supuesto llamé desesperada para preguntar y me atendió Jorge Lanata quien era el director del diario y me dijo que fuera a su oficina. Me preguntó qué quería ser y le dije que quería escribir.
Me dijo pero en Junín no te vas a quedar si quieres escribir, entonces le dije, si tienes un trabajo para mí dime porque yo no quiero venir a Buenos Aires y tener un trabajo en un mall, vendiendo ropa (risas). Fui muy insolente. Pocos meses después me llamó y me dijo que tenía un trabajo para mí como redactora de Página 30, que era la revista mensual de Página 12, un lugar en el que estaba todo el mundo, y entré en planta.
Desde el principio me encargaron crónicas, y desde ese momento la verdad fue que no paré nunca. Tuve trabajo en otros medios como freelance o redactora de planta.
Gabriel García Márquez decía, “la bendita manía de contar historias”. ¿Para qué dedicarse al oficio del periodismo?
Cada uno tiene una respuesta para eso. No todo el mundo hace periodismo por el mismo motivo, y me parece que es una pregunta que antes y después uno se tiene que hacer.
He encontrado algunas respuestas para eso. Creo que en mi caso la pulsión de escribir es una pulsión contra la cual no puedes ir ni quiero ir. Escribir es la forma en la que puedo organizar el mundo. Si paso mucho tiempo sin escribir empiezo a sentirme mal, incluso, hasta físicamente, siento que algo me falta.
El hecho de haber elegido las historias reales como el lugar para ejercer esa pulsión de la escritura tiene que ver claramente con una enorme curiosidad y el periodismo como la mejor excusa para meterme en mundos que me resultan ajenos o incomprensibles, que alimentan esta curiosidad.
Y por supuesto está ahí la voluntad también de contar, yo no escribo para guardar en un cajón, escribo para que ese desconcierto o asombro, lo que fuere, pueda llegar a interesarle a mucha gente, y también creo que hay una voluntad –que es más o menos clara para mí por lo menos en lo que hago– que todo esto que escribo intente ir un poco en contra del lugar común de la forma en que se ven unas realidades siempre. Por eso mis temas no son extrañísimos, son cosas que han llegado muchas veces a la prensa, pero tengo la voluntad de ir a mirar eso poniéndole una mirada que intenten ser nueva sobre eso que ya es viejo.
¿Qué ocurre con el periodismo narrativo? ¿Es un boom? ¿Siempre ha existido o es una moda?
No creo que sea un boom porque para mí boom me remite a una cantidad de escritores desaforados: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, arrojándose sobre ediciones y ávidos de consumir esos libros. Acá me parece que eso no pasa, a lo mejor me equivoco.
En todo caso lo que digo es que es un fenómeno, pero no es ese fenómeno masivísimo. Me parece que es un fenómeno más de nicho, que los lectores que leen este tipo de periodismo son los mismos periodistas, lo cual muchos creen que es un riesgo, pero siempre digo que el periodista es un ser humano que también lee –aspiro que los periodistas lean, me parece que es lo básico–. Me parece que un público importante de este tipo de periodismo es el mismo periodista, no me parece alarmante, pero me parece que claramente si uno mira el panorama del periodismo narrativo de hace 15 o 20 años era más bien tierra yerma.
Ahora lo que sucede es que si uno mira país por país en Latinoamérica, el panorama sigue siendo chiquito, hay dos revistas por país o en algunos países no hay ninguna, pero si uno lo mira a nivel latinoamericano creo que el periodismo narrativo en América Latina tiene una vocación panamericana. Si ves ese mapa hay una cantidad de gente dedicándose a esto, en publicaciones online, en papel, trimensuales, semanales, mensuales, anuales, revistas tradicionales que le dan un espacio a esto, un mapa de nombres de periodistas muy claro.
Hay una casi tercera generación de periodistas jóvenes que están ejerciendo esto con mucho entusiasmo, capacitándose, tomando talleres. Está el trabajo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano ‘Gabriel García Márquez’ que colaboró muchísimo. Hay una circulación, algo está pasando.
Estas revistas nunca se van a multiplicar exponencialmente, porque el periodismo narrativo siempre fue un fenómeno de lectura de pocos lectores, pero sí me parece que está en un lugar en el que no estaba hace 15 o 20 años y que también claramente todo ese material está volcándose en algo que sí es muy nuevo y que tendrán tres o cuatro años nada más, y son los libros.
No todo es bueno, a veces se toma por periodismo narrativo cosas que no lo son o hay cosas que sí entrarían dentro de la categoría, pero que son malas, pero existe, cada casa editorial tiene su colección de crónicas y los editores están a la búsqueda de esas crónicas.
Entre periodistas cuando se habla de periodismo narrativo se entiende lo que queremos decir, hay una patria común que existe con problemas financieros, económicos, con que se paga poco, se paga a destiempo –que no es poco grave quiero decir– pero esto hace 20 años no existía, era todo mucho más disgregado.
Usted ha comentado que el periodista es un vehículo mas no el protagonista de las historias. Este facilismo lleva muchas veces a que se cuente o se haga mal uso de la primera persona. Al respecto, ¿qué piensa usted sobre el uso y abuso de la primera persona?
Si se escribe bien hay que escribir en primera persona, segunda, tercera del plural, es un error creer que hay que ir en contra de alguna manera de mirar el mundo.
Es como si yo te dijera uno necesariamente por ser periodista debe estar en contra de la metáfora. No existe, eso es una burrada.
Sí creo que cada historia precisa para ser contada de una forma narrativa determinada. Hay periodistas que escriben en primera persona y lo usan muy bien, pero el problema es cuando el periodista se pasa todo el tiempo mirando a cámara, hablándole al lector y haciendo guiños y está por delante de la historia que va a contar.
Otro error que se comete es pensar que hay cosas que son malas solo porque están mal escritas en primera persona. Hay muchos problemas, otros que tienen que ver con la mala construcción de un texto, que no tienen nada que ver con la primera persona. Hay gente que escribe pésimo en tercera persona.
Muchos periodistas no se preocupan por lo que se llama contexto y escriben como si todo el mundo participara y estuviera dentro de su cabeza, y comprendiera perfectamente cuál es el contexto histórico, social, cultural y político de una situación determinada, y esto no es así.
Hay muchos problemas en la cronología, en el manejo de los tiempos verbales, para narrar el presente siguen contando pero en pretérito y después vuelven al tiempo presente. Como decía Ricardo Piglia, “la diferencia entre el que quiere ser escritor y el que es escritor es la autocrítica”, y yo coincido con eso, me parece que uno tiene que ser el gran editor de sus propios textos. Y me parece que hay poco trabajo con eso.
¿Cómo afina Leila Guerriero la mirada frente a una historia?
No hay una fórmula para eso. La mirada es como un músculo que si sales a mirar cada tanto ese músculo está flojito, achanchado. Es como si una vez al año haces quinientos abdominales. No pasa nada, nunca vas a lograr nada con eso. Con la mirada es lo mismo.
La mirada te ayuda a encontrar ese qué contar, para eso hay que tener información previa. La mirada se entrena mucho leyendo a gente que sabe mirar.
A mí me sirve muchísimo leer a muy buenos periodistas. Tratar de ir en contra del lugar común pero tampoco como método, porque después puedes convertirte en un cínico y eso es muy poco interesante.
Tanto Martín Caparrós como Sergio Ramírez hablaron en Ulibro 2016 sobre el uso de las palabras. Caparrós decía que su uso es tan importante que no es simplemente dar clic derecho sobre el mouse del computador y buscar un sinónimo, y Ramírez decía que las palabras están en riesgo porque ya no nos gusta memorizar. ¿Qué opina sobre esto? ¿Es pereza mental o ya no nos gusta usar el diccionario?
Para mí es muy incomprensible. Si alguien lo mínimo que tiene es un deslumbramiento con la posibilidad de pintar cosas con palabras.
Te diría que casi colecciono palabras. Leer el María Moliner o la RAE es aburridísimo, yo los uso mucho, pero uno busca palabras en las novelas, los cuentos, los relatos periodísticos, los ensayos de los tipos que las saben usar.
Cuando uno escribe, es antes que eso, un lector, y si eres un lector que además escribe, tu cabeza lee de otra manera, lee de esa forma un poco caníbal, animal, brutal, rapiñadora, no para plagiar, pero sí que sirvan como disparadores de tu propia inspiración.
Yo no sé si perdemos la memoria, lo que sí me parece que perdemos y lo veo mucho en periodistas más jóvenes es la absoluta falta de lectura. Creo que si no lees no puedes escribir.
Todo lo que alimenta la escritura tiene que ver con vivir, tener calle, ir al cine, con muchas cosas, pero para mí es incomprensible alguien que quiere escribir y no quiere leer. Es como si alguien dijera que quiere vivir pero no quiere comer. Es incompatible una cosa con la otra.
Me parece que está muy claro para cualquier persona que escribe que no es lo mismo poner la palabra ‘tenebroso’ que la palabra ‘lúgubre’. Está claro. La legra ‘u’ tiene un chorro de luz negra casi sobre esa palabra que no lo tiene la palabra tenebroso, que es una palabra hermosa, pero que te remite a ese tipo de cuestiones.
Uno cuando escribe debe desarrollar esa sensibilidad, saber que no es lo mismo poner cara que rostro. Las palabras no son intercambiables. Hay que tener un oído musical de cómo suena una frase, si no se tiene la música de las palabras es muy difícil –creo yo– que puedas escribir bien. Hay prosas más o menos musicales, pero las buenas tienen una música reconocible.
En su texto “El rastro en los huesos” (Premio Fundación Nuevo Periodismo, 2010)) hay una palabra, “gráciles”, para hacer referencia a los huesos o restos encontrados por el equipo de medicina forense después de la dictadura argentina. ¿Por qué usar esta palabra y no delgado, por ejemplo?
No fue un palabra que yo usé. La usó una entrevistada. La primera vez que la usé fue cuando Patricia Bernardi se apoya un fémur de mujer de una desaparecida sobre su propio muslo y me dice, “ves, los huesos de mujeres son gráciles”. Yo simplemente repito. Y es verdad, comparado el hueso de la mujer con el hueso del varón es un hueso grácil. Es una palabra que me pareció deliciosa.
Recorté ese momento de su diálogo precisamente porque me pareció que resumía claramente toda la relación que tienen el equipo argentino de antropología forense con el trabajo, es un trabajo brutal, muy duro, buscar huesos de desaparecidos durante la dictadura argentina y de distintas situaciones de violencia fuera de la Argentina, y que Patricia utiliza esa palabra también estaba definiendo una forma de pararse frente a su trabajo.
Usted es una de las maestras de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (Fnpi). ¿Cuál es el principal reto de esta organización para no dejar morir el legado de Gabriel García Márquez?
En tiempos tan convulsos y de urgencias, desde afuera puedo decir que el gran desafío es seguir haciéndolo muy bien.
Hay un trabajo a conciencia de la gente que entiende el periodismo. El desafío principal, creo yo, es tratar de renovar el entusiasmo y que eso no se convierta en una tarea automática.