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Adiós Sara, bienvenido Emilio

Por Juliana Uribe y Elisa Gómez
juribee5@eafit.edu.co / egomezd4@eafit.edu.co

Amanece temprano. No es problema para Emilio, que desde las cinco de la mañana tiene los ojos bien abiertos. Sale a trotar con su papá por la transversal Superior y vuelve a la casa para darse un baño de música y vapor.

El agua corre por su cuerpo al son de la melodía, porque Emilio siempre está oyendo música, sea cual sea el género, sobre todo en las mañanas que para él significan motivación y energía. Se seca los poros abiertos por el agua caliente con la toalla, se mira al espejo y ve lo que siempre quiso ver: un hombre atlético y soñador. A las 6:50 se sube al carro para ir al colegio.

Emilio es un niño de 16 años, de una familia de clase alta de Medellín, alumno del colegio Marymount, una institución católica privada, solo para mujeres, reconocida en la ciudad. Es el único niño entre mil niñas y jovencitas.

Ingresó al colegio en 2010, a los 8 años, junto con su melliza Juanita, a primero de primaria. Ambos se iban de moño para el colegio y con el vestido del uniforme bien planchado. “Son una familia muy conectada con la filosofía de la institución, con nuestro sello”, dice Catalina Guzmán, rectora del colegio.

Sin embargo, Emilio, antes conocido como Sara, era una niña muy masculina en sus gustos y forma de pensar. “Yo nací con cuerpo de mujer y mentalidad de hombre. Es una cuestión biológica, sin embargo, nunca manifesté mi roll masculino con palabras, simplemente me sentía como un niño”.

Cuando era pequeño, Emilio tenía espadas en el cuarto y le encantaba coleccionar ramas de árboles, inclusive una de estas aún existe: se la regaló a su abuelo, quien la mantiene en la guantera del carro con el SOAT y la matrícula.

Emilio siguió siendo Sara durante casi toda su vida escolar, pero para él algo no estaba bien.

En 2017, comenzado décimo grado, decidió buscar ayuda. Le escribió un mensaje privado a la psicóloga de bachillerato, por medio de una plataforma conocida en la institución como Schoology, una red virtual para el ámbito educativo y académico.

Al poco tiempo, la psicóloga María Clara Mojica y él se reunieron. Emilio estaba nervioso, porque no sabía cómo iba a reaccionar ante sus inquietudes, pero al entrar a la oficina encontró un ambiente de confianza y seguridad.

“María Clara fue la primera persona que supo que yo era transgénero”, cuenta Emilio, “al principio yo mismo pensé que era lesbiana, pero luego me di cuenta de que la identidad de género era diferente a la orientación sexual”.

Un chat y el inicio de una nueva vida

A través del propio cuestionamiento, Sara se dio cuenta de que lo que vivía no era una fase temporal: era presente y futuro. Tenía 14 años y conoció a una chica de otro colegio similar al de él. Se llamaba Luciana y tenía 13 años.

Como se sentía como un niño, nunca consideró extraño hablarle, ni mucho menos se encasilló como heterosexual u homosexual, sencillamente dejó que el asunto fluyera. Hablaban de amor, pero debía ser al escondido. Era una relación de verse poco, de secretismo, todo a través de WhatsApp.

Los padres de Sara se enteraron de la relación que tenía su hija con otra mujer, y para ellos eso no estaba bien. Le prohibieron verse con Luciana, ocultaron el hecho en el terrible cajón de las tragedias familiares y continuaron sus vidas como si nada hubiese pasado.

A pesar del impedimento, la relación con Luciana no se vio afectada. Por el contrario, crecía cada vez más. Un día se escaparon al centro comercial Santafé en Uber y para desgracia o más bien fortuna de esta historia, la mamá de Emilio recibió la cuenta de cobro al correo electrónico. El interrogatorio no dio espera y la situación desencadenó la histeria y el descontento de la familia.

Como castigo, su madre le decomisó el celular, pero antes, Emilio consiguió borrar los mensajes que tenía con sus amigas y amigos. A pesar de las precauciones que tomó, olvidó un chat que dejó escrita su historia para siempre.

“Se trataba de una conversación con una amiga del colegio en la que hablábamos de todo un poco. Sexualidad, identidad y género, temas pesados que ningún papá quisiera leer. Me refería a mí mismo en masculino y al mandar notas de voz simulaba un tono ronco y grave”.

Al enterarse de lo que descubrió su madre, Emilio entró en pánico. Sintió la necesidad de hablar con alguien, de pedir un consejo. María Clara Mojica, la psicóloga del colegio, fue la persona indicada.

Le recomendó que había llegado el momento de hablar con sus padres, pues estos siempre habían optado por el castigo como solución al problema y hacían oídos sordos cuando se avecinaban explicaciones. Pero al día siguiente tendrían que enfrentarse a la realidad, su hija era un hombre.

“El día que les conté, les preparé pasta y les serví vino en la terraza de mi casa. Mis papás no quisieron hablar y me invitaron a misa”, recuerda Emilio.

Se alinearon los astros, pues casualmente durante la ceremonia se habló exactamente de las personas transgénero. “Esa coincidencia me asustó, yo estaba muy nervioso y luego en la casa los senté y les dije: tengo 16 años, esta es mi vida y no es un acto de rebeldía”.

Les entregó a sus padres una carta y un manual para padres de hijos trans. Los dejó solos y se escabulló a la cama de su melliza Juanita, que veía Mamma Mia. Mientras su hermana disfrutaba de las canciones de la película, él se escondía bajo las cobijas, con una capa de sudor frío y la garganta seca, esperando diluirse en ellas.

En un principio para Juanita no fue fácil aceptar que su hermano era trans, pero poco a poco ha cambiado su percepción, siendo un apoyo incondicional en el proceso por el que atraviesa su hermano. Fotografía por Felipe Alarcón.

Tocaron la puerta. El momento había llegado. Emilio y sus padres fueron a su cuarto y se sentaron en la cama. Con ojos tristes se miraron padre, madre e hijo y se pidieron perdón. Emilio los había desarmado. Todo este tiempo había aguantado solo y ahora lo acompañaban los pilares más importantes de su vida: sus papás.

Ellos por fin sentían tranquilidad y le prometieron que buscarían ayuda. Le hicieron las típicas preguntas de la comunidad LGTBI con énfasis en los transgénero: ¿Cuál es la diferencia entre transgénero, travesti, transexual, lesbiana y gay? ¿Te quieres operar? ¿Cuándo quieres empezar el tratamiento hormonal? Al día siguiente, la mamá de Emilio ya tenía el contacto de una clínica caleña.

Bienvenido Emilio

“Las personas transgénero son aquellas que nacen en el cuerpo equivocado por cuestiones biológicas”, explica Emilio. “Los travestis son personas que trascienden en el vestir, y los transexuales son aquellos que se someten a modificaciones hormonales y físicas”.

Actualmente, Emilio es transgénero, pero ha comenzado el proceso de convertirse en transexual. Viste ropa de hombre, deportiva y cómoda, buzos más grandes que su tamaño, que hacen juego con sudaderas y tenis, en el pecho lleva una cadena que imita las placas del ejército estadounidense con su nuevo nombre y apellido: Emilio Patiño. Tiene el pelo corto castaño, ojos dulces y nariz quebrada.

“Al comienzo deben hacerte exámenes de todo: sanguíneos, psiquiátricos, psicológicos, endocrinos. Uno cambia anímicamente, porque las hormonas comienzan a hacer lo suyo. Los resultados de sangre fueron sorprendentes, me salió que tenía testosterona, cromosomas XY. Esto se cataloga como disforia de género”, explica.

Durante el proceso, la sexóloga Carolina Londoño le dio a Emilio dos opciones en cuanto a su educación: o se salía del colegio o lo hablaba con la institución. El instinto protector de Emilio hacia él mismo y el amor por el colegio lo llevaron a optar por quedarse.

Sabía que allí muchas niñas lo conocían como un miembro masculino y no le hacían “el fo”. Además, otro colegio implicaría presentarse como un niño transgénero, lo que podría generar escándalo y discriminación.

Primero se lo dijo a la directora de bachillerato y luego a la rectora del colegio.

A comienzos del segundo semestre de 2018, la familia y la institución realizaron el duelo de la pérdida de Sara para darle la bienvenida a un nuevo ser humano llamado Emilio.

“El colegio ha aceptado con amor este cambio, pues dentro de sus valores se encuentra como base el respeto”, dice Catalina Guzmán, que emocionada recuerda la ceremonia que realizó el padre Pedro Justo Berrío, la voz espiritual del colegio, para dar la cara desde la posición católica.

Ese día los colores de los vitrales se reflejaban en la tarima de la iglesia y bailaban en el mantel bordado del altar. La cruz dorada descansaba tras del padre, que en una simetría perfecta se paró en el centro del altar, que imitaba arquitectónicamente el triángulo del Dios omnipresente.

Los arreglos florales decoraban la Eucaristía y, tanto a la derecha como a la izquierda, centenares de niñas del Marymount, sentadas con sus uniformes celestes, y el niño Emilio de sudadera oscura.

–Tú eres un maestro para todos nosotros, Emilio, e independiente de lo que hagas con tu vida, Dios te amará.

Una joven alzó la mano y preguntó:

–Pero Padre, ¿qué pasará con Emilio cuando se encuentre con personas que profesen la religión de otra manera, incluso con la misma iglesia?

El padre no dudó en responder y se dirigió al público con la misma gracia y serenidad con la que siempre ha ejercido su oficio:

–Es probable que Emilio se enfrente a todo tipo de personas y situaciones, pero él tendrá que buscar la manera de resolverlas por medio del amor. Los seres humanos no amamos porque el otro nos ama, sino porque Dios nos regaló la capacidad de amar y para eso estamos aquí.

Emilio, quien algún día quiere casarse y tener una familia, agradeció la ceremonia, pues ha sido criado bajo los preceptos católicos y se siente vinculado a estos desde su infancia. “A mí me inquieta que para mucha gente este tema se trate de irse al Cielo o al Infierno.

No trascienden, no ven más allá del género. El padre Pedro se enfocó en el ser, que es lo realmente importante”, dice.

Catalina Guzmán cuenta que ese día el padre estaba iluminado y señala que el respeto que se ha respirado en el colegio la ha conmovido en términos de lo humano. La directora de bachillerato, Catalina Caicedo, añade que, aunque las personas tienen diferentes posturas, se han acogido para formar un ambiente de respeto mutuo.

Dentro de la institución, Guzmán se ha encargado de que el colegio acompañe a la familia y ha vinculado a la institución con la fundación FAUDS: Familiares y Amigos Unidos por la Diversidad Sexual. Los empleados han sido capacitados, tanto el profesorado, como los cargos la administrativos y oficios varios. Nadie puede estar desinformado.

En cuanto al uniforme, Emilio ha adoptado por usar el de educación física para su día a día: una sudadera azul oscura con franjas grises y blancas a los lados, un buzo de capucha del mismo color y una camisa blanca algo áspera. “Como es un niño con la base filosófica nuestra, es impecable y respetuoso con su aspecto personal y compañeras”, explica Guzmán.

“A mí antes no me importaba como me veía”, revela el joven. “No me sentía bien conmigo mismo, no me sentía feliz. Desde que soy Emilio me peino y me perfumo. Me parece curioso, porque soy más vanidoso, no tengo un ídolo como Zac Efron y esos manes, pero me gusta el estilo de ropa del almacén Arturo Calle, así como clásico y preppy”, dice entre risas.

De igual manera, el pelo fue un antes y un después para él. El día en que se lo cortó, era su cumpleaños y lo había marcado en el calendario como el día en que se daría un regalo a sí mismo. “A la peluquería lo acompañaron sus amigas, que han sido incondicionales para él.

Muchas están más informadas que cualquier persona y se han vuelto expertas en el tema trans”, cuenta Caicedo.

Respecto a las otras niñas del colegio, la rectora evoca cuando Emilio y ella fueron a una clase del grado décimo a hablar de la situación del joven y la posición que asumiría la institución.

Las jovencitas, asustadas, saludaron con cierta rigidez y entre los pupitres se terminó el tarareo propio de la cháchara adolescente.  “¿Y ahora qué hicimos?”, debieron preguntarse muchas al ver a la rectora, a lo que ella, como leyéndoles la mente, les aclaró que no estaba allí para regañar a alguien.

La tensión se desvaneció del ambiente y hubo risas. La rectora tomó la palabra y contó la historia de Emilio, de su familia y de su vínculo con la institución. Habló de la prudencia como una característica fundamental del caso, explicó que el chisme tendría que ser sustituido por la información y que la opinión, más que algo personal, debía estar íntimamente ligada al respeto.

Al final abrió un espacio de preguntas, en el que una niña, tímidamente y sin pretensiones de acribillar al muchacho, le preguntó:

–¿Por qué si eres hombre quieres seguir estudiando acá?

No fue una pregunta incómoda, no fue una pregunta odiosa, no fue una pregunta descarada. Era una inquietud que hacía rato rondaba en el pensamiento colectivo de todas.

Él, con su arrolladora seguridad y alegría, respondió:

–Porque amo y admiro el colegio, quiero graduarme de la mejor institución de Medellín y aquí siempre me he sentido protegido.

Con la aceptación y acompañamiento a Emilio, el colegio demostró que aquello de lo que tanto habla y procura enseñar a sus estudiantes es una realidad: el respeto y el amor como pilares fundamentales para transformar sociedades.

En junio de 2020, Emilio Patiño será el primer hombre en graduarse del Marymount.

Salir del clóset de la ciudad

Hace poco Emilio decidió hacer pública su historia. El pasado 30 de marzo, creó una cuenta en Instagram bajo el nombre Patinox2, junto con su hermana Juanita. A través de este medio buscan, además de contar su historia, educar a las personas sobre el tema transgénero para así cambiar paradigmas de la sociedad y ayudar a personas que estén pasando por una situación similar.

Como segundo paso, con el apoyo de su familia, decidió hacer visible su testimonio aún más. Junto con sus padres y hermana, Emilio ha sido entrevistado en Teleantioquia y Blu radio. De igual manera, parte de su historia fue publicada, el jueves 19 de junio, en la columna semanal de El Colombiano de la periodista Ana Cristina Restrepo.

Aplausos mentales y un brindis por Emilio Patiño. Obviamente sin alcohol, para que sea una historia sin restricciones de sexo ni vileza.

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