“Nací para salvar vidas”, Rochi Montes Barrientos
Con una granada de fragmentación a punto de estallar, Rochi Montes Barrientos la tomó con su mano derecha para apartarla de quienes se encontraban presentes en un retén policial.
Lo que vino después es la historia de superación de esta ex dragoneante de la Policía Nacional.
La infame guerra contra el narcotráfico todavía esconde historias llenas de sacrificio y de coraje. Para sacarlas del anonimato, Rochi Montes acaba de lanzar su primer libro: Operativo Antisecuestro.
Misión: salvar vidas, honor policial, en el que deja plasmado su testimonio como protagonista y sobreviviente de la violencia ejercida por el Cartel de Medellín.
Por María Camila Rodas Raigoza
mrodasr1@eafit.edu.co
“Mi papá dice que él me debe a mí la vida porque la otra vez hubo un fleteo, mi papá salió lesionado, pero yo le salvé la vida. Nos iban a quitar una plata que él había sacado del banco, su sueldo y unas cositas ahí y cuando le iban a disparar a mi papá, que le pusieron el revolver en la cabeza, yo le di con la prótesis del brazo al tipo y entonces el tiro le dio a mi papá en las piernas”, cuentaRochi Montes Barrientos, ex agente de la Policía Nacional, cuando recuerda una de las tantas ocasiones en las que su vida ha estado en peligro y al mismo tiempo ha salvado la de alguien más.
En 2015 decidió llamarse Rochi, pues nadie la conocía por Rosalba, su nombre de pila. Nació en Medellín en 1962. Proviene de una familia humilde y trabajadora encabezada por sus padres, Teresa Barrientos y Luis Alberto Montes, y tiene siete hermanos.
Su estatura de 1.70 metros la hace sobresalir del promedio y su mirada refleja firmeza, pero en la ausencia de su brazo derecho se encarna un tormento.
Dice que a los ocho años de edad, montada en la patrulla que conducía su padre, decidió que se dedicaría al servicio de Colombia como policía, pero en 1990 su dedicación la dejaría marcada por el resto de su vida.
La historia de Colombia es lacerante, la violencia es trágica y sus muertos casi innumerables. En una guerra entre hermanos, donde el narcotráfico triunfa y muchos inocentes mueren, las oportunidades de salir con vida, siendo agente de policía, son pocas.
La ausencia de su brazo la llena el recuerdo de la guerra, y en su corazón todavía palpitan el dolor y las cicatrices de ser víctima de la guerra de los carteles de la droga contra el Estado, que hoy la convierte en héroe de la Policía Nacional.
Rochi es imponente y esbelta, simpática y de trato fácil. Una mujer paisa trabajadora, soñadora y, como diría ella misma, “echada pa lante”. Su niñez fue feliz y tranquila, vivida en los barrios La Unión, Castilla, Alfonso López y Aranjuez.
Es la cuarta de las cinco hermanas que se criaron juntas. Hoy en día quedan seis hermanos. A Guillermo León, uno de los mayores, se lo arrebató la violencia a principios de 1986, acto que lo convirtió en uno más de los miles de policías víctimas del conflicto colombiano.
A la fecha, la familia Montes Barrientos desconoce las causas de su muerte y la identidad de sus asesinos. En los años setenta, los barrios de Medellín eran propicios para jugar al bate, escondidijo, mamacita y chuchacogida.
Los niños de esa época éramos realmente sanos, la malicia que había en ese entonces era muy poca
Desde pequeña supo acatar las reglas y cumplía con su rol de ser buena hermana. Teresa, su madre, de 80 años, oriunda de Yolombó, Antioquia, recogía algo dinero con la plata que ganaba en la lavandería y planchado de ropa.
Emprendedoras, hacendosas, valientes y ordenadas es como Rochi percibe a las mujeres que saben sostener un hogar, y así siempre vio a su madre: una mujer con una casa bonita e impecable, capaz de inventar una sopa con sustancia de hueso, papa criolla y zanahoria para que sus muchachos siempre estuvieran bien nutridos.
Agentes de policía, rectoras de instituciones de la Policía, educadoras, psicólogas y poligrafistas, los hermanos y hermanas de Rochi han servido a la patria siguiendo el legado que les impartió su padre.
Su papá, Luis Alberto, ahora con 90 años, fue una de las razones para que Rochi le dijera que sí al impulso de ser policía. En su memoria recuerda las veces en que su padre hizo parte de las ayudas humanitarias al Chocó, como miembro del cuerpo policial de Colombia.
El señor Montes trabajó como conductor de la rectora del colegio Santo Domingo de Guzmán, perteneciente de la Policía, y durante varios meses dejó su hogar para llevar comida, ropa y enceres a la población negra vulnerable del noroeste del país.
“Es mi orgullo, mi primer referente de un policía con honor, un maestro que se desvivió para que en el momento de ir a la escuela estuviéramos preparados para leer, escribir, sumar y multiplicar”, cuenta Rochi emocionada.
Con risa y vergüenza recuerda la anécdota de su niñez que decidió su destino. Su rostro enrojece, sus dedos se cruzan, su mano izquierda sostiene la prótesis que hace las veces de su mano derecha y su sonrisa sale a flote cuando recuerda el día en que se colgó del carro policial de su padre, un hecho que se prometió nunca borrar de su mente.
“Cuando tenía ocho años, recuerdo con alegría cuando me colgué del carro de la Policía que manejaba mi papá. Sin que él se diere cuenta me sostuve fuertemente de la varilla que estaba en la parte de atrás, encima del techo de la patrulla. Mi padre arrancó el vehículo sin saber que su hija iba allí colgada como pasajera. La gente le hacía señales de alerta y cuando me vio, el regaño fue fuerte y, por primera vez, sentí la experiencia de ser policía cerca de mi corazón y mi razón”.
Rochi se dio cuenta de que quería ser parte del cuerpo femenino de la Policía y portar el uniforme verde oliva el resto de su vida. Su padre, un hombre ejemplar, le transfirió esa pasión de servir, proteger y salvar vidas.
Entre kínder y noveno grado, Rochi estudió en el colegio Santo Domingo de Guzmán, donde recibió una educación basada en el respeto por el otro. En 1984 terminó sus estudios secundarios en el Liceo Diego Echavarría Misas.
“La maestra de kínder nos enseñó que no debíamos matar a los pajaritos ni tirar la basura a la calle”, dice. Esas lecciones nunca las olvidó.
De niña siempre se sintió motivada a proteger a las personas, salvar vidas, servir a la comunidad y respetar los derechos humanos. Enseñanzas que le han permitido crecer como mujer y profesional, pero que al mismo tiempo le dejaron huellas que los años nunca borrarán.