3

La Paz de Escobar

En buena medida, el narcotráfico creció en Medellín, Envigado, Bello y otros municipios del Valle del Aburrá debido a la base social que fueron estructurando los narcos o “mágicos”, como se les llamaba en los años 70.

En el siguiente testimonio, Héctor (nombre cambiado por petición de la fuente) relata la relación que tuvo con Pablo Escobar Gaviria y da pistas para entender cómo los capitales ilícitos fueron permeando a diferentes sectores sociales.

Por Tomás Maya Jaramillo
tmayaj@eafit.edu.co

Conocí a Escobar en 1986. Cuando eso, él tenía la oficina en el barrio La Paz. Yo vivía cerca al parque de Envigado y en esa época yo tenía una agencia de viajes. Conocí primero al que le entregaba las platas a Pablo Escobar: eso era por bultos.

Su nombre era Alonso Muñoz, él vivía en el segundo piso y yo tenía el local en el primero. Nos hicimos amigos y él me pedía tiquetes para los trabajadores de su jefe, a los que mandaban para el departamento del Putumayo.

Cuando eso reclutaban a muchachos entre los 15 y los 20 años de los barrios La Paz y El Dorado. Los llevaban para “las cocinas”, es decir, los laboratorios donde producían la cocaína en la selva.

Vine a tener conocimiento de ello mucho tiempo después, cuando Alonso me tuvo confianza y me dijo cómo eran las cosas.

Muñoz venía y me pedía 50 tiquetes sin nombre, los mandaban para allá seis meses y volvían tapados en plata.

Preguntaban quién era el que había vendido los tiquetes, llegaban donde mí a pedirme viajes para San Andrés para irse a pasear con el dinero que habían conseguido haciendo droga.

Para ir al Putumayo, la ruta que siempre me pedían era Medellín-Bogotá-Pasto y desde Pasto no sé en qué los llevaban hasta Mocoa.

Por lo general mandaban 100 de esos pelaos y volvían, por decir algo, 70. Cuando llegaban, Alonso les decía que cuando necesitaran viajar o fueran a conseguir una casa me buscaran a mí.

Luego yo creé una inmobiliaria y le vendía las casas a los trabajadores de Escobar: me pedían hasta de 20 millones y yo se las conseguía. En ese momento, por allá a mediados de la década de 1980, eso era un dineral.

Uno poco a poco también iba conversando con ellos y decían que les tocaba trabajar en Medellín o que de pronto los mandaban para Estados Unidos.

Una vez Alonso me llevó a conocer las oficinas de Escobar. Él no estaba, pero allí era donde se hacían filas de jóvenes que amanecían buscando trabajo.

Llegaban de todas partes de Medellín; sin embargo, él prefería a los de Envigado y a los del barrio que había hecho cerca a La Milagrosa.

La cancha, sitio de reunión

Alonso y yo ya éramos tan cercanos que en una ocasión me invitó a la cancha de fútbol de La Paz donde Pablo Escobar jugaba todos los viernes a las 11:00 de la noche.

A todo el que iba le regalaban una botella de aguardiente y con los pelaos jugaban hasta la una o dos de la mañana.

Yo me quedé conversando con Álvaro, quien era el hermano de Alonso, y fue uno de los primeros que estuvo en Putumayo “cocinando”.

Lo que pasa es que se le prendió “la cocina” y le quedaron muchas cicatrices en el cuello, pero le dieron buen billete y con eso compró una casa en el barrio Zúñiga, que también queda en Envigado. Él se salió del negocio y se dedicó a vender carros.

Nos hicimos muy amigos porque a él le gustaba una señorita que vendía tiquetes en la agencia.

Se llamaba Elizabeth, y desde las ocho de la mañana ya estaba allá y nos tomábamos

un tintico mientras conversábamos.

Casi todos los fines de semana nos íbamos para Sopetrán donde yo estaba construyendo la finca.

Calles del barrio La Paz, donde Pablo Escobar y sus socios caminaron hace algunas décadas. / Foto por Silvia Ochoa

La protección de las autoridades

Todos los viernes nos íbamos para la cancha a tomar trago. En esa época iban por ahí 200 personas porque se sabía que ese día llegaba Pablo a saludar a todo el mundo.

Él ya me reconocía por lo que le vendía los tiquetes, pero no hablábamos.

La primera vez que lo vi de frente fue en la cancha. Recuerdo que medía como un metro con 80, tal y como lo han pintado en las series de televisión.

Todo el día andaba en unas camionetas enormes y eran casi siempre diferentes.

Ese día me saludó y nos presentamos, ya me reconocía como el que le vendía los tiquetes de avión.

Cuando escuché su nombre por primera vez fue cuando le vendí los pasajes, de resto no tenía mucha certeza sobre él.

Yo me enteré por esos años que Escobar pagaba una nómina extra a la Policía. Él le decía al alcalde de turno de Envigado que cuánto costaba sostenerlos y, sin importar el precio, pagaba lo que fuera.

Por eso era que las autoridades lo cuidaban. Cuando iba a jugar a la cancha, eso se llenaba de policías para que pudiera jugar tranquilo y no le pasara nada.

Los juguetes de Escobar

En diciembre de 1988 yo hice algo que se llamó la feria del juguete, ahí cerca al parque de Envigado. Escobar mandó a comprar todos los regalos para los niños del barrio La Paz: esa semana vendí todos los millones que quiera.

Me tocó ir a un local de bicicletas, comprar 20, llevarlas, y para el hijo de él me pidió uno de esos carros eléctricos que eran nuevos por esos días, costaban como 300 mil pesos y eso era un platal.

Por habérselos conseguido fue personalmente al negocio porque él andaba por Envigado como si nada.

Me agradeció por conseguirle los carros y me regaló 10 lámparas de color rojo para poner en la pared porque Alonso le contó que yo estaba construyendo una finca en Sopetrán.

Yo sabía que Escobar era mafioso pero no tenía idea de todos los atentados que había hecho.

A partir de enero de 1989 él no volvió a los partidos, nadie daba razón de dónde estaba, pero yo sí me veía seguido con los hermanos Muñoz, porque Álvaro iba a la agencia todos los días.

En 1991 mataron a Álvaro. Él no tenía enemigos, eso fue al frente de La Salle, uno de los colegios representativos del municipio. El entierro fue duro porque ya éramos un grupo de amigos de Envigado.

Por ejemplo, estaba el odontólogo de Escobar y el que manejaba el equipo de fútbol de Envigado. Por esos años yo me volví accionista del equipo que era prácticamente de Pablo.

Cuando ascendió a primera división, la Dimayor exigía tener 2.000 socios y a cada uno le tocó poner 100 mil pesos para eso.Yo tenía entrada libre al estadio y muchas veces fui a beber al bar Las Nubes con los otros socios.

Racha de muertes

Con el tiempo, la oficina donde reclutaban a los muchachos dejó de funcionar y ya no los mandaba para Putumayo, sino para Estados Unidos porque ya tenían establecida una base allá.

Además, conocí a Héctor Taborda y a Jaime Taborda, quienes fueron socios de Escobar. Héctor Taborda también me empezó a comprar los tiquetes, él era el que le recogía la plata a Pablo.

También conocí a los Posada y a los Moncada, los que asesinaron allá arriba en La Catedral, la cárcel donde estuvo recluido cuando se entregó a la justicia en 1991.

Yo con Pablo Escobar no tuve problemas, uno sabía que era traqueto pero no tenía conocimiento de cómo hacía sus cosas.

Alonso también se fue del apartamento, lo utilizó como bodega para la plata.

Después de la muerte del candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, yo me fui para Los Ángeles, en Estados Unidos, a vivir un año por cuestiones laborales.

Cuando volví, no supe nada más de Pablo Escobar. Luego mataron a Alonso, recién yo había llegado. En ese momento supe que era mejor no involucrarme más con ellos porque podía terminar mal.

Luego hice un edificio en municipio de El Peñol, al que le dediqué como dos años y nunca supe nada más de ellos.

Cuando Alonso estaba vivo, me hacía muchos favores con la Alcaldía de Envigado. Yo tenía un terreno y él me iba a conseguir el permiso para construir y yo entraba allá como Pedro por su casa. Cuando lo mataron ya no podía hacer eso, pues ya había perdido el contacto directo.

Edificio Mónaco horas antes de su demolición / Foto por Santiago Correa.

Vecino del Mónaco

Yo viví cerca al edificio Mónaco y tampoco me di cuenta de que esa era la casa de Pablo Escobar. Mi apartamento quedaba al lado del Club Campestre, era el 101 y miraba hacia la avenida El Poblado.

Después del bombazo de 1988 no quedó una ventana puesta y en Envigado encubrieron toda esa información, entonces no se supo a ciencia cierta qué era lo que pasaba.

Yo no comprendía muy bien el hecho de cuando le atribuían los atentados a él porque en las noticias decían que era Escobar, pero uno sabía que él estaba en Envigado. Entonces eso lo hacía dudar a uno.

Ya cuando se contaron todas las matanzas, uno solo escuchaba que el tipo estaba en El Retiro, después que en La Unión, al otro día que en Abejorral, que en Nápoles, pero nadie lo tenía claro.

A veces la gente sí decía que llegaba a jugar los partidos, pero nunca apareció. Por ejemplo, cuando estaban construyendo La Catedral yo ni sabía eso dónde quedaba.

Es raro decir que conocí a la misma gente que un sicario de ese tamaño. Uno no piensa que eso sea cercano.

 

***

 

Héctor, quien hoy vive en la Loma de los Bernal –sector residencial del occidente de Medellín–, tiene 71 años. Este testimonio fue tomado el miércoles 20 de febrero de 2019, dos días antes de la demolición del edificio Mónaco, donde habitó el narcotraficante y su familia.

Comentarios