Puerta de brandenburgo

El milagro del Muro de Berlín

Una vez, Diana Uribe me dijo que para empezar a estudiar Historia debía comenzar por aquello que me gustaba hacer, que todo tiene su historia. En el colegio conocí a quien despertó en mí un sentido de indagación que no tenía.

Herr Erlenmeyer, como le decimos sus estudiantes, habla con fluidez el español, a veces sin acertar en los tiempos verbales, pero con un léxico amplio que ha adquirido en la academia.

Por José Miguel Gómez Martínez

josem.gomezm@outlook.com

Mi nombre es Tobias Johannes Erlenmeyer. Tengo 53 años, es decir que nací en 1965. Como formación hice el Gymnasium en neurolingüística científica, en Alemania; allí había varias direcciones de estudio. Luego hice 15 meses de servicio militar. Gracias a Dios no tocó conflicto armado a los soldados alemanes hasta la intervención en Afganistán. Más o menos ahí se empieza a vivir el tema de la guerra.

Entré a la Armada en el 85, 86…. Me tocó el puesto en una base. En el 84 se estaban recalentando las cosas, ya luego creo que en el 85 viene Gorbachov. Eso fue lentico que nos llegó y pues uno como soldado no se ocupa tanto de la política, era más bien de la seguridad.

Luego fui un tiempo misionero en Hamburgo. Íbamos con una familia a una zona más bien descristianizada. En ese tiempo, a pesar del Muro de Berlín, algunas veces visitaba amigos en el lado occidental. Para llegar ahí uno tenía que pasar por la Alemania comunista: tenía que cruzar Berlín, los controles eran siempre muy duros.

Para viajar del norte, por ejemplo Hamburgo, hasta el sur –en mi caso lo hice hasta Munich– lo más fácil era cruzar por Berlín, era la ruta más frecuentada.

Entonces uno entraba y al ratito salía del otro lado. Me impresionaba mucho ver a las personas, parecían como encerradas. Era la primera experiencia en la Alemania comunista.

 

Una Alemania desconocida

En el 84 estuve una semana con el colegio como Klassenfahrt (excursión) en Berlín. Uno de los días nos llevaron a la parte comunista, donde quedaba la torre de televisión y eso… Y para nosotros era una impresión muy grande ver todo eso.

Dentro de la parte oriental habían unas autopistas para los extranjeros, con estaciones de gasolina, baños y algunas tiendas. Pero los que vivían allí no podían transitar por ellas, la policía los paraba infaliblemente y les preguntaba que qué estaban haciendo allí, ya que la idea era que no hubiera contacto entre las personas extranjeras y las que eran de allá.

Para entrar a la parte comunista tenías que pedir prácticamente una visa… Te registraban a la entrada, te preguntaban cuánto tiempo estarías, te hacían un sello en el pasaporte y ya donde estabas te registraba la Policía y había mucha vigilancia. Tu no te podías mover sin que te observan.

Los de la parte oriental no podían salir fácil. Los pocos permisos que daban era para los pensionados o a causa de la muerte de un pariente, en ese caso solo dejaban salir a uno de la familia.

Muchas veces daban el permiso para ir a funerales, bodas… Creo que era solo especialmente si alguien estaba más bien cerca de las personas que mandaban, por ejemplo: deportistas, músicos, artistas… Ellos podían salir pero siempre acompañados y a muy pocas personas las dejaban salir para estudios o para cuestiones científicas, pero muy muy poco. Y generalmente la opción, por ejemplo, era ir a Rusia, como Ángela Merkel.

Ella estudió un tiempo allá, por eso ahora muchos dicen que era muy cercana a la ideología del régimen. Sin embargo, su papá que fue un pastor protestante bastante crítico de la Unión Soviética, decía que su hija no estaba con esas ideas.

Él estaba en el occidente cuando construyeron el Muro, luego se fue para allá (Alemania Oriental) porque decía que, como pastor, lo necesitaban más allá que del otro lado. Por eso también le decían que simpatizaba con el régimen.

Yo una vez tuve la ocasión de cenar con él y no me daba la impresión de que era amigo de esa ideología.

 

Las tensiones por la separación

Tiempo después me fui a estudiar filosofía y teología en Roma. Desde allí nosotros seguíamos las noticias en la televisión, más que todo en el periódico, pues muchos alemanes salían de la parte comunista hacia Hungría y Austria.

Hungría había abierto la frontera con la Alemania comunista y por ese lado iban de vacaciones y de ahí salían para Austria. Ahí llegaban miles y miles de personas.

En Alemania Oriental, en las grandes ciudades como Berlín, Leipzig y Dresden, existían las famosas Marchas de los Lunes, Montagsdemonstrationen, mayormente de seguidores de iglesias protestantes.

Marchaban en silencio, a veces llevaban fotos de personas que estaban arrestadas, presos políticos, familiares. Se notaba que los gobernantes no sabían qué hacer, había muchas protestas no solo en Alemania sino en Budapest y en Praga.

En esa situación, en 1989, yo estaba convencido que eso iba a terminar en un baño de sangre porque los políticos no tienen otra respuesta a las inquietudes y preguntas del pueblo que la violencia.

Parecía que ya tenían listados con 70 mil personas que iban a poner en campos de concentración y en prisiones.

Las iglesias ofrecían un cierto refugio porque, claro, a los comunistas también les daba miedo enfrentar a gente que estaba rezando en una iglesia, estaban cantando, por lo tanto no los dejaban entrar o no los dejaban salir. O los arrestaban por asistir a las marchas de las iglesias.

 

La caída del Muro

El día 9 de noviembre del 89, en la mañana estábamos en el bus camino a la universidad y escuchábamos las noticias y yo me había dormido. Mis compañeros, que venían de todo el mundo, me decían:

– ¡Tobías, Tobías, ha caído el Muro!

– ¿Hä? (¿eh?) ¿y cómo lo saben?

– ¡Hemos escuchado en la radio las noticias!

– Ustedes son ignorantes, no saben nada. Eso no va a pasar sin un baño de sangre, para eso va a haber muchos muertos, una guerra civil…

– ¡Que no, todo está bien, la gente puede salir de allá!

Cuando llegamos a la casa en la tarde y prendimos el televisor… claro, ver esas imágenes de las personas bailando en el Muro.

Eso no lo creían mis ojos, pues para mí era completamente incomprensible, sobre todo por la manera en que ha sucedido: o sea, puede caer el Muro, claro, pero siempre pensaba que iba a caer por presión del exterior o si era de la misma gente de allá del Oriente que quería salir.

Pensaba que iba a haber represalias, mucha oposición, lo que generaría una guerra civil.

 

Lo que pasó

El asunto fue así: en la televisión, un señor del gobierno llamado Günter Schabowski estaba en una rueda de prensa hablando sobre las nuevas reglas de viaje para los ciudadanos de la parte comunista. Leyó un papelito que decía que la idea era facilitar la salida de las personas por las zonas fronterizas hacia el exterior.

Lo que pasa es que lo leyó de una manera muy ambigua, se podía entender que esas medidas aplicaban de inmediato o que apenas estaban tratando esos temas.

Un periodista le preguntó que a partir de cuándo entraba en vigencia esa regla y Schabowski contestó: “Según lo que yo entiendo es a partir de ahora mismo, “ab sofort”, inmediatamente”.

La gente escuchó eso y salieron ahí mismo para los puntos de control, donde uno en teoría podía pasar, pero nunca se pudo: durante 28 años no se pudo pasar.

La gente entonces le decía a la Policía:

“Dijeron del gobierno que ya podemos salir” y la Policía contestaba: “Nosotros no sabemos nada”.

Esos policías era muy adoctrinados, a ellos les decían que el Muro era para protegerse del fascismo o sea para proteger a la Alemania comunista del occidente imperialista, fascista. Y que normalmente los que querían salir eran traidores.

Entonces esos policías les dicen: “Yo qué voy a hacer, mis superiores no me dan respuesta”.

Nadie se coge el riesgo de infringir una ley que está desde el año 1961. Ahora no había ley, eso que dijo Schabowski era solo un comunicado, que decía que mientras tanto podían salir.

Uno de lo oficiales manifestó: “No, yo voy a dejar salir a esta gente, acá hay 5 mil personas. Yo con 12 soldados a cargo qué voy a empezar a disparar”.

Claro, porque si la gente comienza a atacar a los soldados para salir, entonces ahí va a haber heridos y ellos van a disparar y va a haber heridos, yo mejor los voy a dejar salir.

 

Algo increíble

Cuando a mí me dijeron que el Muro había caído, me pareció que no podía ser. Pero cuando lo ví me impresionó mucho, estaba muy emocionado.

No tenía familia ni amigos en el otro lado, pero esos pocos contactos o momentos que había tenido allí y veía cómo vivían en ese lado… tocaron mi corazón.

Era una gran alegría y la tensión que había vivido como soldado raso, pues una tercera parte de los tanques que había en la parte occidental se mantenía con los motores encendidos, siempre listos para un ataque eventual.

Nosotros en la Armada ensayabamos qué hacer en caso que hubiese un ataque con armas químicas, biológicas o atómicas. Uno interioriza eso, esa prevención, pero una vez salido de la Armada uno sí sentía una distinción grande con Gorbachov, la tensión era menor.

Sin embargo, por dentro siempre pensaba que esa separación de Alemania simbolizada con el Muro no se iba a acabar si no era con una guerra, como mínimo una guerra civil.

Que haya terminado así, uno dice… fue un milagro.

 

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En la foto principal aparece la Puerta de Brandenburgo, un símbolo de la capital alemana. Luego de la Segunda Guerra Mundial quedó en tierra de nadie, no pertenecía ni a Berlín Oriental ni a Berlín Occidental.

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